Desde el comienzo de la pandemia han pasado 425 días y todavía no hay certezas del futuro.
Ana Mastropietro.-
El inicio del fin. Ese 13 de marzo de 2020, fue un tanto extraño: mis amigos y yo, durante todo el viaje vía a la Universidad Monteávila (UMA), conversábamos sobre el desconocido virus que en otras partes del mundo ya estaba haciendo estragos. Para nuestra sorpresa, fue cuando llegamos que nos dimos cuenta de que la verdad ya estaba asomando la cabeza.
Para los que bien conocen la zona, Boleíta se encuentra militarizada a la altura de la UMA, pues, es allí donde, a su vez, se levanta el edificio de la Dirección General de Contrainteligencia Militar (Dgcim).
Todos los militares que, como de costumbre, nos hacían bajar la ventanilla del carro para poder ingresar a nuestra casa de estudios, usaban el tapabocas y, al mismo tiempo, guantes. Incluso, recuerdo que algunos de ellos, dispersos entre las ceras las calles, llevaban un traje plástico que los cubría de pie a cabeza.
Días atrás, el covid-19 para muchos venezolanos era un tema de poca importancia; la información que se nos daba era casi nula y, según las autoridades, no había ningún caso registrado en nuestro territorio.
Mis amigos creían que estaba exagerando, pues, en variadas ocasiones, les había comentado que era necesario que tuviéramos cuidado y que nos laváramos con frecuencia las manos. Las noticias que escuchaba y veía por las redes sociales cada vez eran peores. Pero, como dice el dicho, “ojos que no ven, corazón que no siente”.
No fue hasta ese día cuando caímos en cuenta de que algo estaba pasando y no era normal. La duda e incertidumbre empezaron a crecer con más fuerza cuando observamos a los militares tan cubiertos y nosotros, a la vez, tan expuestos. Sentí que el miedo se apoderó de mí y fue inevitable pensar en mis familiares que pudieran contraer el virus.
Para ese momento, no todos creían en la existencia o letalidad del virus. Los venezolanos necesitábamos con seguridad saber que el mismo estaba entre nosotros, ya que, para la mayoría, el covid-19 tardaría en llegar. Pero no, el virus migró a Venezuela, así como a los demás países del mundo mucho más rápido de lo que se pensaba y comenzaría a causar la muerte de miles de personas.
436 días a distancia
El 13 de marzo de 2020 fue el último día de clases presenciales. Actualmente no se ha podido regresar presencialmente a las clases. La digitalización de la educación ha sido pieza fundamental para sobrellevar de la mejor manera la pandemia. Sin embargo, el contacto humano y la experiencia que solo se consigue en la presencia física, es hoy en día una utopía para la comunidad estudiantil.
Quién se iba a imaginar que ese día cambiaría la rutina y, lo que para entonces venía siendo lo más normal (ir a trabajar, asistir a la universidad, reunirse con familiares y amigos), se convertiría en leyenda.
Hoy, 28 de mayo de 2021, se cumplen 436 días desde que la vicepresidenta Delcy Rodríguez anunció el decreto de la cuarentena. Todo sigue igual, nada ha cambiado y aumentan los contagios.
Mientras pensaba en los sucesos de ese 13 de marzo del año pasado, decidí escribirle al profesor de la UMA, Wilmar Tarazona, quien era el responsable de impartir a mi sección la materia de Tecnología de la Información y Comunicación. Al hablar con el profesor, a quien le debo gran parte de mis conocimientos actuales, pude conocer más de cerca lo que fue de ese día, según su experiencia docente.
—¿Dónde se encontraba cuando escuchó el anuncio oficial de la llegada del virus covid-19 a Venezuela?
—El día del anuncio, justamente, estaba saliendo de la universidad y mientras iba camino a mi casa, escuché la noticia. Al día siguiente, el día sábado 14 de marzo, empezábamos clases de posgrado. ¡Imagínate la corredera!
Pude notar cómo en su voz había emoción al recordarse de todo lo que tuvo que hacer para sacar adelante este nuevo curso de posgrado que estaba por empezar.
—¿Cómo era el ambiente de la universidad para aquel entonces?
—Era un ambiente tenso, mucho nerviosismo. Ese día me llamó la presidenta de posgrado para contarme sobre el nuevo plan de contingencia que se llevaría a cabo; también me recalcó que nos reuniríamos al día siguiente con los estudiantes de posgrado, para hacerles saber la nueva dinámica.
Algo que guardé de mi conversación con el profesor Tarazona, es el tema de la disposición y la pandemia: “Es una cuestión de parte y parte”. Me he dado cuenta de que la educación no es responsabilidad únicamente de los profesores de la universidad, sino de todos de los estudiantes.
—El desconcierto fue total entre los profesores de la universidad. Prácticamente, fue arrancar de cero, de la noche a la mañana. Trabajamos por afrontar el problema de una vez, sin dejar correr mucho el agua, porque la formación del estudiantado siempre ha sido y será lo primordial.
Desarrollar nuevas capacidades
Ante el panorama, la búsqueda de soluciones era lo más importante y en el caso de la Universidad Monteávila, fue así. Cuando empezó la cuarentena, pensaba que el nivel educativo podía disminuir conforme a la realidad. Pero, fue lo contrario.
—Mi primera clase online, luego del decreto de la cuarentena, fue el miércoles 18 de marzo de 2020. De esta experiencia te puedo decir que rescato el entusiasmo con que muchos de mis estudiantes, a pesar del contexto, quisieron sacar adelante el semestre. En definitiva –dijo el profesor-, la corresponsabilidad en esta situación es esencial.
Aunque la nueva realidad de la pandemia nos ha impulsado a descubrir y a desarrollar nuevas capacidades, se sigue con la intriga de qué va a pasar en lo sucesivo. El número de muertes a causa del virus va en aumento, pues no se cuenta con un sistema de vacunación que pueda garantizar la salud de los venezolanos.
Me impresiona el hecho de saber que llevamos 15 meses en esta situación y no hay luz que se vea al final del túnel. La esperanza es lo único que queda ante una realidad que deja sin respuestas. Por los momentos, la voluntad y la disposición de hacer las cosas bien, podría ser una fuente de escape y motivación, pues, al final, aunque desconozcamos la realidad de los hechos, la verdad es tan grande que, aun y cuando la cubren, se ve su sombra.
*Ana Mastropietro es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.