Alicia Alamo de Bartolomé.-
La lluvia no cae. El calor es insoportable. Quitan el Internet. Sólo funcionan algunos canales de TV venezolanos, ninguno extranjero. Por supuesto, el 8, con su sarta de mentiras. Afortunadamente sobrevive el 4 y pasan un especial de Juan Gabriel, el fallecido cantante mexicano sigue siendo un buen espectáculo; además pudimos ver, junto a él, a otros inolvidables desaparecidos como Amador Bendayán y Simón Díaz. Un verdadero oasis en medio de esta pandemia mundial y pesadilla nacional. Esto sucedió uno de estos días, pero podría ser casi siempre. Llovió al fin esa tarde.
No tenemos nada, sólo coronavirus, tapabocas y lavatorio de manos. Lo demás son calles vacías, comercios cerrados, familias encerradas. Les parece poco y ahora nos quieren quitar la distracción televisada. ¿A dónde irá a parar todo esto? Ya no hay profetas. Supongo que estarán en ejercicio videntes y adivinos, pero como no tengo por dónde verlos ni leerlos, me quedo en ayuno de sus presagios. De todos modos, para mí no son dignos de fiar. Charlatanería. Me gusta la astronomía como ciencia que me une al universo y la astrología como folclore. En estos días vi un astro, única luz en el cielo una vez que se retiró el sol, impresionante bola de fuego visible sin cegar a través de la calina. Y tras ésta se veía el planeta, tenía que ser muy brillante, tal vez Júpiter, para tener visibilidad enrojecida, sin ser Marte.
Así, empiezo este artículo sin rumbo, sin tema, buscando una veta que me lleve a una mina. No sé por qué -o quizás sí sé- se me enciende un bombillo. En estos días oí que san Felipe de Neri, cuya fiesta es el 26 de mayo, era un santo muy alegre, de muy buen humor. No es de extrañar, porque bien dice el refrán: un santo triste es un triste santo. Sin embargo, quizás estamos acostumbrados a una imaginería de santos con cara adusta, muchos; otros, con aire melancólico mirando hacia el cielo, hasta la Santísima Virgen la ponen así cuando la representan en su Asunción, cuando debió ascender absolutamente feliz y risueña, ¿o no?
En lugar de encerrarnos en nuestras penas, pensemos en que toda situación, incluso trágica, puede ser una palanca para darnos nuevo impulso, un cambio necesario
En una iglesia conventual me topé con un cuadro, afortunadamente no muy visible, del Sagrado Corazón de Jesús que casi me hace salir corriendo: el pobre con los ojos volteados hacia las alturas, los labios entreabiertos en mueca dolorosa, lo que se dice, como codero moribundo. Está bien, Cristo es el Cordero Místico, el Pascual y murió por nosotros, pero si lo hubiese hecho con ese gesto, no estaríamos salvados.
En todo caso, Dios Padre lo hubiera devuelto a la tierra diciéndole: Vuelve allá, Hijo mío, a cumplir de nuevo tu misión, porque mal la remataste con esa ridícula pose. Le comenté a una monja amiga mi impresión y que harían mejor quitando ese cuadro de allí, pero me dijo que, aunque era de mi misma opinión, no podían quitarlo porque la hermana tal, bastante mayor, estaba encantada con el bendito cuadro. Debe haber muerto, pues me parece que ya no está.
Bien, ni santos tristes, ni religiosos tristes, ni clero triste, ni laicos tristes. Es decir, nadie triste, ni viejos, adultos, jóvenes, niños, hombres, mujeres, solteros, casados, viudos, divorciados, civiles o militares. Todos alegres desde nuestro lugar en este planeta y en esta pandemia. Hay que preocuparse de los enfermos y llorar a los muertos, pero reír a la vida. La más dolorosa y trágica de las existencias, si ponemos empeño, tiene un final feliz al trascender el tiempo. Y justamente, el más allá feliz no lo alcanza los llorones y quejumbrosos en esta tierra. Hay que tratar de vivir con alegría aquí.
Saber ser felices en la vida temporal es el mejor entrenamiento para serlo en la eternidad. Cuando a un niño se le rompe su juguete preferido, llora y tiene razón, se le ha roto su pequeño mundo de fantasía; entonces los padres tratan de consolarlo con un poco de mimo y la promesa de otro juguete. El niño vuelve a sonreír, ¿por qué los adultos no hacemos lo mismo? En lugar de encerrarnos en nuestras penas, pensemos en que toda situación, incluso trágica, puede ser una palanca para darnos nuevo impulso, un cambio necesario, siempre debemos sonreír al porvenir, por oscuro que parezca, pues justamente sin tinieblas no sabríamos el valor de la luz.
En este aislamiento obligado, comprendo el dolor de los enamorados a distancia, ¿qué les puedo decir? Sueñen con la inmensa alegría que gozarán cuando se encuentren otra vez. Cuestión de esperanzadora perspectiva.
*Alicia Alamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila