Ana Karina Camelo.-
Foto: Miguel González
Los seres humanos, desde nuestra concepción, nos encontramos inmersos en un entorno del cual tenemos millones de incógnitas. Sin embargo, esa curiosidad y raciocinio que caracteriza al hombre, es justamente el combustible que lo lleva a descubrir las respuestas de sus propias interrogantes.Vivimos en una búsqueda perenne del saber, porque creemos que solo de esa manera podemos perfeccionarnos. Sin duda alguna, el conocimiento es el arma más sublime que puede llegar a poseer el ser humano, pero esto no es necesariamente lo que le garantiza su plenitud. Es por eso, que además del conocimiento, el hombre busca una razón vital, ese algo que lo llene emocionalmente y de lo cual se quiera sentir inherente a lo largo de su proceder.
La razón vital por su parte, se encuentra ligada a los propios afectos del ser humano, pues somos asiduos de aquello que nos hace sentir felices y tenemos un deseo infinito de ese bien. Desde el punto de vista conceptual, suena bastante sencillo obtener el sentido de la vida. No obstante, para llegar a descifrar esa misión individual, el hombre debe entender que es importante su autoconocimiento.
A mi juicio, considero que yo hago parte de ese cúmulo de personas que se encuentra indagando su propia razón vital. Pues desde el inicio de mi experiencia en la Universidad Monteávila mi cosmovisión de la realidad ha ido transformándose. Llegué pensando que el “saber” era repetir una determinada información al pie de la letra, y que con eso me bastaría para obtener buenas calificaciones en el transcurso de mi carrera. Pero aquí entendí que el saber es algo más profundo que un mero hecho conceptual; pues el entendimiento y cuestionamiento es lo que hace que perdure el conocimiento a lo largo del tiempo.
La universidad, por tanto, es ese recinto que me ha brindado una orientación intelectual, pero también moral y ética. Pues, tener la oportunidad de caminar en los pasillos de la Monteávila es sin duda conectarme con diversas personas que indirectamente dejan y dejarán una huella en mí, ya que solo mediante ese encuentro con realidades ajenas a las que tengo es posible lograr perfeccionarme como ser humano.
“Todo lo que le das a la UMA, ella te lo va a retribuir”, esta frase fue mencionada el día que ingresé a la universidad. Desde ese momento ha quedado plasmada en mi mente, ya que descubrí que cada umaísta desarrolla un sentido humanitario que es prácticamente imposible de ocultar, por lo que pasa a crear un sello personal que lo hace auténtico del resto. Justo en estas palabras, me di cuenta que la frase que escuché era verídica, puesto que más allá de recibir una formación intelectual, me estaban formando como persona.
En un abrir y cerrar de ojos, ya ha pasado un año desde que comencé esta aventura, y me gusta llamarlo así, porque ha sido un camino lleno de adversidades que poco a poco he podido superar. Pero, ¿qué sentido tiene la vida si todo se obtiene fácil? La voluntad de hacer lo que me apasiona, sabiendo que no siempre tengo el deseo de realizarlo, es uno de los momentos más difíciles que me ha tocado experimentar. Sin embargo, dentro de mí aflora ese deseo de superación constante, que al final, logra volverme inmune a uno de los demonios intrínsecos más tenaces del ser humano; la apatía.
Pienso que la Monteávila se encarga de establecer esa motivación personal en cada uno de sus estudiantes, debido a que lo conducen a descubrir sus propios talentos, además de creer en las capacidades que posee cada integrante de esta gran familia, porque en definitiva eso es la Monteávila, un conjunto de personas que comparten la búsqueda de su razón vital y que se encuentran en constante crecimiento.
Esta universidad se ha convertido en una segunda casa para mí, pues aquí comparto la mayoría de mi tiempo, y es en donde he tenido la oportunidad de conocer amistades que conservaré en el transcurso de mi vida.
Desde que pisé la universidad supe que este era el lugar en el que quería autorrealizarme como persona. Porque al entrar, sentía esa misma paz que me trasmitía mi colegio, por lo que la decisión de querer permanecer estudiando mis cuatro años de carrera universitaria en este recinto, fue bastante sencilla.
Soy de las que piensa, que el futuro les pertenece a las personas que deciden creer en la belleza de sus sueños. Pero también, considero que lo sueños se transforman en realidad, en la medida en que nuestra voluntad y libertad se fusionan. Se trata de entender que las pasiones bien manejadas son el camino al éxito del ser humano en cuanto tal, pues solo a través de la consolidación de la mismas, es posible obtener la felicidad plena.
Desde mi perspectiva, el hecho de poder culminar mis estudios universitarios en la Monteávila es sin duda alguna uno de mis grandes sueños. Pues en este lugar he podido entender que soy perfectible, más no perfecta. Por tanto, mi misión no termina al graduarme, se trata de expandir mi estela umaista a cada lugar que vaya.
*Ana Karina Camelo es estudiante de la Universidad Monteávila