Fernando Vizcaya.-
Dice Hannah Arendt (On Violence) que nunca ha existido un gobierno exclusivamente basado en los medios de la violencia. Incluso el dirigente totalitario, cuyo instrumento de dominio es la tortura y la arbitrariedad, necesita un poder básico –la policía secreta y su red de informadores-. Y ese poder básico, reclama un cierto orden y una cierta técnica. En su esencia son bienes, técnicos y requieren aprendizaje.
Esta referencia nos da una pista para reflexionar sobre el ser humano. Lo que destruye o eleva el ser son sus hábitos, buenos para construir, malos para destruir. ¿Quién decide sin conciencia de esa elección?
Mientras el hombre sea sólo hombre, si no es capaz concientemente de trascender, la democracia, en el sentido pleno de la palabra, no dejará de representar sólo un ideal al que, como la distancia que genera el horizonte, podemos acercarnos más o menos, pero que nos es imposible alcanzar totalmente.
¿Esto qué significa? Posiblemente es la pregunta más antigua desde que comenzamos a pensar, en hacer una vida mejor con nuestros semejantes. Reunirnos para hacer el bien: Estar mejor materialmente. Tener satisfecha la razón ante problemas que se nos presentan. Ir adquiriendo una paz en el espíritu a través del trato con Dios. Parecen ideales inalcanzables.
Sin embargo, la lucha por alcanzar mejoría en cada uno de esos niveles, de la complejidad del ser humano, es posible. Podemos estar más sanos materialmente. Estudiar y dominar un conocimiento o una técnica que nos llene el intelecto. Podemos hacer oración dialogada con nuestro Padre creador.
A pesar de todo esto último, creo que el pensar detenidamente en lo que somos y en quien nos creó, tiene un carácter esperanzador para nuestra situación. Y esto tiene dos grandes características: el ser humano no es producto del mundo exterior material, sino que es capaz de elevarse hacia algo superior, y lo podríamos llamar capacidad de sacrificio material para lograr algo no material como el intelecto o el espíritu.
En segundo lugar creo que las diversas costumbres asentadas en la cultura humana, tiene un saldo positivo. Cada vez que “descubrimos” esa maravilla que es la creación logramos un mejor estar.
Todo esto tiene que ver con la superación personal. Lograr hábitos adecuados a las personas, situaciones y circunstancias naturales.
Podríamos hablar de equilibrio social o sindéresis. De Laboriosidad para transformar el ambiente y hacerlo asequible a nuestra naturaleza. De humildad para reconocer la dignidad de la otra persona, como semejante a mí.
Pensemos en un vecindario, un municipio donde algunos hábitos de estos sean cultivados. Estoy seguro de que tendremos el país que deseamos y amamos profundamente, porque son las personas y su actuar el cambio real y permanente.
*Fernando Vizcaya es decano de la Facultad de Educación de la Universidad MonteávilaÂ