Félix Alberto Allueva.-
Lenin Boscaney tiene muy presente el 23 de enero de 1958, a pesar de que solo contaba con 13 años de edad. Su madre Helena corrió a las calles a festejar, a gritar “Cayó Pérez Jiménez”, a pesar que su hermano era sargento de la Guardia Nacional y su vecino miembro de la Seguridad Nacional. La alegría la desbordó.
La mujer no sabía del paradero de su esposo desde el 23 de diciembre, día en que se despidió de su familia. “Posiblemente no nos veamos más, ustedes tienen que seguir como representantes de la casa, el enemigo es fuerte, tengan cuidado, siempre (estén) en su casa”, recuerda Boscaney, quien ya para ese entonces militaba en las filas de izquierda, al igual que su padre.
El joven era integrante de la Juventud Comunista y su papá miembro del Comité Radio 8 del PCV. En su casa Pompeyo Márquez, el famoso Santos Yorme, se refugió al menos en tres oportunidades.
El hoy hombre de 73 años recuerda que a la 1:30 de la madrugada del 23 de enero, su tío José Mejía, sargento primero de la Guardia Nacional, Â apareció por “La Puerta de Caracas” para indicarle a su madre que no tenían información de su esposo: “Sabemos cómo es la situación con José (padre de Lenín) pero no han localizado a este señor. Tienes que tener cuidado tú”, le indicó.
Ya para ese momento se sabía de la huida de Pérez Jiménez, quien gobernaba al país férreamente desde 1952. La mujer al enterarse de la noticia salió a festejar a la calle y a comunicar a sus vecinos la buena nueva.
“¡Cayó Pérez Jiménez!”, gritó sin sopesar que en la familia Bogán había un  trabajador de la Seguridad Nacional, por lo cual el sargento Mejía tuvo que someterla y enviarla de vuelta a la casa para evitar que le dieran un disparo. “¡Te quedas aquí y sales después!”, le dijo.
Horas más tarde, a las 2:00 pm, Boscaney se reunió, acompañado por su hermano, con José Rafael Núñez Tenorio, un militante de la Juventud Comunista, para coordinar las próximas acciones.
Allí redactaron una lista de 23 detenidos que fue presentada al presidente de facto, Wolfgang Larrazábal. En ese mismo encuentro la Comisión de la Federación de Centros Universitarios en clandestinidad exigió la apertura de la Universidad Central de Venezuela, y de los liceos Andrés Bello, La Aplicación, Caracas, Fermín Toro, la Escuela Normal Gran Colombia y la Escuela Normal Miguel Antonio Caro.
No fue sino hasta el 27 de enero que Lenín Boscaney pudo reencontrarse con su padre.
Mientras el joven coordinaba acciones y su familia festejaba la caída del dictador, Juan de Dios González se tuvo que esconder con su familia en El Manicomio, al escuchar las primeras detonaciones. El hombre que para ese entonces contaba con 32 años era empleado electromecánico en el ministerio de Obras Públicas.
“A uno lo obligaron a meterse en el partido de gobierno… si no te metías seguro te iban a botar”, expresó González al explicar el control que ejercía el gobierno a nivel institucional y el miedo que sintió ante el desbordamiento de la gente al conocer el fin de la dictadura.
Por su parte, José Félix Allueva, de 13 años, fue testigo de las retaliaciones contra empleados del gobierno nacional. El joven vio como saquearon varias residencias e incluso llegó a participar en algunas acciones. El hombre recuerda haber visto cómo a partir del 21 de enero, día de la huelga nacional, La Pastora amanecía con varias calles con barricadas. “La actuación de la Seguridad Nacional fue cruenta”, afirma.
Recuerda que Caracas amaneció temprano ese 23 de enero, con el sonido de “La Vaca Sagrada” mientras abandonaba la capital. Señala que se crearon brigadas estudiantiles armadas para arremeter contra los efectivos de la Seguridad Nacional que estaban identificados. “Una cacería de brujas”, explicó. Asimismo, iniciaron saqueos en las casas de personas cuya vinculación con el perezjimenismo se conocía.
“Más que un día de júbilo fue un día de mucho agite, de mucha persecución”, resalta Allueva, quien participó en el saqueo de una casa que se encontraba en la avenida principal de La Pastora. En ese sitio vio cómo un hombre más allá de saquear, lo que quería era destruir las pertenencias de los perezjimenistas, rompió los espejos de la casa, recordó.
“Lo único que no se permitía era llevarse las bebidas”, resaltó el hombre de 73 años; quien afirma que funcionarios del propio Ejército resguardaban la puerta de la vivienda. “Yo me llevé una tabla que nos sirvió de protección para la puerta de la casa”, indicó Allueva.
De esta manera quedó grabada en la memoria de estos caraqueños la jornada histórica del 23 de enero, de cuya fecha hoy se celebran 60 años. Lo que comenzó con un fraudulento plebiscito, le siguió una huelga general y terminó en el derrocamiento de un gobierno militar.
“Te voy a ser sincero, yo me enteré que había una dictadura el 23 del año 58. Yo no sabía. Sí sabía que existía la Seguridad Nacional, que los que se metían con la política se los llevaban presos, pero hasta ahí”, asegura Antonio Otero, proveniente de una familia de adecos, quien a los 20 años vivió la caída del general. Para aquel momento residía en Los Flores de Catia, sector cercano a lo que hoy es el 23 de enero.
Otero no fue a celebrar en la calle pero cuando se enteró que había gente metiéndose en los bloques al sur del 23 de enero, que no habían sido inaugurados, salió y consiguió un apartamento en el primer piso.
Otero sostiene que su papá estuvo vigilado por la Seguridad Nacional pero nunca fue apresado. Posterior a la caída de Pérez Jiménez se enteró que Adalberto ílamo, amigo allegado de su padre, sí había estado preso en Guasina.
No fueron pocos los que celebraron la caída de Pérez Jiménez aquel 23 de enero, Riguey Espinoza mantiene una sola imagen en su cabeza, la gente abrazándose y abrazando a los militares. “Había gritos por doquier”, afirma quien recuerda el temor que esta algarabía generó en su casa. “Mi mamá no nos dejó salir, no sabía que podía pasar al final, todavía tenía miedo a lo que el dictador podía hacer, aunque este ya no estaba”.
*Félix Alberto Allueva es estudiante de la Universidad Monteávila