Emilio Spósito Contreras.-Â
El cineasta japonés Akira Kurosawa (1910-1998) tiene entre otros méritos haber mostrado el alma de Japón. En este sentido destacan, entre sus obras, aquellas en las cuales los protagonistas son los bushi o samuráis: Los siete samuráis (1954), Trono de sangre (1957) o Ran (1985), son magníficas muestras de la esforzada vida de los caballeros japoneses, regidas por las inexorables normas del bushido, literalmente, camino del guerrero.
Resulta intrascendente preguntarse sobre el carácter moral o jurídico de tales normas, frente a instituciones como el sepukku, conocido en Occidente como haraquiri. Como también resultan inútiles, o hasta frívolas, muchas otras consideraciones foráneas, frente a las sencillas y concisas, pero no por ello menos hermosas, compilaciones de normas japonesas para los samuráis.
En un Occidente reducido a lo burgués o lo proletario, las olvidadas costumbres caballerescas resultan extrañas, en el mejor de los casos desconcertantes. Pero en Japón, desde el período Tokugawa (1603-1868), aún en el período Meiji (1868-1945), y después de los ataques atómicos norteamericanos a Hiroshima y Nagasaki (6 y 9 de agosto de 1945), las reglas del bushido son un verdadero código, giri, que en palabras del escritor Inazo Nitobe (1862-1933), son “el alma de Japón”.
En Japón el Derecho –normalmente relacionado a castigos o penas– se remonta a la restauración Meiji, antes de ella, la idea dominante era la de giri, lealtad, piedad filial, servicio abnegado a quien se debe. Identificar lo correcto, y no hacerlo, no es de caballeros, sino de cobardes o estúpidos. Aunque el sentido del honor y la vergí¼enza es esencial en el valor de giri, apegarse a lo correcto y desdeñar lo erróneo es una práctica personal que puede llegar a convertirse en natural.
Aunque originalmente dirigidas a la casta guerrera, después de abolido el feudalismo, el bushido inspiró el ordenamiento jurídico japonés: la Constitución de 1889: “…en virtud de las glorias de nuestros antepasados, y deseando fomentar el bienestar y desarrollar las facultades morales e intelectuales de nuestros […] súbditos…” (Preámbulo), así como el Edicto Imperial de Educación de 1890: “…Nuestros súbditos, por siempre unidos en la lealtad y la piedad filial, han ejemplificado de generación en generación la belleza misma…” (Preámbulo).
En la actualidad, aunque el roppo –cuerpo de las seis principales leyes japonesas a la manera de los cinco códigos napoleónicos–, puede clasificarse como parte del sistema jurídico romanista, en la práctica es innegable la influencia del espíritu japonés. Así, por ejemplo, en materia de Derecho Civil, la noción del ie, o familia japonesa, y la tendencia social, determinaron correcciones del marcado individualismo occidental. Y en materia de Derecho Procesal han debido privilegiarse la conciliación frente a los procesos judiciales, dado que los japoneses consideran vergonzoso ser citados a juicio.
Aun hoy, el bushido impregna la cultura japonesa, y explicaría su proverbial discreción, laboriosidad, lealtad y disciplina, que trasluce en el desarrollo del país y en la forma que enfrentan las dificultades.
En la versión de Thomas Cleary del Bushido Shoshinshu de Taira Shigesuke o Daidoji Yuzan (1639-1730) (traducción de Miguel Portillo. Kairos, 6ª edición. Barcelona 2012), pueden leerse las siguientes sentencias:
“El analfabetismo de los guerreros en tiempos de guerra responde a una razón. Pero no existe ninguna, de ningún tipo, para el analfabetismo de los guerreros en tiempo de paz…”.
“…la usurpación incompetente del liderazgo es el mayor ultraje que se le puede hacer a la clase guerrera”.
“…Maltratar a alguien que no puede defenderse es algo que a un valiente guerrero ni se le ocurre. Quien va más allá de donde está dispuesto a llegar un guerrero valiente es un cobarde”.
Las consecuencias de adquirir conciencia sobre el valor de los ideales caballerescos, pueden evidenciarse aun hoy en la sociedad japonesa. Las artes marciales como el kendo, el judo, el karate o el aikido –tan admiradas y practicadas en occidente– son expresiones de tal filosofía de vida, y pueden servirnos para recordar el tiempo cuando entre nosotros imperó la virtud como base del sistema jurídico y político.
*Emilio Spósito Contreras. es profesor de la Universidad Monteávila