Félix Alberto Allueva.-
La fecha se supo con tres meses de anticipación. Los apagones, Proyectos Finales de Carrera y exámenes finales no desenfocaron el día de 10 de mayo de 2019 de la mira de los graduandos. Los estudiantes de Educación, Derecho, Comunicación Social y Administración debían culminar sus últimos parciales para luego decir presente en la tan esperada ronada. Todas las secciones de la promoción XVI de la Universidad Monteávila presentaron sus finales entre las 11:00 a.m. y la 1:00 p.m..
Los graduandos llegaron a la UMA desde tempranas horas, como cualquier otro día de clases. Para algunos sería una de esas contadas ocasiones en las que se disfruta levantarse de madrugada. A las nueve de la mañana ya no había puesto en el estacionamiento de la universidad. A esa misma hora estaban pautadas las fotografías de cada una de las secciones de las diversas carreras. El ambiente de Date Aquí rememoraba a los primeros años de estudio, donde casi todo el comedor y los toldos aledaños estaban repletos de gente.
Las secciones se daban paso para tomar la foto esperando a los rezagados que avisaban por el grupo de Whatsapp que estaban llegando a la universidad. A las 10:50 la multitud se desplegó a sus respectivos salones.
Minutos antes de presentar los finales el Comité Organizador se asomó por las aulas para realizar las votaciones para el discurso del acto de grado. Asimismo, se entregaron los brazaletes de entrada de la ronada.
A las 12:30 del mediodía los estudiantes ya se congregaban en los alrededores de la cancha, ansiosos por entrar. Algunos exhibían sus franelas de promoción, otros se arreglaban para la celebración, muchos otros debatían sobre si había sido buena idea no llevar almuerzo ese día.
La cancha estaba adornada con tres carpas blancas. A lo mejor se pensó en colocarlas previendo la lluvia; sin embargo, valieron de resguardo para evitar insolaciones. La carpa más grande se erigía en el centro de la cancha, donde estaba el dj y una especie de pista de baile; en el lado más próximo al estacionamiento había una carpa que techaba la “cocina” de los pinchos, las hamburguesas y los perros calientes y, al fondo, del lado de la portería más lejana al estacionamiento, estaba el toldo que cubría la mágica barra de Ron Carúpano.
De repente, apareció un grupo de graduandos alrededor de la barra y otro haciendo la cola para la comida. ¿Se habrá tratado de un conteo regresivo al mejor estilo de año nuevo, pero de manera clandestina? Porque recién era la una en punto. O a lo mejor, los estudiantes asimilaron durante los cinco años el hábito de la puntualidad, ese que quizás no estuvo tan presente en las clases de las siete de la mañana pero que sin duda no faltó en aquel momento.
Los primeros minutos fueron de cola para la comida y las bebidas, muchos no habían almorzado todavía. Poco a poco los graduandos se conglomeraron en grupos mientras la música embellecía el ambiente.
“Vamos a tomarnos la foto de una vez porque después se nos dispersan todos”, dijo una compañera que quería una fotografía con sus amigos del salón de primer año, de quienes se distanció porque separaron al curso.
Lo mismo hicieron todas las secciones con sus respectivos padrinos de promoción, amigos y profesores.
No se sintió la brecha entre estudiantes y docentes, todos se relacionaban entre sí. Las conversaciones iban desde mutuos agradecimientos hasta fútbol, desde anécdotas de vida hasta temas tocados en clases, desde “profe le voy a hablar claro, creo que clavé ese examen porque de pana no estudié nada” hasta “mira, ya que vas a la barra, tráeme un roncito ahí, por favor”.
Llegó el reggaetón y desapareció la timidez. Se formó un círculo gigante donde entraban chicos y chicas a mostrar sus mejores pasos. Bailaron hasta los que no querían. En la conciencia colectiva estaba presente un video de la ronada anterior que se viralizó, eso pudo contener las ansias histriónicas de algunos.
Entró en acción la banda. Se trataba de un grupo conformado por cuatro cantantes que recitaban canciones de todo tipo de géneros, pero principalmente salsa y merengue. En ese momento se calmaron un poco los ánimos, aunque había bastantes personas alrededor de la tarima.
Los trayectos al baño parecían eternos. Los estudiantes tuvieron dos cervezadas cada año para desarrollar la habilidad de bajar las empinadas escaleras sin caerse, de todos modos la baranda verde ayudaba a controlar los “tragos de más”. En la vía al baño de la sede se encontraban algunos salones con clases de postgrado. Era una sensación extraña, discordaba con el tono que se vivía unos metros más arriba. Era fácil quedarse hablando en esa zona hasta que alguien preguntaba con extrañeza: “¿qué hacen aquí si la fiesta es por allá?”, y se llegaba a un acuerdo tácito de que esas debían ser las palabras más sabias para la situación.
La barra dejó de servir bebidas en dos ocasiones: una porque se había acabado el hielo y otra por petición de la universidad, para bajar un poco el ritmo. En el primer caso, algunos optaron por tomar shots mientras esperaban el hielo.
En algún momento de la tarde, entre las cuatro y las cinco, aparecieron personas con bolsas de Cheese Tris en la mano o en sus bolsos. La cocina había cerrado y alguien había repartido las chucherías. Es un misterio que solo los más conscientes descifrarán.
Anunciaron los ganadores al discurso de graduación y repartieron los premios ofrecidos por los patrocinadores, más de uno se llevó una botella de ron gracias a eso.
La barra cerró cerca de la seis de la tarde. La mayoría se fue poco a poco hasta que apagaron la música.
Los profesores Francisco Blanco, Vicente Corostola y Gabriel Gutiérrez esperaron amablemente a que todos los estudiantes se retiraran sanos y salvos de la universidad. En el camino de salida había uno que otro caído que era cargado por sus compañeros de lucha. En ese momento varios fijaban su curso hacia la siguiente celebración: la post-ronada. Sin embargo, esas últimas seis horas como estudiantes de esta gran universidad ya se habían acabado.
*Félix Allueva es integrante de la XVI promoción de la Universidad Monteávila,Â