Alicia ílamo Bartolomé.-
Venezuela está viviendo un momento estelar y doy gracias a Dios por estar aún viva -aunque nonagenaria- para gozarlo y convertirme yo misma en testigo presencial de una página de nuestra historia contemporánea. Conocí a Juan Vicente Gómez, lo recuerdo bien y aquí estoy ahora conociendo a Juan Guaidó. Nada tiene qué ver el uno con el otro, el primero es un hecho y un pasado real, el segundo un presente y la incógnita de un futuro. Pero ambos están en los extremos de mi vida: nací en vida de Juan Vicente Gómez y espero morir en vida de Juan Guaidó.
No creo en mesías, tenemos uno y está sobrado: Jesucristo. Creo en la concomitancia de procesos y personas. Mamá decía sentenciosamente: La circunstancia da al hombre. Parece muy cierto para épocas pasadas, en sociedades limitadas aún por el estado de su desarrollo. Hoy, con el gran avance de la tecnología y la globalización -y quién sabe cómo será en el futuro- yo diría: Un proceso desemboca en una circunstancia y en ésta aparecen los hombres en equipo. Para mí Juan Guaidó no es mesiánico ni de lejos, es el resultado de un proceso y parte de un equipo. Si no se siente y se mantiene así, se equivocará, aunque luce sensato y suficientemente inteligente para evitarlo.
Por supuesto que hay personas con nombres y apellidos que han contribuido desde los diferentes niveles de la oposición, que han trabajado para llegar a la circunstancia que estamos viviendo; unos ostensiblemente, otros, a bajo perfil y muchos inadvertidos, dentro y fuera del país. Por eso me he opuesto siempre a orquestar críticas y comentarios negativos sobre ciertos opositores que de repente caen en la mala opinión que corre por las redes y la gente la toma como el Evangelio, cuando su más segura base es el chisme. Aun en el caso de que alguna vez se trate de una verdad, siempre es un atentado contra la unidad, que es lo que debe prevalecer para lograr el triunfo de un cambio político.
Sin embargo, si es importante esa labor de hormigas que han hecho estos opositores, no lo es menos y quizás más, el proceso de transformación del pensamiento, la voluntad, la actitud, la comprensión del hecho político y el espíritu de lucha del pueblo venezolano. En una palabra y aunque no nos guste mucho: su maduración. Ha costado bastante y quizá sea lo único positivo de 20 años de ignominia. Parecía aplastado, adormecido, sometido, entregado, con una pasividad desesperante y, de repente, como bombona de gases de un horror acumulado, ha estallado por el punzón de un joven líder desconocido que llega, en aparente carambola, a la presidencia de la Asamblea Nacional y, por fuerza de los acontecimientos, a presidente constitucional encargado de la República de Venezuela.
Y he aquí la concomitancia citada al principio. Concomitancia que debemos enriquecer y robustecer todos y cada uno de nosotros en bloque monolítico y solidario con los nuevos dirigentes políticos. ¿Cómo? Cada quien cumpliendo con su trabajo a cabalidad, que es su misión para reconstruir el país, sin desmayo, ni desinterés, ni pereza. Cada quien en su sitio, manteniendo la esperanza y contagiándola. Â Sólo así Venezuela recobrará su libertad y lozanía.
*Alicia ílamo Bartolomé es Decana fundadora de la Universidad Monteávila