Grismar Hernández.-
El Caracazo es recordado por los venezolanos como un momento de tensión, violencia, saqueos, miedos y desesperación, sobre todo para aquellos que vivían en las cercanías del centro de Caracas. Este año se cumplen 30 años de este hecho y quienes lo recuerdan lo definen como una situación “terrible”.
Abigail Matos, quien vivía a dos cuadras de Miraflores, cuenta su experiencia y explica que ese día se encontraba en su trabajo al este de la ciudad, en el colegio Los Samanes, por la situación tuvo que llevar a una de sus alumnas cfon sus padres y  a una compañera de trabajo que vivía en La Pastora.
“Cuando llegamos a la Andrés Bello nos encontramos unas tanquetas y muchas piedras, tuve que meterme por otro lado para dejar a mi amiga, cuando la lleve cerca de su casa, casi no me dejaban pasar porque ya la gente estaba loca por saquear y le cayeron a golpes al carro, también en ese momento ya había heridos y me pedían que los llevará”, explicó Matos.
Los saqueos fueron unas de las cosas que marcaron el Caracazo, la gran cantidad de negocios afectados dejaron una pérdida total de hasta 3 mil millones de bolívares, según cifras anunciadas en ese momento. Matos aseguró que ella fue testigo de cómo se llevaban grandes cantidades de productos de los supermercados, que iban desde comida hasta artículos de limpieza.
“Yo veía cómo con una grúa le metían el gancho a la santamaría de un auto mercado que teníamos al frente, con eso le arrancaron la puerta y la gente se metió como loca y de allí salían hasta cortadas porque se empujaban, eran multitudes, para robarse la mercancía”, comentó.
“En ese entonces yo estacionaba mi carro en la calle, ese día no encontraba donde estacionarme porque era tanta la multitud y la gente desaforada que solo querían asaltar todos los negocios, que no me dejaban estacionar en ninguna parte, yo pensé que me querían quemar el carro”, recordó la mujer.
El día 28 de febrero cuenta Abigail que había una tensa calma y decidió ir junto a su compañera a buscar algunas cosas al trabajo, se encontraron con unos guardias y en ese momentos comenzaron a aparecer ráfagas de disparos y ellas quedaron en el medio, para salir de la zona de peligro dieron la vuelta y casi arrollan a un policía.
Encontraron una especie de garage con techo de zinc y se colocaron debajo del carro. “Estuvimos como dos horas debajo del carro porque como el techo era de zinc, las balas caían encima, eso fue de terror”, expresó Matos.
En el caso de Yraida González, que tenía 21 años de edad, y era estudiante de la Universidad Central de Venezuela, se disponía a regresar a su casa en San Agustín del sur, cuando se encontró con los hechos del Caracazo.
“Vi un montón de gente en la calle y comenzaron a cerrarla y a mí se me hizo imposible cruzar para llegar a mi casa”, así que decidió tomar otro autobús y el único que encontré se dirigía al centro”, dijo González. El autobús no los pudo llevar muy lejos, se tuvo que quedar en la plaza Miranda.
En ese lugar, por lo confuso de la situación, González y otro grupo de personas se resguardaron en un edificio en el que estuvieron por unas seis horas hasta que los sacaron; sin embargo, como era muy entrada la tarde intentaron negociar con los conserjes para que los dejaran quedarse, pero no los dejaron.
Al salir de aquel edificio Yraida tuvo que caminar desde la avenida Baralt hasta muy cerca de Colegio de Ingeniero donde vivía su hermana, en todo el trayecto asegura que pudo ver cómo las personas se metían en los negocios y los saqueaban.
“Mi mayor miedo era que iba sola y había poca gente en la calle, todos caminaban, y claro, estaba muy asustada, luego de todo lo que pasó yo me sentía como cuando la gente está de luto, pasé una semana pensando que lo ocurrido podía volver a pasar”, explicó González.
Como terrible también calificó esta jornada Driamy Espinoza, quien el 28 de febrero debió salir escoltada por funcionarios armados al salir de un edificio oficial, ubicado en la Plaza Miranda, en el centro de Caracas. El día anterior trabajó medio tiempo, ya que el comienzo de los disturbios la obligaron a retirarse temprano a su casa, en Bello Monte.
“Ya en la tarde del 27 me enteré que habían matado a una estudiante. Yo fui a una reunión con unos distribuidores en la mañana . A la hora nos sacaron. Ya había saqueos generalizados en el centro y El Cementerio. Nunca había vivido una situación así. La gente golpeaba el carro, y tanto el chofer como el otro oficial iban con sus armas en las manos, mostrándolas a la gente”.
La ingeniera recuerda que hacia Bello Monte, este de Caracas donde vivía no se presentaron mayores inconvenientes, sí muchas personas subiendo a la morgue, a donde llegaban los cadáveres de las jornadas anteriores.
“Las personas que vivían cerca de la morgue decían que el olor era horrible. También recuerdo ver las carrozas fúnebres con los ataúdes y los puestos de la Cruz Roja para donar sangre”,
Hasta hoy se desconoce el número exacto de víctimas. En el Cementerio del Sur se encuentra un monumento con el resto de más de 50 personas que aún no son identificadas, mientras instancias como Cofavic resguardan a familiares que aún no conocen el paradero de sus seres queridos. El Caracazo no solo dejó horror y violencia, también sembró desconcierto y silencio.
*Grismar Hernández es estudiante de la Universidad Monteávila
Fotografías: Cortesía