Desde el comienzo de la pandemia en el Centro Comercial Galerías ívila, han cerrado 90 tiendas de 286, inauguraron dos y la semana próxima cerrarán 10
Oriana Vargas Puchi.-
El corazón comercial de la Candelaria tiene 17 años de fundado. La pandemia ha hecho que el camino entre los pasillos de los locales juegan al escondite, cinco santamarías abajo, las fachadas grises y desoladas.
Un sábado de semana flexible a las 3pm parece algo común para pocas personas ir a comer en la feria y para otras simplemente es entretenimiento, ver las zapaterías y ropa, porque todo está sobre los 10 dólares y la soledad de las tiendas pareciera ser un indicativo de que no hay dinero para comprar.
Jesús ha acompañado en su evolución al Centro Comercial Galerías ívila, lo conoce de abajo hacia arriba y lleva el monitoreo de todo lo que ocurre. “Aquí inauguraron dos tiendas esta semana una de venta de cochino y la otra es una zapatería. La semana que viene cerrarán 10 porque no viene nadie”, lamenta el empleado.
Subiendo las escaleras para el nivel de feria, Castillo ve de reojo a una muchacha que está a la espera de visitantes a su negocio y comenta: “El alquiler de cada local está en 500 dólares y el flujo de gente de lunes a domingo lo daba el cine y los bancos, con la clausura de estos principales ingresos económicos ya no hay vida, a pesar que los viernes entra un aproximado de 2000 personas de 9am a 2pm”.
Soledad y crisis
Para disminuir los gastos en la mayoría de las tiendas solo trabajan los familiares del dueño. “En una semana vendo cinco helados a un dólar y eso no me alcanza ni para la mensualidad del colegio de mi hijo”, dice Ricardo Aguilar con semblante caído, propietario de una de las heladería del centro comercial.
“Cuando empecé a vender helados tenía 14 sabores de los cuales ahora solo cuento con cuatro”. Aguilar recuerda que antes de la pandemia las ventas en su negocio se movían más en comparación al presente y su hermano junto a él decidieron invertir todos sus ahorros en la mercancía y “meterle el pecho de lleno” a su local. Hoy su destino es incierto.
Al final del corredor del tercer piso en una esquina de color blanco, detrás de una vitrina completamente sola, se encontraba Johana Villanueva, que con una sonrisa espera con ansias vender alguna de sus franelas originales, de marcas reconocidas como Adidas, Puma y Nike.
Asegura que despachó en la tienda unas pocas franelas en diciembre y carnavales, pero normalmente no llega nadie a hacer compras. “Utilizo esto como depósito porque me va mejor vendiendo por Instagram y WhatsApp a mis amigos que estando aquí. De todas formas no me rindo tan fácil, yo no pierdo la fe y abro de lunes a sábado”, dice entusiasmada.
Esta realidad se observa en las otras tiendas donde la crisis económica no da tregua. Las luces se apagan cada vez más y prácticamente los propietarios hacen malabares para pagar la mensualidad de sus locales, viven del día a día haciendo “magia” para continuar y no desfallecer, mientras que otros siguen invirtiendo y apostando por el país.
*Oriana Vargas Puchi es estudiante de la Universidad Monteávila