Alfredo Autiero, el habitante de las cumbres del mundo

Ainara Guevara B.-

Fotografí­as: M. Mendoza/A. Hernández.-

Con extrema sencillez Alfredo Autiero asegura que una posible ventaja que tiene es que no sabe de dónde es, ya que nació en Italia y llegó a Venezuela con tan solo cuatro meses de edad. Incluso, dice que siendo venezolano le gustarí­a vivir en Nepal. Esto es probablemente el resultado de sus diferentes viajes y experiencias por el mundo y su contacto con las diversas culturas, logrando que la montaña se convierta en su identidad y quizás el lugar del cual es realmente originario.

Autiero es ingeniero civil de profesión y montañista por vocación. Cuenta con más de cincuenta años de experiencia como escalador y anualmente sube 12 montañas, lo que da un aproximado de 600 cimas recorridas, hasta el momento, a lo largo de su vida. Dicho número es uno del cual realmente no toma nota y parece despreocuparle, solo toma en cuenta el nombre de cada una de sus visitas. Su experiencia y sapiencia lo ha llevada a ser en ocasiones también rescatista. El plan B de las autoridades. También, sin contar, estima que ha realizado entre unos 25 a 30 rescates.

Este habitante de picos recónditos irradia tranquilidad y la frescura de la que considera su bebida favorita, la Coca-Cola. Dista de ser alto como sus queridas cumbres y su estatura mediana de 1,65 m está más próxima a la de los llamados duendes de la montaña, a los cuales afirma conocer muy bien. Lleva una barba blanca que se asemeja a la nieve que adorna al pico Bolí­var y en su mirada de ojos claros se ve el reflejo de la sabidurí­a de una persona de 62 años con la ilusión propia de un niño pequeño, que se ilumina cada vez que habla de su pasión por el montañismo.

Probablemente alguien que muestre interés por el lugareño de las alturas pueda sentir curiosidad acerca de su vestimenta y la verdad es que es humilde y ligera, como su espí­ritu. Lleva unos jeans holgados que denotan que la comodidad va ante todo para él y sus zapatos, lógicamente, son de montaña, dando la impresión de que siempre estará listo, de primero, para subir a la cima. Su chaqueta es amarilla e impermeable, deportiva, mientras que su franela es manga larga y oscura. El toque final de su sencillo aspecto es una boina, que refleja la elegante y particular forma de caballerosidad con la que se expresa.

Como cualquiera que siente orgullo por su lugar de origen, Autiero trae consigo diferentes imágenes que hablan por sí­ solas de las aventuras que ha vivido. Algunas son fotos de paisajes y animales, otras de él realizando lo que más le gusta. Las proyecta cariñosamente con un video beam para todo el auditorio que se dispone a escucharlo y acto seguido comienza a hablar sobre sí­ mismo con un agudo y astuto sentido del humor.

-¿Cómo definirí­a a la montaña?

-Algo muy grande, muy alto (rí­e). No, no, la montaña no tiene un significado preciso. El que le da el significado a la montaña es el hombre. Para todos los hombres, en todo el mundo, las montañas son sagradas. Agarra la Biblia, agarra el Corán y verás que en todos los textos, las montañas son sagradas.

-¿Y para usted la montaña es sagrada?

-Sí­, para mí­ el ser es sagrado, la vida es sagrada. Y la montaña es fuente de vida. Uno no se da cuenta, uno piensa y cree que el agua viene del grifo pero no, el agua viene de la montaña.

Cada subida que ha realizado Alfredo Autiero le representa una experiencia y una enseñanza. Para él, una de las cosas que más marcan al hombre cuando sube es “entender lo pequeño que tú eres”. Dice con una gran sonrisa en el rostro que no se arrepiente de ninguna de esas experiencias, únicamente se arrepiente de no haber subido el doble de montañas que subió entre los 28 y 42 años.

La que podrí­a considerar como la única “espinita” que no ha podido sacarse en cuanto a las montañas que ha explorado, es el no haber podido coronar en 1997 a la Dhoulagiri durante la primera expedición venezolana a una montaña de 8000 metros. Relata que la llamada zona de la muerte, que se encuentra a partir de los 7.500 metros, y en la cual es más difí­cil que la sangre oxigene al cerebro, fue la que impidió que se pudiera continuar y concretar la expedición. Sin embargo, este hecho no lo desanima en lo absoluto.

Con total modestia menciona que no tiene interés o plan alguno de subir al Everest pues lo ve como un gasto excesivo de dinero y un riesgo muy alto, y que está contento y satisfecho con lo que ha subido y le queda por subir.

-¿Cuál ha sido la experiencia que más lo ha marcado en la montaña?

Todas (sonrí­e). Cada vez que voy a la montaña me marca. Pero en Aconcagua, una montaña en Buenos Aires, tuve una experiencia que me marcó mucho a finales de los años ochenta. Era una expedición en la que yo querí­a que participara gente de toda Suramérica para escalar una pared complicada de unos 2000 metros de alto. Al final a esa expedición solo fuimos yo y un ecuatoriano.  La escalada de esa pared dura aproximadamente tres o cuatro dí­as. Tienes que subir hasta donde puedes, muy ligero, porque es muy fuerte.

En el tercer dí­a de escalada, a Manuel, mi compañero, le tocaba ir adelante. Nosotros nos turnábamos en función de nuestras habilidades. Él me hizo un aseguramiento con cuerdas por ser un lugar peligroso. Esperé a que él subiera. Tuve que esperarlo por cierto tiempo, con mucho frí­o. No me hací­a señal para subir. Llega un momento en que yo halo la cuerda, para ver si estaba tensa, y decido subir por mi cuenta. Total que veo que la cuerda entra en una grieta. Cuando me asomo, veo a Manuel lleno de sangre. Habí­a perdido sus lentes y yo me pregunté “¿Qué pasó?” y resultó que le habí­a caí­do un bloque de hielo encima de donde él habí­a estado atornillado.

Él estaba amarrado al bloque de hielo, que cayó con él y lo golpeó. El bloque le rompió las costillas y habí­a un detalle, se decí­a que quien pasara por la plana rocosa, no podí­a regresar ya que era muy peligroso y habí­a que salir por arriba. Pero él no podí­a seguir. Tuvimos que bajar por donde supuestamente no se podí­a. Fue bastante complicado y pensamos que nosotros podí­amos inclusive haber muerto. Pero nos ayudaron unas personas que vieron nuestra luz en la noche y por suerte todo terminó feliz.

-¿Cómo hace para manejar con calma esas situaciones y después volver a emprender esos viajes?

Entrenamiento. Las emociones, está comprobado,  se entrenan. Tú entrenas la ira, entrenas el miedo, entrenas el odio y entrenas el amor. Entrenas la felicidad, todo se entrena. ¿Cómo se entrenan? Haciéndolo todos los dí­as. ¿Por qué tú sales a correr, con una rodilla que te duele? Porque sabes que le hace bien a tu cuerpo. ¿Duele? No importa, la rodilla es mí­a, yo le digo qué hacer. Yo me entreno y la montaña tiene esa ventaja, que siempre te exige. Yo rindo mucho en alta montaña, debe ser porque soy delgado, no peso mucho y no consumo mucho oxí­geno. Pero siempre tienes que hacer un esfuerzo. Al entender que tu cuerpo es capaz de, por ejemplo, caminar por 14 horas, podrás entender de lo que eres capaz como persona.

Y lo otro que aplico es la calma, porque me he dado cuenta que la única manera de controlar tus emociones es estando tranquilo, porque sino tus emociones se transforman en el arma que puede acabar contigo en cualquier momento. Cuando el miedo se convierte en pánico es letal. Cuando la rabia se transforma en odio es letal. Cuando la protesta es irracional, es letal. Por eso hay que entrenar bastante, tanto lo fí­sico, como lo mental.

Se podrí­a considerar al habitante de las cumbres del mundo como la versión excursionista del Maestro Yoda de La Guerra de las Galaxias: es reflexivo, espiritual y poseedor de un conocimiento amplio de su área de experticia. Pero todo maestro fue en algún momento aprendiz y requirió de una gran influencia en su vida. Y en el caso de Autiero, esa influencia fue Maurice Herzog.

El operador turí­stico se encontraba justo por graduarse de Ingenierí­a Civil de la Universidad Central de Venezuela y trabajaba en el Ministerio de la Juventud como director de Campamento, cuando el ministro de la Juventud para el momento, Charles Brewer, lo invitó a almorzar para presentarle a Herzog, quien llegó a ser el director de la primera expedición mundial a una montaña de 8000 metros y ministro de la Juventud en Francia. Autiero narra que el almuerzo se realizó en el Country Club y que se sorprendió al conocer a aquel que era considerado una eminencia en el montañismo, además de notar que le faltaban los dedos de una de sus manos.

Al fanático de las alturas le fue encomendada la tarea de llevar a Herzog a la Sierra Nevada y de regreso de ese viaje que le resultó todo un honor, fue que el francés le inculcó la máxima por la que se rige en su vida y que a la vez trata siempre de promover a los otros: hacer lo que le gusta. Herzog logró conseguirle las referencias necesarias para que estudiara y se graduara en Francia de guí­a de turismo.

Autiero es un hombre que “todos los dí­as tiene un sueño nuevo” y actualmente los sueños más intensos que carga están enfocados hacia el bienestar de Venezuela, la graduación de sus hijos menores y el continuar subiendo montañas. Incluso, concibe a la muerte como el “detenimiento de los sueños”. De manera clara asegura que vivirá 107 años, ni uno más, ni uno menos; solo porque le provocó vivir hasta esa edad, en la que tiene la certeza de que morirá dormido. En su estilo de vida sigue al pie de la letra lo que él llamó la obligación de un montañista en tiempos de crisis: “subir las mejores montañas y decir ‘las cosas que tú te propongas sí­ las puedes hacer’”.

Pero más allá de la montaña, los hobbies de este explorador son la lectura, de la cual tiene especial gusto por la poesí­a, la escritura y el escuchar música electrónica. También tiende a realizar frecuentemente la meditación, porque de hecho, si bien fue bautizado por la religión católica, Autiero es practicante budista. Al haber dado las recomendaciones alimentarias que considera fundamentales para la realización de excursiones, resaltó la importancia de los carbohidratos y confesó que es vegano y que una de sus comidas favoritas es la hindú.

Nepal no ha sido solo el hogar que recorre “ya prácticamente por obligación”, sino que también fue el lugar del mundo en el que conoció a su actual esposa. Admite que quizás fue gracias al encanto de Gorki, un duende de la montaña, que llegó a conocerla en uno de los campamentos base del Himalaya. El explorador comenta que siempre ha contado con el apoyo de su familia para seguir con su pasión e incluso ha subido el cerro en varias oportunidades en compañí­a de sus hijos.

La manera en que el habitante de las cumbres del mundo desea invitar a los demás a que conozcan su lugar natal es a través del eslogan “Escala tu montaña, escálate a ti”.

-¿Y usted dirí­a que se ha escalado a sí­ mismo?

-Estoy en eso, es muy difí­cil. Cada dí­a que me descubro más, descubro que soy más complicado. Pero eso es chévere, porque la escalada se hace más interesante.

En el futuro cercano, Autiero se dirigirá a Pichincha, en Ecuador, y también a su querida Nepal. Tiene pensado escribir un libro referente a su experiencia en el montañismo, aunque ahora la persona designada como su editor no se encuentre en el paí­s. Además quiere desarrollar el proyecto Senda para promover a la montaña como un instrumento de liderazgo. Sea donde sea que se dirija, este peculiar personaje de las cumbres del mundo llevará en su espalda a su equipaje indispensable: instinto y fuerza para lo espiritual, resistencia y descanso para lo fí­sico.

Ainara Guevara es estudiante de la Universidad Monteávila

Marí­a Belén Mendoza es estudiante de la Universidad Monteávila

Albany Hernández es estudiante de la Universidad Monteávila

Un comentario sobre “Alfredo Autiero, el habitante de las cumbres del mundo

  1. Hola. Después de escuchar entrevista radial con Lozinsky quise saber más de esta persona. Importante en la vida es trabajar en lo que te gusta, pero también ser el mejor.

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