Francisco Blanco.-
Esto es un hecho de la vida real.
Desde que tengo uso de razón me han gustado las artes marciales, mi niñez toda era ver las tortugas ninjas y jugar con los muñecos de esa franquicia que tenía en casa. Es un gusto capaz genético, capaz infundado, lo cierto es que dos de mis primos mayores son artistas marciales, hicieron de ese deporte su vida, su marca personal y su legado, ellos comenzaron ese mundo influenciados por mi papá que practicó artes marciales cuando era joven y él como buen joven occidental de los años 70 estaba absolutamente extasiado con las películas de los hermanos Shaw como “La cámara 36 del templo shaoling”, “El maestro borrachón”, “Los cinco dedos mortales”, entre otros, pero sobre todo por las películas de Bruce Lee, pero no cualquier película de Bruce Lee, era “Operación Dragón”
Tenía 9 años y para ese entonces todos mis disfraces eran de ninja, aluciné un día que encontré hurgando en el cuarto de los peroles una Katana, unos Sai, unas Tonfas, unos Nunchakus y unos Shuriken, (todas armas ninjas, de echo las que tenían las tortugas ninjas) que, por alguna razón, papá tenía guardadas y yo obviamente aluciné.
Mi cosa más preciada era una franela blanca en donde mi primo mayor me dibujó un ninja blanco, haciendo referencia a los chicos buenos en la película “Octagon”, de Chuck Norris, y recuerdo que me dijo: “Es blanco porque es un ninja bueno, nosotros somos los ninjas buenos Francisco, porque ese es nuestro apellido”. Mi espacio preferido en casa de mi abuela era el cuartico donde estaban los trofeos de Karate de mis primos.
En esa época mi papá me inscribe en una escuela de Karate cerca de casa con un Sensei (Maestro) que llegó a Venezuela en los años 60 de Japón, su nombre es Katsuya Hishiyama, yo cuando me vi a mi mismo ahí, en el dojo (lugar de entrenamiento) con el tatami de madera (piso para practicar Karate) con afiches de caracteres japoneses y con el único japonés de casi dos metros de altura enseñándome karate yo estaba listo para ser una tortuga ninja.
Una navidad, el niño Jesús me trajo dos películas de VHS, “El Libro de la Selva” y “Operación Dragón”, obviamente mi papá y yo la vimos de inmediato. Esa película cuenta la historia de un detective del cuerpo de la policía federal China que investiga una red de tráfico de opio, que tiene su génesis en un magnate que en su isla privada ofrece un torneo de artes marciales, al que asisten los mejores del mundo.
Mi papá me contaba en la medida en que veíamos la película quiénes eran los actores que para la época eran los mejores karatecas del mundo. Uno de mis personajes favoritos era un hombre afroamericano con el cabello afro típico del movimiento Panteras Negras, él era Jim Kelly, una de las figuras más prominentes del Karate en Estados Unidos, él ya tenía una carrera por su cuenta en el cine con su película “Black Belt” una perfecta representante del género blacksplotation como “Superfly”, “Blackula” o “Coffy”.
Años pasaron, llegué a cinturón negro en el karate, me retiré, comencé la universidad, me gradué y más nunca volví a ver “Operación Dragón”. Un día mi papá la consiguió en BlueRay y la vimos, yo me sentí como aquél 25 de diciembre.
Tengo cinco meses sin ver a mi papá, él y mi mamá por circunstancia ajenas a nuestra voluntad se fueron del país, yo he estado buscando en los rincones de la casa vacía que alguna vez fue mi refugio, papeles y documentos importantes que me están pidiendo desde la distancia.
Mis papás me dieron permiso para abrir un archivador azul que por 27 años vi en la casa pero nunca abrí porque no se me tenía permitido, para buscar unas cosas que ellos necesitaban, allí hay un apartado que dice “Documentos Javier” y lo primero que veo es un programa de un campeonato de Karate que se celebró en el poliedro de Caracas el 18 y 19 de octubre en el 78, con la foto del venezolano Marcelo Planchart en la portada, lo abro se ve una foto de Jim Kelly con una leyenda que dice: “Este campeonato contará con la participación del sensacional Jim Kelly gran as de las Artes Marciales y estrella de la películas Operación Dragón y Cinturón Negro” con una firma y pegado tras el programa una foto del mismísimo Jim Kelly, el Black Belt en persona, que le toma mi papá con su cámara Hasai Pentax de rollo, que revelara en algún lado de la ciudad para que yo años después la encuentre.
*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila