Bicicletas para salvar al mundo

Bicicleta Caracas

Ana Sofí­a Lanz.-

La escasez de gasolina en mi paí­s me hace sentir confusión. Me acuerdo de viajar a Falcón y ver la refinerí­a de Amuay echando humo desde la casa de mi abuelita. Hasta hace pocos meses, se podí­a surtir gasolina a un precio casi nulo.

A pesar de todo, quiero atreverme a mirar el lado positivo de esta pandemia, por más difí­cil que parezca.

La desaparición del combustible me ha motivado a salir a pedalear cuando ha habido la necesidad. En esta cuarentena, con mi bicicleta me he sentido feliz.

Caracas es una ciudad sin cicloví­as. Sus calles están deterioradas y sucias. Como es un valle, tiene muchas subidas y bajadas. No obstante, nada es excusa para no salir y ayudar. La bicicleta me hace sentir libre.

Para mi hermano, quien ha montado bicicleta por muchos años en Caracas, esta actividad nunca ha sido solo un ejercicio y un disfrute. Ahora más que nunca es el medio de transporte con el que contamos y siempre ha sido de su preferencia.

—Considero esto como una ayuda a la comunidad. Muchos de nuestros vecinos son personas mayores que temen salir a la calle por el contagio del coronavirus. Con mi bicicleta, puedo hacer una diferencia, expresó mi hermano mientras inflaba los cauchos de su bici.

Una pareja de vecinos conocidos, de más de 70 años de edad y quienes viven a cuatro cuadras de mi casa en Los Palos Grandes, Ania Tohl y David Azpúrua, no tienen combustible en sus carros. Además, la señora Tohl sufre de problemas respiratorios, lo que, sumado a su edad, la hace una persona de alto riesgo ante el Covid-19.

—Las autoridades dijeron: ‘Vete a casa, quédate allí­, lávate las manos’. Y yo he cumplido, como sabes, no he salido en ningún momento, señaló la mujer.

Ayuda al vecino

Hace varias semanas, nos enteramos de su situación y quisimos ayudarla de alguna forma. Sus hijos viven en el exterior y no querí­amos que la pareja se expusiera para realizar sus mercados, además de que caminar hasta el Excelsior Gama, a cuatro cuadras de su casa, les supone un gran esfuerzo.

Así­ que llamamos telefónicamente al señor Azpúrua y nos indicó una lista de lo que necesitaban. Entonces, salimos en bicicleta a hacerles el favor, con mascarilla y guantes, y les dejamos su comida en los escalones de la entrada de la casa.

—No estarán salvando al mundo, como dicen en la redes sociales de los doctores y cientí­ficos, pero con su ayuda me cuidan y salvan a mí­. Muchí­simas gracias, hacen una labor maravillosa.

—No considero esto un trabajo. La vista del ívila es la mejor rehabilitación de las pantallas -le respondió mi hermano- y nuestra comunidad tiene la ventaja y la bendición de tenerla cerca para admirarla mientras monto mi bicicleta. Es un placer ayudar.

Amor por mi Caracas

“Caracas, allí­ está; vedla tendida

a las faldas del ívila empinado,

odalisca rendida

a los pies del sultán enamorado”

Es “Vuelta a la Patria” (1877, Juan Antonio Pérez Bonalde). ¡Qué otro poema si no ese para describir cómo es mi ciudad, mi Caracas!

Mientras la escasez de combustible dibuja un horizonte apocalí­ptico para muchos, en un paí­s devorado por la hiperinflación, que padece frecuentes apagones eléctricos y fallas en el servicio de agua, la falta de transporte suma otro inconveniente en la larga lí­nea de eventos desafortunados.

Por eso, cada entrega en mi bicicleta es un respiro para mi alma. Dentro de tanta crisis, es satisfactorio ayudar a surfear esta ola a unas personas que no tienen las mismas capacidades que yo. Cada gracias es un rayo de luz que le da energí­a y vitaminas a mi cuerpo. Y recuerdo una frase de José Martí­: “Ayudar al que lo necesita no solo es parte del deber, sino de la felicidad”.

Al leer las noticias que me llegan todas las mañanas desde el portal web Ararauna, veo sin sorpresa que la cuarentena ha paralizado casi en su totalidad la actividad económica del paí­s. A pesar de todo, muchos restaurantes y foodtrucks han intentado seguir con sus actividades, sobrellevando las adversidades que supone hacerlo durante la pandemia.

En una entrevista que realiza el portal Crónica Uno a Errol Irausquí­n, chef y presidente de la Asociación de Foodtrucks, manifestó que esperaba que para este 2020 tuvieran un enorme crecimiento en el negocio. Mientras leí­a, me llamaba la atención que informara que 42 carros de comida son los que estaban dando la batalla en esta época tan dura y que los ciclistas fueran la nueva opción que muchos tomaran en cuenta para los servicios de entregas.

Delivery, una opción ante la crisis

Un vecino amigo, José Manuel Delgado, se quedó sin trabajo a raí­z de la cuarentena, por lo que comenzó a ofrecer entre sus amigos hacerles las compras y llevárselas hasta sus casas, además de que ocasionalmente podí­a realizar los deliverys del foodtruck de un conocido de él. Se hizo cierta fama entre los vecinos y gracias a esto consiguió un trabajo fijo en un restaurante de Los Palos Grandes.

—Tení­a que inventarme algo para sobrevivir -dijo Delgado, de 37 años- porque tengo una bicicleta, fuerza, motivación, necesidad, y además así­, colaboro con la comunidad.

—Siempre ha montado bicicleta, ¿lo disfruta?, le pregunté tras cruzarme en su camino.

José Manuel, con una sonrisa en la cara, me contestó sin titubeos:

—Siempre habí­a montado bicicleta por diversión. Además, tení­a que hacer algo para producir. No cobro nada caro; se trata de ayudarnos mutuamente y sobrevivir este mal rato.

Los recorridos en bicicleta por Caracas no son fáciles, acordamos Delgado y yo. Por eso, solemos mantenernos por nuestra zona. Además, por estos dí­as en Caracas se respira humo. Caen cenizas por todos lados. Habí­a leí­do una declaración de Randy Rodrí­guez, director general de Protección Civil, quien informó que desde el 13 de abril se han registrado más de 50 incendios en el írea Metropolitana de Caracas.

Riesgos de bicicletear en Caracas

Al montar bicicleta a lo largo de mi Caracas, mis miedos y dificultades podrí­an ser los mismos que los de cualquier otro ciclista en el mundo: caerse, chocar con un automóvil por no tener suficiente espacio; las cenizas enturbian la vista. Hubo una vez que mi hermano y yo tuvimos que orillarnos un momento en un costado de la calle, porque las cenizas me molestaban mucho y no podí­a seguir el recorrido en la bicicleta.

—Al menos no está mojado. No está resbaloso como en épocas de lluvia, dijo en tono sarcástico mi hermano, a lo que le respondí­ un tanto molesta:

—Eso si excluyes los botes de agua que hay en algunas zonas.

—Hum. A pesar de que, irónicamente, no hay agua en las casas, me replicó.

Cada gota que se desliza a través de mi frente o la de mi hermano o la de personas como José Manuel, andando en un vehí­culo impulsado por el esfuerzo, es una gota de satisfacción. Cada recorrido es toda una experiencia y, como en todo, tiene sus altos y bajos. Pero siempre puedo contar con que la visión imponente de la montaña a lo lejos, sí­ la que hace brillar mi mirada.

*Ana Sofí­a Lanz es estudiante de la Universidad Monteávila.

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