Francisco Blanco.-
Poco sabía yo aquella mañana de mi juventud, hablando con palabras inmensas, reflexionando sobre ideas de las ideas de otros, pretendiendo saber, discutiendo posturas desconocidas y asentando la cabeza, pretendiendo ser el intelectual que anhelo ser, poco sabía yo, aquella mañana de mi juventud, cuando conocí el infinito.
Me encantan los encuentros inesperados. Me encanta darme cuenta de las cosas que siempre estuvieron ahí, por ello me sentí dueño del mundo, aquel medio día en el aula 2, cuando intentando toscamente explicar la dinámica entre “acto” y “potencia” algo en mi encajó cual bloque de lego.
Aquel día, entramos a clases de Teoría de la comunicación en ese auditorio con paredes de corcho que tenía la universidad, estaba al otro lado del edificio junto a ese baño de caballeros donde una tarde me encontré un maletín de cuero rojo que le regalé a Oriana en uno de nuestros aniversarios. Estábamos todos algo nerviosos porque era el segundo mes de carrera y el profesor nos había sorteado unos autores y teníamos que a lo largo del año exponer la teoría filosófica que tienen sobre el conocimiento. A mi amigo Daniel y a mí nos tocó Descartes y nuestra exposición fue un desastre, pero no tanto como la de aquel muchacho llamado Leubis que habló de la visión de infinito en Feuerbach y por alguna razón, se puso una sotana, apagó las luces y encendió una vela… no sé qué tardó más, las risas de Daniel y mías o nuestros comentarios cargados de doble sentido.
Estaba hablando. Todos mis alumnos morían de hambre y aún quedaban 45 minutos de clases. Yo seguía intentando ser cual Ortega, buscando que las palabras se conviertan en seres entre mis labios y darle esa resonancia que se merecen, mientras mi mente va dos láminas más allá para ver si hago eso que los profesores experimentados hacen a destajo. Entre ejemplo y ejemplo y chiste y cuento de mi vida que ayudar a entender el ejemplo, digo que el hombre, con respecto al mundo del futuro es “potencialidad pura”; es decir, puede ser todo lo que quiera ser, sus capacidades son infinitas. El cielo se abrió, sentí que brillé y entendí algo que siempre estuvo allí.
Bien haya sido en mi juventud que pretendía entender estos temas, o ahora cuando recién los estoy descubriendo, lo fantástico siempre será la realidad de nuestras capacidades, que pese a lo contingente de nuestra materialidad, esas capacidades íntimamente nuestras no se van a terminar, porque es lo que viene con nosotros, por eso siempre debemos vivir futurizándonos, habitar el hoy, pero vivir en el futuro, en la amplitud de nuestras posibilidades, en la apertura a la realidad, porque nuestra esperanza, nuestra fuerza de ser, se escribe con las mismas letras del infinito.
*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila