Fernando Vizcaya Carrillo.-
Al proponerme unos amigos, hace unas semanas, que preparara una charla sobre el tema de la enseñanza, específicamente de la Historia, no pude detener, como me sucede en otras áreas del conocimiento, la sensación y -con frecuencia- la convicción del fracaso de un sistema educativo y sus consecuencias, que vivimos –sufrimos- en las actuales circunstancias.
No soy historiador, mi campo es la filosofía de la educación. Voy a ofrecer algunas reflexiones y comentar algunos aspectos un poco más técnicos, de la enseñanza, y tratar de enlazarlos con la actualidad. Esto con el objeto de tener la posibilidad de hacer juicios y formar un antecedente sólido, para concluir o recomendar algunas cosas en el ámbito de la docencia.
Así nos metemos de lleno, para un evento de este tipo, en el problema de la verdad. En este caso, de la verdad histórica. Howard Gardner escribe en uno de sus recientes textos: “La verdad es esencialmente una propiedad de las declaraciones, de las proposiciones. Las declaraciones pueden referirse a cualquier tema: el pasado, el tiempo, las aspiraciones personales, el miedo (…) puede estar relacionado con la ratificación de un escrito con testigos, o la comprobación personal de un hecho, o la sugestión de una persona con poder sobre otras”. (9% ED). Esto completa la afirmación clásica de que la verdad es la adecuación del intelecto y la cosa.
Cuál sería la posición prudente de una persona que investiga o que quiere conocer adecuadamente. Leer, en cualquier caso, el original del texto que describe o justifica el tema propuesto. Obviamente esas lecturas, no pueden ser superficiales, sino que requieren una cierta preparación remota, y próxima de los hechos, las circunstancias y las personas. Sigue escribiendo Gardner: “De hecho, lo que distingue la ciencia de la ficción o del folclore es la posibilidad del lector de rectificar, refutar o alterar el modelo. Eso lo han enseñado los historiadores de la ciencia”. (11% ED)
Para abundar en estos aspectos, leemos el cuidado al escribir, las recomendaciones para mantenerse y la advertencia en la búsqueda. Leemos en algunas introducciones a textos: Escribe Lucas evangelista: “Habiendo muchos tratados de componer una narración de las cosas plenamente confirmadas entre nosotros según lo que nos han transmitido aquellos que fueron, desde el comienzo testigos oculares, me ha parecido conveniente también a mí, escribirlo todo en forma ordenada, óptimo Teófilo…” (Lc I, 1-4).
Otro texto, de motivación; Séneca Epístolas Morales, Libro I,2) “…Por las nuevas que me das, y las que escucho de otros concibo buena esperanza en ti: no vas de acá para allá ni te inquietas por cambiar, agitación propia de un alma enfermiza: te considero un espíritu equilibrado, mantenerte firme en la verdad de lo que escribes…” ; Un texto diferente que nos puede servir de cuidado al leer, y lo escribe Julián Marías (El oficio del pensamiento) “Unamuno opinaba que muchos se dedican a contarle las cerdas al rabo de la esfinge por miedo de mirarla a los ojos. La información y la erudición son, por otra parte, las grandes simuladoras, porque fingen vida intelectual donde sólo hay manejo de inertes objetos intelectuales (…) ahora me refiero a la fácil deglución del error -cuando no es un dato equivocado, sino una idea falsa-, a la aceptación de las confusiones a la insensibilidad sobre todo para lo que es efectivo pensamiento, rigurosa y clara teoría” (p 13)
Con ese preámbulo, quizá un poco largo, pero creo necesario, nos metemos en nuestra Historia, en nuestros empeños por hacerla vida.
*Fernando Vizcaya es decano de la Facultad de Educación de la Universidad MonteávilaÂ