Benjy

Francisco Blanco.-

Esto es un hecho de la vida real.

En el año 2013 fui a Mérida, para ser parte del jurado y miembro del grupo de ponentes del IV FICAIJ (Festival Internacional de Cine y Audiovisual Infantil y Juvenil). Llegué al Vigí­a una mañana, tomé un taxi, llegué al casco central de Mérida, de ahí­ a un hotel y ahí­ a esperar.

Yo no podí­a creer lo que estaba viviendo, estaba en una ciudad distinta, con los gastos pagos, con gente nueva, viendo pelí­culas y cortometrajes, hablando de cine y dando una conferencia sobre mi trabajo.

En el hotel habí­a mucha gente, me tocó una habitación en la planta baja, que tení­a la huella de un beso en el espejo del baño, cosa que habla del tipo de mantenimiento de ese establecimiento pero en realidad… no me importó. Me llamaron a la puerta. “En 10 minutos nos vamos Sr. Francisco, por favor póngase la franela del Festival”. En la cama habí­a un paquete de recibimiento con una franela color verde muy tenue, una carpeta, un par de bolí­grafos, 4 hojas tamaño carta, una libreta y dos dulces abrillantados: uno con forma de fresa y otro con forma de limón, todo con “Camarí­n”, el logo del festival. Me cambié y salí­.

Llegamos al museo de ciencias. Me uní­ a la multitud que tení­an franelas con Camarí­n, los pequeños las tení­an amarillas, los adolescentes anaranjada, los adultos verde muy tenue y los organizadores, blanca. Hicimos el recorrido por el museo cientos de personas, un auténtico enjambre de franelas coloridas fuimos de punta a punta del museo, yo sin conocer a nadie bromeaba con todo el mundo, estaba muy contento con todo lo que estaba ocurriendo, el cine me llevó hasta allí­.

Llegamos a un gran salón donde nos organizaron por color de franela, estaba sentado entre dos señores mayores. Uno era argentino que tení­a la camiseta del Diego y sobre ella la del FICAIJ, esa fue la primera vez que vi a Carlos (Él tiene una historia verdaderamente increí­ble, pero no es esta). El otro era un cubano que tení­a un cabello rizado gris claro que se le uní­a con una barba completa muy tupida casi blanca, tení­a lentes y una guayabera marrón clara, abierta completamente, para que se viera su franela de FICAIJ, esa fue la primera vez que vi a Pablo (Él tiene una historia verdaderamente increí­ble, pero no es esta).

Nos hicieron presentarnos a todos, primero los chicos, luego los adultos. Se presenta Carlos, me presento yo, se presenta Pablo, una muchacha que vení­a de Brasil y, de pronto, uno de los organizadores toma otro micrófono y empieza a traducir al español lo que un hombre justo detrás de mí­ comienza a decir, y dice: “Hola, soy Benjamí­n, soy de Suráfrica, y mi cabello es así­ porque soy primo de los leones”. Era un hombre negro, delgado con el cabello por los hombros poco abundante y de color gris oscuro, tení­a una camisa manga larga verde que hací­a juego con el verde muy tenue de su franela, unos lentes de sol espectaculares y una gran sonrisa, esa fue la primera vez que vi a Benjy.

Los dí­as pasaron viendo pelí­culas y cortometrajes, comiendo es restaurantes y cerrando los bares de la ciudad con la cuenta del festival, las conversaciones de sobre mesa eran divinas, las tertulias terminaban en trivias cinematográficas de referencias rebuscadas sobre Mélií¨s, los hermanos Cohen o Assayas. Comenzó el ciclo de ponencias todas en la sala A del multicine del Centro Comercial Las Tapias y cada quién dio lo mejor de sí­, Carlitos habló de su organización, Pablito habló de su investigación y su libro, la brasilera habló de no sé qué, yo hablé de tesis, y el último dí­a, el último ponente fue Benjy.

Almorzamos todos juntos como ya era nuestra costumbre, yo estaba muy entusiasmado por ver la historia de Benjy, habí­a estado hablando con él durante todo el festival sirviéndole de traductor y respondiendo a todas las preguntas que tení­a sobre Venezuela, la ciudad, la juventud y sobre mí­.

Entramos a la sala y nos recibió un coro africano nu-wave de música de fondo y en aquella gran pantalla donde dí­as atrás mostré mi prezi, corrí­a una secuencia de fotos documentales en blanco y negro de lo que pude intuir que eran chicos africanos. Al cabo de cinco minutos Benjy dice: “Me van a disculpar pero aun no estoy listo, denme diez minutos” al cabo de dos minutos la música fue entrando en un muy sutil fade out y de la nada y sin presentación Benjy comenzó a hablar.

Lo siguiente es una paráfrasis de mis recuerdos

“Estos chicos de las fotos son mis amigos, mi familia, la gente de mi cuadra, estos chicos soy yo… Yo quise ser actor y me formé en el Drama Center de Londres, pero llegar allá no fue sencillo, tuve que cruzar la frontera con un coyote y hasta Zimbabue y ahí­ mover unos papeles para tener otra nacionalidad y poder llegar a Inglaterra… esto lo hice porque en mi paí­s era un esclavo y viví­ así­ la mitad de mi vida”.

Benjy habló muy brevemente de su tiempo en Londres y de su compañero de clases Pierce Brosnan. Se centró en la necesidad personal que tení­a estando fuera de su paí­s de regresar y hacer algo, como de hecho lo hizo un par de semanas después de graduarse, pasando de ser un hombre libre fuera de su paí­s y ser un esclavo en el suyo.

Logró como se logran las cosas, levantar un centro juvenil donde se enseñara teatro y cine. Benjy decí­a en su ponencia que centro tuvo que ser forzosamente itinerante por las trabas legales que el sistema le imponí­a, que iba de pueblo en pueblo con talleres de formación y así­ conocí­a la realidad de su paí­s que desde las faldas del Cabo no podí­a ver, que era recomendación que le hací­a constantemente su amigo Steve Biko antes que el gobierno lo matara a palos. Tení­a que aprender los dialectos de las tribus para hablarles de tú a tú a los demás, para tratarlos como personas y no como cosas. Benjy muchas veces estaba solo porque sus compañeros caí­an presos, o se desligaban del proyecto por miedo a represalias.

Benjy consiguió su libertad en 1994 cuando ganó la presidencia Nelson Mandela, se pudo sacar su pasaporte, tuvo el derecho a una identificación y al libre tránsito por el mundo, cosa que no hizo, porque su primer trabajo de hombre libre fue realizar un libro que mostrara estrategias ligadas al mundo de las artes escénicas que ayuden con la prevención del sida en comunidades marginales de Sudáfrica, y al terminarlo se lo dio al mismo Nelson Mandela en sus manos para que el nuevo gobierno le diera fondos para su centro juvenil.

La ponencia terminó y todos nos quedamos igualmente estáticos, conmovidos, extasiados… aniquilados.

Al dí­a siguiente me fui con Benji al Vigí­a para tomar un avión a Caracas, tuve que explicarle a la señorita del mostrador que mi compañero no necesitaba cédula venezolana para abordar porque tení­a su pasaporte, cosa que a ella le costó entender, volamos a Caracas mientras hablando de proyectos, de ideas y de planes, llegamos a Maiquetí­a y lo llevé hasta su hotel porque a la tarde siguiente salí­a su vuelo a Parí­s, le expliqué que este señor era estrictamente vegetariano, pagué sus comidas y un taxi al aeropuerto, le di un abrazo y me monté en el taxi.

El taxista me preguntó: “¿Quién es ese gringo?”. Yo le dije, que era de Sudáfrica y que fue esclavo hasta que cumplió 30 años, y el taxista me dijo: “bicho un esclavo… Noj!·$%&aaa y aquí­ hay gente que se queja porque no consigue mantequilla”.

*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila

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