Empresas y otras cosas | La justicia, la voz del deber

Hugo Bravo Jerónimo.-

La justicia se refiere a los deberes con los demás, con la sociedad en su conjunto. Foto: shkodra.news

En su Ética a Nicómaco, Aristóteles dice que hay tres motivos por los que se lleva a cabo la acción humana: el placer, el interés y lo justo (o lo que es adecuado). En otras palabras, podemos hacer las cosas porque nos gustan y nos apetecen; porque conviene a nuestros intereses; o porque pensamos que es lo que se debe hacer, lo que requiere las circunstancias. En términos prácticos esto significa que, por ejemplo, uno come porque le apetece, invierte su dinero pensando en que va a ganar más y ayuda a los demás porque siente que debe hacerlo.

Por lo tanto, tratamos bien a los otros, y cumplimos muchos de nuestros deberes porque nos parece que es lo que se debe hacer; no guiados por algún motivo egoí­sta. Esto es importante recalcarlo, dado que es propio del ser humano, ya que, la conciencia y la dignidad de la persona, hace que el hombre sea un animal moral. Aunque haya personas que creen que el ser humano es un animal más, por lo que se conducen como si fueran animales; buscando exclusivamente su provecho personal, viviendo según la ley de la selva, que es la ley del más fuerte: siempre que puedo, me aprovecho.

Por cierto, esta situación se puede explicar, en algunos casos, porque a estas personas les ha faltado una educación suficientemente humana. Y en otros casos, porque se han corrompido a fuerza de egoí­smo; al poner sus gustos e intereses constantemente por encima de todo. En cualquier caso, es difí­cil juzgar.

Lo interesante es que lo que hace a una persona honrada y justa es escuchar esta voz de la realidad que muchas veces nos pide obrar por encima de nuestros gustos e intereses. Lo que se suele llamar la voz de la conciencia, la voz del deber.

Lo justo y la justicia

Tenemos un sentido del deber, un sentido espontáneo de lo que es justo en cada momento. Hay muchos tipos de deberes. Comenzando por los deberes con uno mismo.

Cada persona tiene no solo el derecho sino también el deber de cuidarse fí­sica y espiritualmente, de desarrollarse como persona, desplegando las capacidades y aspiraciones que cada uno tiene. Hay un interés legí­timo que nos lleva a cuidar de nuestros bienes y posibilidades.

Todo esto es justo y bueno, siempre que esté compensado por lo que debemos a los demás. O como decí­a Cicerón: «No hemos nacido para nosotros mismos; una parte de nosotros nos la reclama la patria (o la sociedad) y otra, nuestros amigos (y nuestra familia)«. Y vale recordar que esto es así­ , porque el ser humano es un ser social, que convive; es decir que vive junto con otros.

Por esta razón, gran parte de nuestra vida y de nuestros deberes tiene que ver con los demás. De ahí­ proviene la virtud de la justicia; que es, según la definición clásica: «la firme voluntad de dar a cada uno lo suyo«. Y vale la pena aclarar, si bien es cierto que tenemos deberes para con nosotros mismos, que la justicia se refiere a los deberes con los demás, con la sociedad en su conjunto.

De acuerdo a los clásicos occidentales (griegos y romanos), la justicia es una virtud; esto es, una manera de ser que ha quedado impresa en el espí­ritu por repetición de actos buenos y libres. Cuando una y otra vez aceptamos la voz del deber y queremos cumplir lo que entendemos que es justo, por encima de lo que nos apetece y conviene.

Recordemos que la justicia es una de las virtudes clásicas (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), aunque segunda en importancia, necesita de las otras tres. Ya que, para ser justo hace falta la prudencia, que juzga lo que es bueno en cada momento; la fortaleza para vencerse; y la templanza para dominar las pasiones y gustos. Si no, uno se desviarí­a de lo que es justo porque no se atreverí­a o le darí­a pereza; siendo dominado por los impulsos.

Las definiciones de justicia

Los antiguos romanos, consideraban a la justicia como una virtud fundamental para la paz y feliz convivencia social.

Cicerón decí­a que la justicia es un «hábito del espí­ritu que, sin perjuicio del bien común, trata a cada uno con la dignidad debida» (De inventione). En otras palabras, que respeta lo que se debe a cada uno, a la vez que respeta lo que se debe al bien común, al bien de la sociedad.

Una persona es justa no sólo cuando alguna vez cumple con su deber sino cuando tiene la firme y constante voluntad de dar a cada uno y a toda sociedad lo que les debe.

De acuerdo al emperador Justiniano los preceptos del derecho eran: «vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada uno lo suyo» (Digesto).

Debemos tener presente que nuestra cultura se basa en cinco fuentes: la filosofí­a griega, el derecho romano, la caridad cristiana; y, además, nuestras instituciones democráticas y la ciencia moderna.

De todas ellas procede nuestra experiencia de cómo vivir humanamente, que es uno de los rasgos principales de la cultura. Y es importante recordarlo, porque hoy se le llama cultura a cualquier cosa. Cuando cultura significa, en realidad: «cultivo del ser humano». Por lo cual, lo que no nos hace más humanos no es cultura.

En todo caso, el derecho romano nos dejó una gran lección de humanidad, condensada en los siguientes lemas: vivir honestamente, no dañar a nadie y dar a cada uno lo suyo; que han servido y siguen sirviendo como ideal de vida no sólo para los creyentes, sino para todos los hombres.

Aterrizando los preceptos

El primer precepto «vivir honestamente» se refiere a uno mismo, por lo qué se debe decidir el modelo de vida que se quiere llevar; ya sea que se dedique a la bebida, la droga, la pereza o por lo contrario, quiere ordenar su vida de manera más humana y digna para sí­ mismo y para los demás. En resumen, vivir honestamente.

Los otros preceptos resumen lo que es la justicia respecto a los demás: «No hacer daño al otro» y «dar a cada uno lo suyo». Donde, no hacer daño al otro es el primer deber de justicia: no hacerle daño ni a su cuerpo ni a sus bienes. Algo que no necesita, o por lo menos no deberí­a necesitar, explicación porque lo tiene claro todo el mundo. No es necesario insistir en que robar, defraudar o dañar los bienes de los otros es una injusticia.

Aunque se suele olvidar un bien que no es material: la buena fama. Todas las personas tienen derecho a su buen nombre, tanto como a que le respete su vida y sus propiedades. Lo que impone algunas obligaciones a los demás. Por ejemplo, no hay derecho a divulgar, sin motivo, algo vergonzoso o negativo de otro.

Por supuesto, es un deber de justicia denunciar los delitos, pero también es un deber de justicia callar lo que no es un delito; sea una debilidad, una rareza o la enfermedad de otro. No hay porque contarlo, no vale argumentar que nos resulta entretenido o porque somos curiosos, ya que esto es difamación. Peor aún, si lo malo que se dice de los demás es falso o no es seguro, que serí­a calumnia.

Todo el mundo tiene derecho a su buen nombre. Y lo que queremos para nosotros hay que quererlo para los demás. Eso es la justicia. A nadie le gusta que vayan contando por ahí­ algo que le deja en mal lugar. ¿Cierto?

*Hugo Bravo Jerónimo es profesor de la Universidad Monteávila

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