Francisco Blanco.-Â
Poco esperaba yo lo que me ocurriría el viernes pasado. Una mañana normal, un día normal y una tarde donde me llené de alegría, completamente conmovido sentí que mi alma respiró, que mi espíritu salió de mí y se pareció a la eternidad.
Tenía esa edad detestable y escuché a mi mamá decir “Yo estoy enamorada de mi profesión”.
(No lo olvidé jamás)
A los 16 años yo no quería saber nada de la vida. Tenía esa diapsalmatapegostosa y terrible, abierto a la nada y negado al todo me hallé en la cocina de casa, hablando con mi mamá sobre mi futuro, qué estudiar, ella en su envidiable practicidad hizo un recuento de mis fallas escolares, y me las mostró como virtudes vocacionales y me dijo que sería un buen profesor.
Poco esperaba yo lo que me ocurriría ese lunes en la mañana cuando entré a la Universidad por primera vez, y en mi primera clase, el profesor se quedó callado… yo, incómodo por el silencio pregunté cualquier tontería.
4 años después di mi primera clase, las ideas se ordenaban solas en mi mente, mi voz fluía con ellas, me movía con propiedad, dominaba mi espacio… fue mágico, sentí ahí algo nuevo, mi espíritu salió de mí y se pareció a la eternidad.
Me gradué.
Trabajaba en un colegio, sinceramente no pueden caber tantos momentos gratos en un simple documento de word.
Conseguí una entrevista en una universidad (hasta la fecha no sé por qué siempre dije que quería dar clases en una universidad) fui, cinco años después entré a dar clases. No se me ocurrió otra manera de comenzar que quedarme callado, así como me lo hicieron a mí, estaba aterrado, nervioso como el que más, pero todo se dio con el orden de las cosas buenas.
Almorcé con desconocidos, no conocía a nadie y por eso me fui a mi carro a dormir, un par de clases más y cuando salí de la última, aula 25… 6:00 pm, afuera, en un poste, parado allí, viéndome, vi a un búho.
Si fue una señal no lo sé, pero el impulso anímico de esa rareza de la naturaleza me hizo sentir muy feliz, me llenó de un ímpetu sin precedente, estaba en el lugar correcto.
Pasaron cinco años, y llegó el viernes pasado.
Una mañana normal, un día normal… para todos, menos para los que terminaban ese día la universidad, yo me uní a esa alegría, mis primeros alumnos, terminando un ciclo, ya profesionales, comencé con ellos, aprendí con ellos y crecí con ellos.
Esa tarde en medio de la farra tradicional de ultimo día, con una sorpresa muy agradable me nombraron padrino de promoción, la sensación es verdaderamente inefable, un ramalazo de felicidad, un aluvión de alegría, no lo puedo creer… jamás lo hubiese esperado.
Para mí, así como lo fue para mi mamá, el oficio docente mueve pasiones muy profundas, que compensan las carencias típicas de la profesión, pero los detalles como esto, son sin duda los que te dicen “buen trabajo”, porque no importa lo terrible que pueda parecer el mundo, la satisfacción que se tiene a sentirse realizado con el trabajo es lo más parecido a la eternidad.
*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila