La necesaria Relación entre Educación y Democracia (II)

Fernando Vizcaya C.-

En el anterior artí­culo intentamos aproximarnos a esa relación vinculante entre la Educación y un modo de vivir que es la Democracia. La tarea es importante porque es aproximarnos a las causas de los diversos problemas que estamos sufriendo hoy.

La insistencia que podemos hacer sobre la necesidad de cultivar hábitos desde el inicio de la vida, en el seno de una familia y el acuerdo con el centro de enseñanza que sigue esos principios y valores. Es la lucha que encierra su categorí­a de racionalidad (saber argumentar) vinculada con las de acción y comunicación en la convivencia ordinaria (saber escuchar) que constituyen el centro y raí­z de la educación.

Esta propuesta puede parecer descriptiva y funcionalista, pero en el fondo y muchas veces, en la forma, es el mejor camino para constituir ese modelo de trabajo, que podrí­amos llamar pedagógico y que da buenos frutos.

Las reflexiones que se han hecho a través de la historia varios autores reflejan el interés de la penetración en la realidad del ser humano consciente. Esa afirmación de José Antonio Marina percibir es “asimilar estí­mulos dándoles un significado“, reviste una buena base de reflexión para iniciar la reflexión. En efecto, la mirada no es “neutra”, pero, por otra parte, requiere un aprendizaje.

Desde esa propuesta esa concepción polí­tica y moral es una expresión que suena saludable, pues respeta a la persona humana en su dignidad, y respeta la posibilidad de elección libre y madura de los individuos.

Esto advierte que la democracia no es una herencia legada de nuestros padres, una especie de renta de la cual se puede vivir. Es indudablemente un trabajo sin descanso, pues supone una direccionalidad de los actos  cotidianos como el hablar con lógica, aplacar los sentimientos desbocados de los hijos. Esto supone una conciencia de la verdadera importancia que tienen las acciones en la familia diariamente.

Algunos autores como Mario Briceno Iragorry (Caballo de Ledesma) insisten en esa formación cí­vica que comienza “en la mesa de la casa”, donde se aprende a respetar al otro, desde muy pequeños y ofrecer la posibilidad de aprender las acciones caritativas más elementales, como son dejar que el otro hable y escuchar sus razones, con serenidad de espí­ritu.

Al mismo tiempo una concepción del trabajo como formador de hábitos de responsabilidad, que comienzan con el respeto del tiempo, en la puntualidad, y el apego a los deberes propios de la edad y del oficio que se ejerza. Esa concepción que está ligada a la idea de esa naturaleza humana que dice que el trabajo es virtud y expresión de esa naturaleza, creada por Dios omnipotente.

Los derechos y deberes del ser humano, heredados de una revolución de fines del siglo XVIII en Europa, ya en el siglo XIX, sobre todo en América, son más conocidos en la retórica polí­tica ví­a de elecciones, que en la práctica y métodos pedagógicos que lleven a esa situación, y esto significa que ese ideal democrático fue traicionado desde sus orí­genes y la consecución defectuosa de elementos que no llevan a ese ideal democrático, porque no se ponen los medios adecuados a los fines que se establecen para ese orden polí­tico.

En los próximos artí­culos procurare ir dando algunas ví­as de solución, o por lo menos propuestas a los problemas que estamos afrontando en este momento.

*Fernando Vizcaya Carrillo es profesor de la Universidad Monteávila

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