Pocas tiendas abiertas, poca vigilancia y hasta pocos autobuses son el día a día de este importante centro de la ciudad
Melanie Aubele.-
Viernes, nueve y media de la mañana. El terminal está casi vacío. Todos los negocios que lo rodean estaban abiertos, pero sin un cliente. Personas van y vienen, pero pocas esperan transporte, las que lo hacen ni siquiera voltean hacia los comercios. Llegan para irse. La gente espera el autobús con la mirada fija en su destino.
Hay unos nueve autobuses en el terminal, solo uno lleno, cargó 34 personas de las cuales 15 llevaban el tapabocas bien puesto, o puesto, el resto no se molestó en llevarlo siquiera bajo la nariz. El autobús arranca su ruta, y minutos después ese espacio es ocupado por otro, que se carga y se va de la misma manera.
Así transcurre un día en el Terminal de Petare, día que se termina a las tres de la tarde, pues para esa hora ya habrá salido el ultimo autobús. Además, a la una de la tarde la policía acostumbra a pasar cerrando todos los negocios. Ha sido así desde que inició la pandemia, bien sea semana radical o no, bien esté permitido trabajar hasta más tarde o no.
“Ayer pasaron a las once de la mañana, pero nadie les hizo caso. Bajaron las santamarías y a los quince minutos las volvieron abrir. Pasaron otra vez a las doce y ahí sí”, comentó Nilo Oriano, de 74 años, refiriéndose a la policía. Nilo lleva 18 años trabajando en el terminal con una pequeña venta de empanadas, arepas y otros fritos.
-Ya los negocios no tienen vida, solo la licorería. Aquí no hay plata, pero para el licor sí. Los negocios como el de uno pagan para medio comer, pero no vendo.
– ¿Y qué hace con lo que le sobra?
-Pues se lo llevo a mis muchachos. No me voy del terminal por ellos, sino ya estuviera en Puerto la Cruz, con mi familia. Ahorita más porque la hija que tenía afuera se regresó y le está echando un camión. Yo le quería pagar la universidad, pero ¿cómo hace uno?
Nilo llevaba una camisa de la vinotinto desgastada, tenía varios agujeros en la parte de abajo, y mientras se la estiraba contaba que “la cosa” en el terminal se pone cada vez “peor”, y que siempre sale una algo nuevo. Dijo que el cuento del día era que alguien le había metido alambres a los candados de las santamarías. “Todavía no se sabe quién fue, pero fue por maldad, segurito”.
-Se vende poco, pero se vende.
Jesús Goncálves es el dueño de la licorería del terminal y su negocio está por cumplir 30 años. Se encontraba en el banco fuera del local. Llevaba una camisa con los primeros botones sueltos, dejando relucir su cadena con un dije de la Santa Cruz. Tenía un vaso de licor en la mano.
-¿Por qué no está abierto su negocio?
-Es radical, no me dejan vender.
-¿Entonces no está vendiendo nada?
-No, ¿para qué?, ¿para qué me frieguen los policías otra vez?
Contó con un marcado acento portugués que hace unos meses “agarraron” a uno de sus empleados vendiendo en semana radical. Los policías llegaron, abrieron el local a la fuerza y “decomisaron” todas las bedidas, y según Jesús no dejaron ni una botella. Cuando llegó a su negocio los policías se lo llevaron y lo retuvieron un día completo.
Además, afirma que el terminal se está “recuperando del golpe” de la cuarentena, pues esta se había llevado a los clientes. “Cada vez recuperamos más gente”.
Sin embargo, la situación pandemia y la situación económica, no son las únicas que afectan directamente a los trabajadores y comerciantes del terminal, pues la delincuencia aparece de tanto en tanto.
Marlene Víveres, cuenta que hace 2 meses le abrieron su negocio. “Se llevaron absolutamente todo, solo nos dejaron el maniquí porque es largote”, dijo. Dijo que para entrar rompieron las rejas y le abrieron la santamaría. Marlene tiene 4 años en el terminal, lleva con su esposo un negocio de alimentos, productos de higiene y ropa.
“Todos los candados tenían un alambre menos el de aquí. Yo digo que eso es para dañarlos y poder meterse más fácil”, explicó Yosmari Oriquen, que trabaja en la óptica. Asegura que antes había mucha delincuencia, pero que disminuyó desde que a inicios de la pandemia colocaron un módulo de policía dentro del mismo terminal.
–Lo pusieron para controlarnos la hora, pero ha ayudado bastante con los malandros. Antes siempre robaban a la gente que estaba esperando, pero ya ni rateritos se ven por ahí. Ahora lo que se ven son menos negocios, en lo que va de año ya han entregado cinco locales, que como no supieron cómo hacer se fueron palo abajo.
“Hace 18 años esto era full de gente comprando, como 40 autobuses y uno tras otro. Pero últimamente hay días que uno ve a hasta la bolita de paja rodando por ahí, este terminal ya no tiene vida”, fue lo último que comentó Nilo, con un aire triste.
*Melanie Aubele es estudiante de la Universidad Mnteávila