Por primera vez

Gabriel Gutiérrez.-

Ese dí­a me contaste que, al llegar, solamente habí­a un puesto desocupado.

La noche anterior intentabas imaginarte con qué te ibas a encontrar. Tu mamá te dijo que no te preocuparas tanto. De hecho te dijo que iba a rezar por ti. ¿Qué le pasa a una persona cuando alguien reza por ella?

Nada ocurrió como lo habí­as imaginado. Te habí­an dicho que estuvieras allí­ a las 8.00, o a las 8.30 no recuerdas bien. “A todos nos dijeron lo mismo” comentaste. Estuviste allí­ mucho antes, como desde las 7.30,  pero te distrajiste.  No recuerdas bien qué pasó. El hecho es que ya eran casi las 8.30 y por poco llegas tarde.

Todos se comportaron como si te estuvieran esperando. Sabes a lo que me refiero… No hace falta ver cada una de las caras para estar seguro de que todos te están mirando. Te sentaste en el único puesto desocupado. Intentaste explicarles que la solución no era resolver el problema para salir de eso (como si el problema fuera un estorbo para dedicarse a lo que realmente les interesaba). No. Yo ya conocí­a tu punto de vista. Habí­a que permanecer dentro del problema, formar parte de él. Y se lo explicabas. Alzabas la voz, convencido, intentando convencer. A pesar de tu propia emoción te asaltó un momento de sorpresa, de perplejidad. Tuviste la certeza de que no te estaban entendiendo, pero se te ocurrió fingir que no te habí­as dado cuenta de eso para poder seguir hablando. “Por supuesto, me callé –comentaste. Guardé silencio”. Pronunciaste esas dos palabras como si quisieras exprimir su significado más profundo. Nunca, hasta entonces, me habí­a preguntado qué significa literalmente guardar silencio.

Aquello era clave para nosotros. Toda la planificación. Todo lo que nos habí­amos propuesto. Todo, todo, no habrí­a valido la pena.

Lo que me contaste después me dejó pensando mucho, y hoy en dí­a –¡qué expresión tan rara!– me sigue pareciendo desconcertante. En ese momento, cuando les viste las caras de no-te-entiendo quisiste seguir hablando. Era como seguir explicando una dirección a alguien que no habí­a ubicado tu punto de referencia. Tú sabí­as que ellos no estaban al tanto de lo que le ibas a contar, no te tomaste la molestia de averiguar hasta dónde sabí­an. “Si no entendieron, me dijiste todo exaltado, fue porque no me entendieron. ¡No podí­an!”. Capté lo que decí­as: ¿cómo te iban a entender si ellos mismos no sabí­an cuánto conocí­an de la historia?

Les pediste que sacaran papel y lápiz. Fue la primera vez que usaste ese truco. Estabas convencido de que solo escribiendo uno termina de enterarse de cuánto sabemos realmente de un asunto. Tuvieron que hacerte caso a juro. Entregarte lo que habí­an escrito era la única manera de salir de allí­.

Mientras borrabas la pizarra te preguntaron si tendrí­an clases todos los lunes a la misma hora.

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