Alicia ílamo Bartolomé.-
Todo es cíclico, como el día y la noche, la marea, las estaciones del año, la lluvia y las nubes. Va y vuelve, menos la vida personal: se muere y uno se queda muerto para esta vida temporal, no hablamos de la inmortal, de ese renacer en la eternidad.
En la tierra, todos los seres vivos dejan semillas que germinan y hay la continuación de la especie, pero nunca la del individuo, sea vegetal o animal, es único, no se repite.
Tomemos en cuenta eso: cada uno de nosotros es un modelo de molde roto, con una presencia y una misión para cumplir en el planeta que nos acogió al nacer. Pronto, en un futuro no muy lejano, habrá terrícolas con encomiendas para cumplir en otras atmósferas.
En ese ir y volver, las enfermedades y epidemias, la moda, tienen también su actuación. Organismos microscópicos como las bacterias y virus cumplen con la suya mientras se van transformando para regresar más fuertes, más devastadores.
Es lo que pasa con el inicial coronavirus o covid-19 que ahora nos viene con el apodo de Inglaterra, del Brasil, supongo que entre otros por aparecer.
Interesante la historia de la bacteria en general, se la oí recientemente a un científico por TV. Se dice que ella es la primera manifestación de vida en este minúsculo protón del átomo de nuestro sistema solar, precede a Adán o al chimpancé. En millares y millares de años ha desarrollado un motorcito perfecto.
Todas las especies animales tienen el suyo o los suyos que motorizan su vida sin necesitar una acción voluntaria externa. También en el hombre, por ejemplo, el corazón es uno, pero hay una diferencia. Él puede construir motores externos en poco tiempo, no requiere los siglos de los siglos de la bacteria; también manejarlos a su antojo: tal un automóvil, un motor fuera de borda.
Así, en este recrudecimiento del covid-19, que parece estar decidido a extinguir la humanidad, el empecinado virus no acabará con nosotros, no tiene motor fuera de borda, los hijos de Adán sí.
Hablan de la transmutación de la cepa que viene más fuerte, más dañina, más resistente a la vacuna. Todo eso es cierto pero circunstancial y superficial: no puede hacer cambios sustanciales en su cuasi perfecto motorcito sino a través de millares de siglos; en comparación, nuestros científicos y técnicos lo hacen en un abrir y cerrar de ojos.
La diferencia entre el hombre y la bacteria o el animal, aunque de estos procedamos, es la inteligencia. En ellos es instinto y no varía, en nosotros es don divino que se desarrolla y cultiva, podemos inventar y transformar todos los motores del mundo, por lo que cada año quedan bastantes obsoletos.
Vivimos en una constante renovación. El hombre no se detiene en su avanzar científico, tecnológico, cultural, en el desarrollo de la civilización. A veces parece que se estanca o retrocede abatido por conflictos locales o planetarios, pero en realidad al final de cada crisis siempre queda una conquista, un paso hacia adelante.
Al final de la trágica etapa del las dos guerras mundiales del siglo XX, quedaron el avance gigantesco de los medios de comunicación, de la tecnología en general y el descubrimiento de la fuerza atómica.
Algunos, los escépticos pesimistas de siempre, dirán: sí mucho avance, pero también han servido para mucho mal. Cierto, no podemos olvidar Hiroshima ni la chismografía de las redes sociales.
En nosotros la concupiscencia existirá mientras tengamos vida y por eso del bien podemos sacar mucho mal, pero igualmente del mal mucho bien. Dios lo hace siempre para enderezar nuestros entuertos, del pecado original sacó el Redentor, de los mártires la germinación del cristianismo, del Holocausto la consolidación de la conciencia judía y el Estado de Israel.
Este recrudecimiento de la cepa del covid-19 debe servir para recrudecer nuestra fe y afán de lucha, para crecer en la adversidad y dar lo mejor de nosotros. Vamos a hacer del mal que parece avasallarnos una abundancia de bien.
Estamos viviendo una terrible prueba, pero si la humanidad ha sido capaz de desafiar la fuerza de la gravedad con la aviación y el lanzamiento de naves al espacio para conquistarlo, ¿no va a poder contra un pequeño virus?
¡Vamos…! Lo que se necesita es un recrudecimiento de nuestros principios, valores y fuerzas morales para remontarnos en vuelo triunfal hacia el infinito.
*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila
Doña Alicia Alamo Bartolomé, dice estamos viviendo una etapa muy dura,pero de está ,también saldremos