Rodolfo Bolívar.-
El amor es un don que cambia la vida, debe ser total, fiel, libre y fecundo, desde esa óptica partimos a definir algunas reflexiones sobre el amor y temas inherentes a él.
Sobre la libertad: que es el tema de la libertad, ya que generalmente es un concepto entendido desde posiciones diversas que confunden su comprensión en un marco antropológico adecuado. La persona humana es libre a imagen de Dios como ser racional, como seres naturalmente finalizados en busca de la felicidad, elegimos por ello los medios para alcanzar aquello que nos hace felices, podemos entender pues la libertad como el camino dispuesto desde nuestra esencia para procurar la felicidad sin olvidar nuestro origen, es pues una libertad inherente al ser para amar.
Un amor humano: Entendemos el amor como una decisión y compromiso, un acto de voluntad que nos lleva a ser protagonista de nuestra propia vida sin menospreciar o mejor aún, valorando plenamente al otro, es en la otredad que nos definimos desde el amor y es en el encuentro que propiciamos el desarrollo inter e intrapersonal. Debemos abordar el amor conyugal desde querer el bien del otro, querer hacer feliz al otro, amarlo pase lo que pase, siendo un ‘Yo’ como sujeto de amor del otro. Nos lleva esto a entender el amor como un acto trascendente del ser humano que al ser correspondido produce esa felicidad anhelada.
Ese amor, ¿cómo cultivarle?: El amor debe ser cultivado a diario y con perseverancia, partiendo de la comunicación en la pareja que permita un conocimiento mayor de cada uno, siendo estos los primeros pasos en la consolidación del amor humano conyugal. Un noviazgo bien entendido es la puerta de entrada para un amor sólido, donde la comunicación es de suma importancia. Para poder humanizar nuestras relaciones es preciso centrarse en lo positivo, dar y recibir desde la intimidad y la apertura con un lenguaje que nos lleve a una comunicación plena.
Y es la intimidad: un término que debe comprenderse desde la corporeidad, la afectividad y el espíritu, desde una visión tridimensional, tal cual lo menciona Tomas Melendo. ‘Lo que soy, lo que siento, pienso y quiero en plenitud’, desde lo más hondo de nuestro ser, las riquezas y carencias propias de cada quien. Es necesario cultivar la intimidad para poder enriquecerla, seleccionando muy bien lo que debe entrar en ella, sacando rencores y recuerdos negativos, fortaleciéndonos en virtudes, desarrollando un adecuado gobierno de a quién y cómo la compartimos.
Amor y sexualidad: La sexualidad humana es un don de Dios y como tal debe ser recibido, es infinitamente bueno mientras se ejerza ordenadamente, siendo el amor conyugal matrimonial el contexto donde debe manifestarse en su totalidad, comprometiendo la condición personal y sexual de ambos en un sentido de co-pertenencia. Desde el noviazgo ha de vivirse la sexualidad, mas no corporalmente en la intimidad física compartida, pero si desde nuestra esencia masculina y femenina de ser, una vez desarrollada la etapa del noviazgo donde el conocimiento de cada quien nos permite amar y decidir, es en el amor conyugal donde debe entregarse la capacidad sexuada de los esposos, que es el espacio humano para quererse y valorarse como personas, entendiéndose cada una como personas de diferente sexo.
Es en el amor de esposos que se da la totalidad, la libertad, la fidelidad y la fecundidad desde las tres dimensiones de la persona. Amar es desvivirse por el otro donde la voluntad de entrega de cada uno es primordial para conseguir la felicidad para el cónyuge, los hijos y la familia en general.
Rodolfo Bolívar es profesor de la Universidad Monteávila @rodolfo_bolivar_
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