Mariana Pérez.-
De la mano de la actual decana de la Facultad de Ciencias de la Educación, Alexandra Ranzolin, conocí la universidad, eso fue en 1999. Me invitaron a conversaciones donde el profesor Resmil Chacón aclaró a los presentes: debemos dar clases desde el primer día. Así lo asumí.
Durante un par de años, recibí una tutoría única e invaluable al lado del profesor Paul Leizaola: él daba Informática, la parte teórica y yo me encargaba de lo práctico en laboratorio. Ese laboratorio, para quienes aún lo recuerdan, era lo que hoy son más o menos los laboratorios II y III juntos.
En ese tiempo las estudiantes pudieron disfrutar y yo revivir, la historia maravillosa de la Informática con el profesor Leizaola: el íbaco, los “Huesos de Napier” (el ábaco neperiano), la Pascalina, las tarjetas perforadas de la máquina de tejer de Jacquard, Babbage y la Máquina Analítica, el álgebra de Boole (base de todo el cálculo lógico) y los tres saltos fundamentales que impactaron el diseño computacional actual: tubos o válvulas al vacío, los transistores y los circuitos integrados. Pido disculpa por este repaso escaso de tan nutrida historia.
Luego, debo admitirlo, estuve cuatro años fuera de la UMA y volví en el 2006, invitada por el Dr. Gámez. Formé parte docente de la Facultad de Ciencias Administrativas, hasta que regresé nuevamente a mi facultad de origen (FCE), en la cual me mantengo hasta la fecha.
Y aquella primera cohorte, como las que he conocido después, me pusieron y me ponen a prueba a diario: me hacen revisar, confrontar teorías psicológicas conductuales (las que formaron mi base como estudiante) cognoscitivistas y constructivistas, ya que sin ellas es más complicado acceder al mundo particular y del cómo aprenden nuestros estudiantes. Y cada cohorte me reta a su manera, me alimenta y me obliga a repensar mi método de enseñanza, me cuestiona cuánto les doy, cuánto reciben, ¿usarán algo en su futuro profesional de lo visto, de lo conversado?
Espero no graduarme, no aún. Este aprendizaje continuo de ser docente en esta era del mundo y, en particular, en la nuestra como país, me reta y me obliga a estudiar, revisar, investigar a prepararme todos los días, con cada nueva cohorte.
Para concluir me gustaría compartir un algunas conclusiones con las que concuerdo totalmente, resultado de un experimento de la escuela Betí niaPatmos (Barcelona, España) donde los estudiantes reflexionaron sobre el perfil del docente: lo que les gustaba más y por qué:
• “Docentes que enseñen a pensar de forma crítica y promuevan formas alternativas de hacer las cosas.
• Docentes con paciencia, modestia, energía y coherencia.
• Docentes que promuevan la participación, la interactividad y la práctica.
• Docentes divertidos, con sentido del humor y que hagan placentero el proceso de enseñar y aprender.” (https://www.educaciontrespuntocero.com/opinion/que-opinan-los-alumnos-sobre-los-maestros-y-profesores/32805.html)
*Mariana Pérez es profesora de la Universidad Monteávila