The necessary gendarme

Felipe González Roa.-

Pregunte usted quién fue Cristóbal Mendoza. Posiblemente muy pocas personas sabrán responder. Seguramente los académicos, los estudiosos entusiastas y los lectores de la historia podrán contestar de forma certera, pero la inmensa mayorí­a de venezolanos tal vez se encogerá de hombros, con un ademán entre la indiferencia y la ignorancia.

Cristóbal Mendoza fue el primer presidente de Venezuela. No fue Simón Bolí­var, no fue Francisco de Miranda, no fue Hugo Chávez: tal honor correspondió a Cristóbal Mendoza, quien, durante los albores del movimiento independentista, fue el primero en ocupar la jefatura de un triunvirato de gobierno que también incluyó a Juan Escalona y a Baltasar Padrón.

Como tantos próceres civiles el nombre de Cristóbal Mendoza se ha desdibujado en las páginas de la historia. El aporte de estos hombres, fundamental para conquistar la emancipación de Venezuela, ha sido marginado, eclipsado por las gloriosas gestas militares que hacen creer que la libertad del paí­s se conquistó a pulso de lanza y fuego.

El estudio de la Historia de Venezuela, en muchos casos, ha sido reducido solo a la guerra y, por supuesto, a partir de allí­ se ha encumbrado a los grandes mitos, casi exclusivamente militares, empezando por Bolí­var.

La guerra de independencia, no puede dudarse, fue un episodio fundamental para entender el recorrido seguido por el paí­s, pero no ha sido el único momento relevante, así­ como tampoco puede creerse que el destino de la nación debe depender de la clarividencia de unos pocos predestinados.

Suele asegurarse que la polí­tica venezolana ha sido monopolizada por caudillos, quienes, en distintos momentos, han impuestos su voluntad con su fuerza y con su carisma, a veces bondadosos, en otros momentos absolutamente brutales.

En 1919 el sociólogo, historiador y escritor Laureano Vallenilla Lanz publicó El cesarismo democrático, libro en el que pretendí­a demostrar que paí­ses como Venezuela solamente podrí­an alcanzar el desarrollo si las riendas del gobierno estaban en manos de un hombre fuerte, un gobernante férreo que pudiese doblegar a un pueblo al que consideraba incapaz de valerse por sí­ mismo. En esta obra robustecí­a su tesis del gendarme necesario.

Consideraciones personales aparte, puede entenderse que, en el contexto de la época, Vallenilla Lanz, eminente intelectual, estrecho colaborador de la dictadura gomecista y positivista convencido, no viese con buenos ojos al pueblo. Algunas crónicas aseguran que ya Antonio Guzmán Blanco calificaba al paí­s como “un cuero seco: se pisa por un lado y se levanta por el otro”, lo que refleja que durante muchas décadas la dirigencia polí­tica desconfiaba de la madurez de los venezolanos.

Menos comprensible es, por supuesto, que hoy haya lí­deres que mantengan esas reservas, pero mucho más inaudito es que los propios venezolanos duden de sus capacidades y clamen reiteradamente por la aparición de un “mesí­as” que los salve de las garras del oprobio. Cual Sí­sifo que arrastra su roca, es la eterna búsqueda de un caudillo que pueda, por sí­ solo y gracias a la firmeza de su carácter, llevar al paí­s a la tierra prometida.

Quizás eso explica, en gran parte, el motivo por el cual en 1998 un teniente coronel retirado, con una fracasada intentona golpista a cuestas, arrasara en los comicios presidenciales, y, elección tras elección, lograra acumular impresionantes cotas de poder que le permitieron destruir una ya frágil institucionalidad para imponer un credo personalista.

Tal vez también permite señalar la causa por la cual aquellos que, a secas, se califican de “oposición” tengan la obsesión de desechar, cual pañuelos de papel, a lí­deres que pasaron de la esperanza al fervor, y de allí­ a la sospecha y al desprecio.

Y es posible que este mismo argumento ayude a reconocer la razón por la cual las elecciones de Estados Unidos despertaron tanta atención en Venezuela, y sobre todo por qué llevó a muchos a expresar un apasionado respaldo al presidente Donald Trump, sobre quien sustentaron sus sueños de “libertad”.

En el imaginario colectivo este magnate y estrella de reality se convirtió en el gendarme necesario llamado a poner orden en el paí­s.

No, no sorprende, pero tampoco causa menos desilusión. El ciego apoyo al hombre que mantuvo “todas las opciones sobre la mesa” solo revela que, 20 años después, es muy poco lo que se ha aprendido.

Lamentablemente parece que en esta terrible crisis, profundizada por el autoritarismo y por la represión, todaví­a hay quienes no han entendido que lo realmente necesario son los ciudadanos.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila

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