El horizonte de Carabobo

historias del futuro

Emilio Spósito Contreras.-

historias del futuro

Valencey es un nombre tan glorioso para España como para Venezuela y, sin este sublime episodio, Carabobo serí­a un cuadro sin horizonte.
Arí­stides Rojas, Orí­genes venezolanos.

Simón Bolí­var (1783-1830) no serí­a un gran personaje, o la batalla de Carabobo (24 de junio de 1821) una gran victoria, si del lado realista no hubieran existido valientes contrincantes y poderosas fuerzas. El mayor lustre del hecho de armas escenificado en el campo de Carabobo hace doscientos años, no solo se hace resaltando las virtudes y aciertos del Libertador o de su segundo, José Antonio Páez (1790-1873), sino enfocando a sus rivales y sus virtudes.

En este sentido, al mismo tiempo que es vituperado Francisco Tomás Morales (1783-1845), son justamente elogiados los comandantes realistas tenientes coroneles Tomás Garcí­a, Andrés Riesco y Juan Saint-Just; todo el Primer Batallón del Regimiento de Valencey, conformado también por venezolanos, que resistieron heroicamente para permitir la retirada de los restos del ejército monárquico; así­ como su general en jefe, Miguel de la Torre y Pando (1786-1843), ennoblecido en 1836 como conde de Torre-Pando.

Al igual que los Bolí­var, los de la Torre y Pando eran naturales de Vizcaya, especí­ficamente de Bernales, a unos 70 kilómetros de Cenarruza o puebla de Bolí­var. Desde muy joven De la Torre ingresó al ejército en el Regimiento de Infanterí­a de Saboya, con el que intervino en la campaña contra Portugal, pasando cuatro años más tarde, al Real Cuerpo de Guardias de Corps.

Tras el levantamiento del 2 de mayo y el inicio de la Guerra de Independencia española (1808-1814), De la Torre participó en 1809 en las batallas de Medellí­n (Badajoz) y Ocaña (Toledo); en 1811 en la de Fuentes de Oñoro (Salamanca); en 1813 en las de Pamplona y Sorauren (Navarra); y en 1814 en la de Toulouse (Francia).

En 1815, a las órdenes de Pablo Morillo (1775-1837) y con el grado de teniente coronel, De la Torre pasó a América junto a los 12.000 hombres de la mayor expedición militar enviada al nuevo mundo. Él mismo, al frente del regimiento de Victoria, conformado por 55 oficiales y 1.148 soldados, tomó parte de la toma de Margarita, Cartagena de Indias y Santa Fe de Bogotá (1815); luego luchó en Mucuritas contra José Antonio Páez, en San Félix contra Manuel Piar (1774-1817) y triunfó en La Hogaza (1817) contra Pedro Zaraza (1775-1825), en la cual murió Guillermo Palacios Bolí­var (1794-1817), sobrino del Libertador.

Ascendido a general, participó en la victoria de La Puerta (1818) contra Bolí­var, acción en la que hirieron a Morillo y como su lugarteniente pasó a comandar las fuerzas realistas. En la batalla de Las Cruces (1919) enfrentó a Carlos Soublette (1789-1870).

A pesar de su reconocimiento como conde de Cartagena y marqués de la Puerta, Morillo convaleciente, desautorizado desde la metrópoli y atacado por numerosas intrigas, pactó el Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra (1820) con Bolí­var y regresó a España, dejando a De la Torre como comandante del Ejército de Costa Firme y penúltimo capitán general de Venezuela. En esa época (1819), contrajo matrimonio en Caracas con Marí­a de la Concepción de Vegas y Rodrí­guez del Toro, biznieta de Francisco de Paula Rodrí­guez del Toro e Istúriz (1713-1753), segundo marqués del Toro y sobrina de Marí­a Teresa Rodrí­guez del Toro y Alayza (1781-1803), esposa del Libertador.

El 24 de junio de 1821, al frente de aproximadamente 8.000 hombres, Miguel de la Torre fue vencido por cerca de 10.000 dirigidos por Bolí­var, secundado por Páez y Manuel Cedeño (1780-1821), quien fue uno de los incontables muertos de ese dí­a. Tras la derrota, De la Torre se refugió en Puerto Cabello, desde donde organizó expediciones hacia Coro, hasta abandonar Venezuela al ser nombrado capitán general de Puerto Rico, donde estuvo entre 1822 y 1836.
Posteriormente, en 1839 fue nombrado vocal y vicepresidente de la Junta Consultiva de Gobernación de Ultramar; en 1841 se hizo cargo de la Capitaní­a General de Castilla la Nueva y, finalmente, desde 1842 hasta su muerte un año después, fue ministro suplente del Tribunal Supremo de Guerra y Marina.

Como lo evidencia el estudio de Francisco Javier Casado Arboniés: La correspondencia entre los generales Simón Bolí­var y Miguel de la Torre durante el armisticio de Trujillo (1820- 1821): el fondo Torrepando del Archivo Histórico Nacional de Madrid (sección de estado). Estudios de historia social y económica de América, 6. Universidad de Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, 1990, pp. 77-83; a pesar de ser jefes de fuerzas en guerra, Bolí­var y de la Torre se dispensaron el más caballeroso trato personal y epistolar.

En carta del Libertador al comandante español, fechada en Bogotá el 25 de enero de 1821, se señala:
Ninguno más digno de llevar la doble y delicada misión de hacer la guerra y la paz en circunstancias tan raras como las presentes; yo me congratulo sinceramente de que esté en mi frente un jefe cubierto de laureles y adornado de virtudes, y animado de los sentimientos más puros de honor y filantropí­a. Si el cielo me permite abrazar a V.E. como amigo, yo seré en aquel momento el más dichoso de los hombres: y si el genio del mal me fuerza a combatirlo, sentiré el más agudo dolor al considerarme enemigo de quien no puede ni debe serlo sino de los tiranos.
Asimismo, en carta de Bolí­var a de la Torre, fechada en Barinas el 12 de abril de 1821, se señala: “Tengo la mayor repugnancia en combatir contra mis nuevos amigos, y estoy pronto a hacer nuevos sacrificios por no llamarme enemigo del general La Torre”.

Por su parte Arí­stides Rojas (1826-1894) recogió en su artí­culo Valencey, contenido en Orí­genes venezolanos (1891), la carta que después de Carabobo, desde Puerto Cabello y con fecha 6 de julio de 1821, escribió el general de la Torre a Bolí­var:

Ha llegado a mi noticia que por V.E. han sido tratados con toda consideración los individuos del ejército de mi mando, que han tenido la desgracia de ser prisioneros de guerra. Doy a V.E. las debidas gracias por este rasgo de humanidad que me hace disminuir el sentimiento de la suerte de dichos individuos; esperando que continuará de este modo dando pruebas nada inequí­vocas de que hace renacer las virtudes sociales que habí­an desaparecido por el enardecimiento de las pasiones, que han desolado estos fértiles paí­ses.

Enfrentarse a los tiranos es un imperativo moral de toda persona virtuosa, resulta lógico, natural y eventualmente anónimo: “¡Fuente Ovejuna y Fernán Gómez muera!”, dirí­a el Fénix, Lope de Vega Carpio (1562-1635) en su conocida obra (1612-1614) sobre el hecho rigurosamente histórico de Fuente Ovejuna; pero reconocer valores en los otros, en los enemigos y aún así­ enfrentarse a ellos, no hace más que enaltecer al actor individualizado, humanizado, y a su proeza.

Carabobo, como Venezuela, no es la obra de militares o civiles, sino el resultado del esfuerzo de hombres y mujeres virtuosos, independientemente del rol que les tocó, les toca desempeñar a cada uno.

*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila

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