En tono menor | La magia de la palabra

Alicia ílamo Bartolomé.- 

¡Cuántas expresiones soeces se oyen en los frescos labios de la juventud! Foto: Pluma

Hablar no es sólo expresar una idea, es más, es comunicación, amistad, entendimiento, relación. La palabra acerca o rechaza, tiende la mano o la retira, da calidez al ambiente o lo enfrí­a. La  palabra puede ser belleza o lo  contrario, eleva o envilece. La palabra es única y es tan importante que viene de Dios.

Al principio era el Verbo, y  el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba al principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él

No se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres… (Jn 1, 1-4).

Luego, la palabra es divina y se hizo carne. Al entrar en nuestra naturaleza le dio todo su esplendor de cielo.

Sin embargo, lamentablemente, nuestra pobre condición humana, ha envilecido el lenguaje que está hecho de esas palabras de origen divino, ¡qué contradicción!

Hace poco escuché una impactante homilí­a del capellán de la Universidad Monteávila, Pbro. Javier Rodrí­guez Arjona, al final, tuve deseos de aplaudir, pero desde chiquita me enseñaron que en la iglesia  no se aplaude y aún me resisto a ello. Estaba dedicada a la juventud estudiantil que escucha por los pasillos y por la ventana de su oficina que da sobre el jardí­n de La Pérgola. También yo quiero dedicar este artí­culo a esos muchachos, no sólo porque el tema me apasiona, sino porque últimamente me he dedicado mucho a los viejos, ¡y también yo fui joven!

La falta de lectura, el uso obsesivo de esos telefonitos inteligentes que embrutecen, la ausencia de la enriquecedora sobremesa en la familia donde los adultos enseñan, han hecho que los jóvenes de hoy tengan un vocabulario muy reducido. Por la carencia de palabras recurren al término vulgar como sustitución y muletilla, para expresar, no sólo lo malo, sino también lo bueno. ¡Cuántas expresiones soeces se oyen por ahí­ en los frescos y hermosos labios de la juventud! Da asco y lástima, porque eso demuestra el gran vací­o del intelecto por escasez de palabras nobles y adecuadas.

Lo peor –y a eso se refirió sutilmente el P. Rodrí­guez Arjona- es que hay un contagio de la desvergí¼enza verbal de los altos personeros del gobierno, un daño más que nos han hecho y deberí­amos reaccionar depurando la manera de comunicarnos, sobre todos los jóvenes, los más afectados por esta grave degradación que conduce decididamente a una en el orden moral. No en vano se desmorona la divinidad de la palabra, cuando se vuelve obscena, se sataniza y empuja hacia las sombras del abismo.

Un ajo, como decimos nosotros, según el P. Javier, en un momento dado puede ser oportuno, no sé, si él lo dice… también puede provocar otro y otro y volverse costumbre. Preferirí­a la abstención como medio de sano recuperar la nobleza del pueblo y la belleza del lenguaje que eleva el espí­ritu.

Marí­a Magdalena no reconoció a Cristo resucitado cuando lo vio cerca del sepulcro, creyó que era el hortelano y le preguntó dónde habí­a puesto su cadáver para ella rescatarlo. Jesús sonreirí­a y  entonces por su nombre la llamó: ¡Marí­a…!  Y ella lo reconoció enseguida: ¡Raboni … maestro !(cfr Jn 20, 14-16)

En su himno eucarí­stico Sto. Tomás de Aquino también destaca el valor verbal:

Al juzgar de ti se equivocan la vista,  el tacto, el gusto, / pero basta con el oí­do para creer con firmeza; / creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios; / nada es más verdadero que esta palabra de verdad (Adoro te devote).

¡Ah, la magia de la palabra!

*Alicia ílamo Bartolomé es miembro fundadora de la Universidad Monteávila

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