Alicia ílamo Bartolomé.-
Entramos en el segundo semestre del año y no se sabe cómo. El globo terrestre como que gira más rápido porque los días, semanas, meses y años parecen atropellarse para llegar cuanto antes a una meta que no sabemos cuál es, a no ser que sea nuestro fin particular o mundial. No soy ni quiero ser profeta del desastre, ¿pero a dónde vamos a esta velocidad?
Esto puede ser sólo una impresión debida a mi edad prolongada en demasía, entonces más bien paso a ocuparme de temas más concretos y temporales.
Hoy, 4 de julio, los Estados Unidos celebra el día de su independencia, nosotros lo celebraremos mañana. Aunque los del norte se nos adelantaron 35 años (1776), nosotros somos los pioneros del sur (1811). Tengo el orgullo de que uno de los firmantes del Acta de la Independencia aquel 5 de julio de hace 208 años y figurante en el cuadro conmemorativo de Juan Lovera, es mi tío bisabuelo el Dr. José íngel ílamo. Pero aquí cierro mis ufanías que no vienen a cuento. Quiero más bien destacar esta coincidencia de fechas que nos deberían hablar de hermandad y comprensión, no de “imperio“ amenazante y enemistad entre pueblos que, como habitantes del continente descubierto por Cristóbal Colón -aunque a algunos les pese- deben sentirse hermanos, por encima de diferencias étnicas, idiomáticas y religiosas.
Por mi parte, he experimentado esta hermandad continental cuando he viajado por Europa, sobre todo durante la ocupación de los aliados después de la II Guerra Mundial. Al verme manejando en solitarias carreteras alemanas, en un país aún devastado y con letreros indescifrables para mí, si me encontraba con un fuerte de tropas estadounidenses, sentía alivio y seguridad, ¡estaba cerca de casa! Tan distintos los gringos de mí y, sin embargo, en el Viejo Continente, me resultaban tan familiares. Lo extraño es que esto me ha sucedido hasta en España, donde obviamente tengo raíces profundas y maneras de ser más cónsonas con las mías, pero hay algo que siento distinto, un no sé qué de contrastante, como si la inmensidad del océano común que nos separa, bañara de otra manera sus costas occidentales. Claro, aquí tenemos, en el corazón caribeño, el clima tropical de fenómenos vibrantes, los huracanes tremendos que no rozan las playas de Portugal ni de España. Huracanado es a veces también nuestro carácter.
Había aquí un petrolero norteamericano, amigo de papá, que tenía un par de hijos -él y ella- nacidos un 5 de julio, apenas pasada la noche del día 4, él los llamaba los Morochos de la Independencia, en su deficiente español, que nunca aprendió del todo, lo mismo que su esposa, a pesar de largos años en el país. En la celebración del cumpleaños de una de mis hermanas, cerca de carnaval, la fiesta fue de disfraces y los tales morochos de tez pálida, pecosa y cabello rubio rojizo, llegaron ataviados de indios piel roja y arrasando con todo, se colgaron de las cortinas de lágrimas de San Pedro, de usanza en la época y al día siguiente hubo que repararlas lágrima a lágrima. Esa sí fue una tempestad tropical disfrazada de catira.
El 4 de julio se celebra en Venezuela el Día del Arquitecto, porque ese día, en 1945, fue fundada la Sociedad de Arquitectos de Venezuela (SVA). Â En 1966, pasó a ser el Colegio de Arquitectos de Venezuela (CAV) y éste ratificó la fecha. Â Ésta me atañe, porque la arquitectura es mi primera profesión.
El 4 de julio lo celebran en los Estados Unidos como su gran fiesta nacional. Famosos son los fuegos artificiales de esa noche, cuyos resplandores se reflejan en las aguas de ríos, bahías y lagos. En torno a la fecha, se realiza el célebre Juego de Estrellas del béisbol profesional de las Grandes Ligas, cuyos peloteros son escogidos por votación popular, lo que les da un gran prestigio y ese juego marca la mitad de la temporada de béisbol.
En esta fecha de coincidencia en Venezuela de libertad y arquitectura, Â deberíamos pensar en cimentar nuestra lucha por la democracia, como la firme obra arquitectónica, en la sólida estructura de la unidad.
*Alicia ílamo de Bartolomé es Decana fundadora de la Universidad Monteávila