El proteccionismo y sus mitos (I)

Rafael J. Avila D.-

Este artí­culo podrí­a subtitularse “a propósito de Trump, Kim, los chinos y sus guerras comerciales”, pues trata de analizar al proteccionismo y la economí­a polí­tica que en él subyace. Pero en realidad, para ser justos, no se trata sólo de Trump o los chinos, o dicho de otra manera, no se trata de una innovación que en polí­tica estén haciendo el presidente estadounidense o sus “rivales” asiáticos; se trata de la tí­pica y antiquí­sima predica populista.

El libre comercio se basa en el intercambio voluntario, la división del trabajo y la libertad individual. Para superar la escasez, las personas desde tiempos inmemoriales aprendimos, descubrimos, que la forma más eficiente es especializándonos en algo en lo que tengamos ventaja comparativa (división del trabajo), y luego intercambiándolo por aquello que necesitemos.

En esa transacción, si es libre y voluntaria, ambas partes ganan. Si alguna de las partes sintiera que pierde, pues simplemente no accede al intercambio. Si pretendiéramos proveernos nosotros mismos de todo lo que necesitamos (la autarquí­a), pues simplemente no nos harí­amos prácticamente nada.

Detenerse un minuto y pensar que nuestros ancestros, hasta hace poco más de doscientos años, pasaban gran parte del dí­a trabajando la tierra y el ganado, y prácticamente se lo hací­an todo, y esto era básicamente sólo alimento y vestido; y que hoy en dí­a de todas las cosas que usamos y de las que nos alimentamos o vestimos, prácticamente ninguna la hemos hecho con nuestras propias manos, si no que las hemos intercambiado por aquello en que nos especializamos y ofrecemos a la sociedad.

Esto es sorprendente: nuestros ancestros trabajaban y prácticamente accedí­an sólo a alimento y vestido; y nosotros, ni siquiera tenemos que saber producir alimentos o vestido, y accedemos a infinitud de cosas más.

La autarquí­a nos conduce a la pobreza y a vivir en niveles de subsistencia, como nuestros ancestros generalmente viví­an. La especialización y el comercio elevan nuestro bienestar económico, nos ayudan a superar la pobreza. Y esto es algo natural y espontáneo: somos interdependientes, nos necesitamos unos a otros.

Por lo tanto, cualquier práctica que limite el libre intercambio entre las personas, y así­ entre pueblos, naciones y paí­ses, sólo afectará a ambas partes, negándoles acceder a mejores niveles de vida, y postrando la generación de riqueza, única forma de superar la pobreza.

Y en este punto están de acuerdo la gran mayorí­a de los economistas, desde antes de Adam Smith hasta hoy en dí­a, aunque algunos de ellos, cuando dejan de ser académicos y son más polí­ticos, opinen distinto o recomienden prácticas proteccionistas, mercantilistas.

El economista Paul Samuelson comenta: “El libre comercio promueve una división del trabajo regional mutuamente rentable, realza el producto nacional real potencial de todas las naciones, y hace posibles mayores niveles de vida en todo el mundo”. Adam Smith es el defensor más articulado del libre comercio en la historia.

Mientras el comercio sea voluntario, ambos socios comerciales se benefician inequí­vocamente. De lo contrario no intercambiarí­an. La compra de una botella de agua, por ejemplo, demuestra que el comprador valora la botella de agua más que el dinero gastado en ella. El vendedor, por otra parte, valora el dinero que recibe más que la botella de agua que entrega. Por lo tanto, ambos están en mejor posición después de la venta.

Por otra parte, no importa si el vendedor de la botella de agua es de los Estados Unidos o de China, o de Colombia, o de cualquier otro lugar. El intercambio libre y voluntario siempre es mutuamente beneficioso.

El libre comercio amplí­a la elección del consumidor, le permite acceder a más opciones, y, mediante la competencia, da incentivos a los negocios para mejorar la calidad del producto y reducir los costos, para ser más eficientes. Al aumentar la oferta de bienes, la competencia internacional ayuda a mantener bajos los precios y restringe los monopolios internos, y esto sin duda beneficia al consumidor, a la mayorí­a, al ciudadano de a pie, al que dicen defender y proteger los polí­ticos.

Unos productores nacionales podrí­an, por ejemplo, desear monopolizar el mercado, pero no podrí­an hacerlo debido a la competencia extranjera, si la hubiese, lo que ayuda a mantenerlos innovando. Así­, el caso del libre comercio es el caso de la competencia, bienes de mayor calidad, crecimiento económico y precios más bajos.

Por el contrario, el caso del proteccionismo es el caso del monopolio, los bienes de menor calidad, el estancamiento económico y los precios más altos. Los costos del proteccionismo para los consumidores son enormes.

Gracias al proteccionismo (aranceles y cuotas de importación) los bienes importados se encarecen: el consumidor paga más por un bien y el productor doméstico puede cobrar más por sus bienes; es decir, hay una transferencia de bienestar, o un subsidio cruzado, del consumidor al productor local, pero hay una pérdida de eficiencia o bienestar en la sociedad como un todo, que hace que al final estemos en peor situación, pues es mayor lo que pierde el consumidor que lo que gana el productor con la protección. Pero es más visible lo que gana el productor local que lo que pierde el consumidor, y por ello el statu quo se mantiene.

El libre comercio aumenta la riqueza (y las oportunidades de empleo) de todas las naciones al permitirles capitalizar sus ventajas comparativas en la producción. Por ejemplo, los Estados Unidos tienen una ventaja comparativa en la producción de alimentos debido a su vasta tierra fértil y tecnologí­a y mano de obra agrí­colas superiores. Arabia Saudita, por otra parte, no tiene una tierra que se adapte bien a la agricultura.

Aunque Arabia Saudita podrí­a concebir un riego masivo para volverse autosuficiente en la producción de alimentos, es más económico para los saudí­es vender aquello en lo que tienen que una ventaja comparativa (petróleo) y luego comprar gran parte de su comida de los Estados Unidos y otros lugares.

De manera similar, los Estados Unidos podrí­an volverse autosuficientes en petróleo al extraer más de los esquistos (shale oil) y arenas de alquitrán. Pero eso serí­a mucho más costoso que si los Estados Unidos siguieran comprando parte de su petróleo de Arabia Saudí­, de Venezuela y de otros lugares.

El comercio entre los Estados Unidos y Arabia Saudita, o cualquier otro paí­s, mejora el nivel de vida de los ciudadanos de cada uno. Si no se permite ese libre intercambio, se estará beneficiando a unos pocos a expensas de la mayorí­a, a expensas del ciudadano de a pie.

La ética del libre comercio

El proteccionismo no sólo es económicamente ineficiente, también es inherentemente injusto. Es el equivalente a un impuesto regresivo, colocando la carga más pesada sobre aquellos que menos pueden pagarlo. Por ejemplo, debido a restricciones a la importación en la industria del calzado, los zapatos son más caros.

Debido a restricciones a la importación en la industria del automóvil, los vehí­culos son más caros. Esto impone una carga proporcionalmente más grande a la familia que tiene bajos ingresos por año, que a la familia que tiene ingresos superiores anualmente.

Además, los beneficiarios del proteccionismo suelen ser más ricos que aquellos que asumen los costos. Los salarios en las industrias fuertemente protegidas son más altos que el salario promedio en el resto del sector determinado. El proteccionismo, en otras palabras, es el bienestar de los ricos.

El proteccionismo también entra en conflicto con los objetivos humanitarios de la ayuda externa al desarrollo. Hay gobiernos que gastan miles de millones de dólares anuales de sus contribuyentes en ayuda externa a los paí­ses en desarrollo. Muchos de estos programas son contraproducentes porque simplemente subsidian las burocracias gubernamentales en los paí­ses receptores.

Pero ¿de qué sirve intentar ayudar a los ciudadanos de esos paí­ses si los bloqueamos del libre mercado con el resto del mundo para sus productos? El proteccionismo ahoga el crecimiento económico en los paí­ses en desarrollo, dejándolos aún más dependientes de las ayudas de los gobiernos foráneos. Es mejor ayuda para todos propiciar el libre comercio entre paí­ses, que los beneficios que puedan producir las dádivas.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. Seguiremos disertando sobre el proteccionismo en el próximo artí­culo. Entender de economí­a polí­tica, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué no cambia y por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

*Rafael J. Avila D. es Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas, Universidad Monteávila

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma