Rafael J. ívila D.-
Hace tan sólo dos semanas se dieron las elecciones presidenciales estadounidenses. Comicios muy reñidos en las que se midieron dos candidatos con propuestas: por un lado populistas-nacionalistas y por otro, intervencionistas. Hacia finales de la ajustada contienda, las opciones favorecían por muy estrecho margen a la alternativa de la candidata demócrata, Hillary Clinton. Los resultados sorprendieron a algunos: ha vencido un empresario que se muestra como un símbolo de la anti-política, el representante republicano, Donald Trump.
Creo que vale la pena comentar, por lo noticioso y por lo relevante para la región y el mundo, sobre las posibles medidas económicas que el recientemente electo gobierno estadounidense, encabezado por el señor Trump, podría emprender a partir de su toma de posesión en enero de 2017, y sus consecuencias sobre el bienestar de los propios ciudadanos estadounidenses, sobre la economía mundial, y especialmente sobre América Latina y Venezuela.
Hasta ahora lo que Trump ha propuesto en materia económica puede resumirse en una reducción de impuestos a las corporaciones y ciudadanos estadounidenses, y medidas proteccionistas.
Los impuestos sobre la renta en los EE.UU son progresivos, es decir, el que más gana más porcentaje de esa ganancia paga en impuestos. Actualmente el tramo más elevado de este impuesto exige un pago del 45%, es decir, quienes más ganan le deben entregar al fisco el 45% de sus ganancias.
En materia de impuestos la propuesta Trump, y que debe ser aprobada por el Congreso para que pueda ejecutarse, consiste en
- Una estructura de tramos de impuesto sobre la renta: según el nivel de las ganancias, los estadounidenses pagarán un 10%, o un 20%, o un 25%. Una de las reformas propuestas por Trump es que el tramo del 45% se reduzca al 25%.
- Que las corporaciones pasen de pagar un 25% a un 15% de sus ganancias.
- Que quienes ganen menos de 25.000 dólares al año sean exentos de pagar.
- Eliminar el impuesto de sucesiones.
Con esta propuesta se estima que más de la mitad de las familias estadounidenses no pagará impuestos en 2017, y una pérdida de ingresos fiscales entre 2,5 y 4 billones de dólares para los próximos diez años.
Por lo tanto, a menos que el gasto público del gobierno federal estadounidense se ajuste a la baja, para que pueda ser cubierto por los nuevos reducidos ingresos fiscales, se prevé un mayor déficit fiscal, que debe ser cubierto por nueva deuda o impresión de dinero inorgánico por parte de la Reserva Federal, es decir, inflación. Ya el recién electo y presidente No. 45 de la Unión ha anunciado futuros gastos en infraestructura.
La expectativa del nuevo gabinete económico estadounidense y sus asesores, Peter Navarro y Wilbur Ross, es que el déficit sea cubierto por una mayor actividad económica estimulada por la reducción de impuestos, muy acorde con la famosa Curva de Laffer, y cubierto con los beneficios que en el extranjero producen las grandes multinacionales estadounidenses, como General Electric, Procter & Gamble, Apple o Microsoft.
Se esperaría de estas políticas fiscales un estímulo a la empresa, apertura de puestos de trabajo, mejoramiento del nivel de empleo y los salarios, una mayor competencia empresarial, en fin, un mejoramiento en el bienestar del ciudadano de a pie estadounidense.
Si el déficit fiscal persistiera, y se cubre con nueva deuda, si no crece lo suficiente la economía estadounidense, a largo plazo deberán pagarse las deudas con aumento de impuestos. Si el déficit se financia con inflación, los beneficios que por un lado percibirían los ciudadanos, con la empresarialidad y competencia, podrían perderse con el impuesto inflación.
En cuanto a política comercial, Trump quiere revisar los acuerdos: dejar sin fuerza el NAFTA (con Canadá y México), no ratificar el acuerdo Transpacífico TPP, y dejar de negociar el TTIP con la Unión Europea. Si esa revisión implica colocar barreras arancelarias o cuotas de importación a los productos importados, medidas proteccionistas de la industria doméstica estadounidense, se verán afectadas las empresas foráneas que operan en EE.UU, las empresas estadounidenses importadoras, y lo más grave, el bienestar del ciudadano de a pie, que pagará productos más caros y posiblemente de menor calidad, pues las empresas domésticas, que al principio se benefician de la protección y consecuente menor competencia, con el tiempo dejan de investigar e innovar, perdiendo competitividad. Esto sin contar con la posible pérdida de empleo de los cientos de miles de trabajadores estadounidenses que laboran en las empresas extranjeras que operan en EE.UU y que podrían reducir su actividad como consecuencia de las barreras al comercio internacional.
Digamos que en una visión miope proteccionista (mercantilista) a corto plazo se beneficiarían las empresas estadounidenses frente a sus pares foráneos, resultando más competitivas. La miopía está en que a largo plazo ningún país puede favorecer tanto las exportaciones contra las importaciones, al punto de anular estas y producir todo lo que necesita domésticamente y luego exportarlo y vendérselo al mundo, pues es imposible que un país sea el mejor haciendo de todo. Algo será más eficiente importarlo que producirlo nacionalmente. Por otro lado, para que un país pueda importar algo necesita también exportar y generar las divisas necesarias para luego importar. Por lo tanto, a los EE.UU les conviene que otro país exporte algo, para que luego pueda comprar productos estadounidenses. Esa visión miope es producto de la falacia de que para que un país mejore otro debe empeorar, cuando la realidad es que si el comercio es libre y voluntario, ambos países resultan beneficiados del intercambio. Dicha falacia se conoce como la Falacia de Montaigne.
Con estas trabas comerciales que impondría el gobierno de la primera economía del mundo se afectarían principalmente empresas canadienses, mexicanas, alemanas, chinas, surcoreanas y japonesas.
El caso alemán ilustra bien el punto. EE.UU representa aproximadamente el 10% de las exportaciones alemanas y el 6% de sus importaciones. La balanza comercial es superavitaria para Alemania por el orden de los 65 mil millones de euros. Cerca de un millón de puestos de trabajo en Alemania depende, directa o indirectamente, del comercio con EE.UU. Esto se afectaría de llevarse a cabo políticas proteccionistas por parte del gobierno de Trump. Si el nuevo gobierno se empeña en cerrar este déficit de balanza comercial con Alemania, mediante políticas proteccionistas, terminarán perjudicados el ciudadano estadounidense y las empresas alemanas que operan en EE.UU. Empresas alemanas que se verían perjudicadas del proteccionismo estadounidense serían Volkswagen, DHL y Siemens, por nombrar algunas importantes.
En una economía globalizada y entrelazada, en los que los países son interdependientes, a EE.UU le conviene que los principales compradores de productos estadounidenses se fortalezcan, es decir, se enriquezcan para que puedan seguir demandando y comprando “made in USA”.
Por ejemplo, en EE.UU hay cerca de 3.700 empresas alemanas con inversiones en bienes raíces o fábricas que superan los 270 mil millones de euros, y facturación anual de centenares de miles de millones de dólares.
En lugar de lesionar o desestimular el libre comercio, lo que se necesita realmente, porque conviene a todos los países, es firmar más tratados de libre intercambio. Pero generalmente los políticos no piensan así, entre ellos Trump. Y la cosa puede empeorar porque normalmente cuando un gobierno decide perjudicar a sus ciudadanos con prácticas proteccionistas (argumentando falsamente que los beneficia), la reacción común de los gobiernos de los países con los que mantiene relación comercial es proteger también a sus industrias domésticas, perjudicando también a sus ciudadanos. Y así, si Trump emprende políticas “nacionalistas”, veremos las reacciones espejo de una Marine Le Pen en Francia, o un Viktor Orbán en Hungría, o un Beppe Grillo en Italia, o un Jaroslav Kaczynski en Polonia, o un Geert Wilders en Holanda, o del partido AfD en Alemania.
En particular a Venezuela, y por ser EE.UU el más importante cliente de nuestro prácticamente único producto de exportación -el petróleo-, a corto plazo le favorece que el gobierno estadounidense tome medidas que estimulen y fortalezcan a su sector industrial, pues al éste crecer demandará más energía y así nuestro petróleo.
En cuanto a las ideas de Trump en materia de política monetaria, y que pueden deducirse de comentarios suyos, anhela el retorno al patrón oro, lo que reconoce como muy difícil pero favorable para mantener una inflación baja, lo que beneficia al ciudadano de a pie estadounidense y al ánimo a invertir, y reducir la discrecionalidad de la Reserva Federal (Fed) en política monetaria. En este sentido, al parecer el recién electo presidente es partícipe de que la Fed se apegue a una regla monetaria para determinar la tasa de interés marcadora de la economía, como puede ser la Regla de Taylor. A su vez, Trump es de la opinión de que la política que la Fed ha llevado a cabo en los últimos años, de mantener artificialmente bajas las tasas de interés para “estimular” la economía, puede direccionar inversiones hacia sectores que en otras circunstancias no serían atractivos, y puede crear burbujas insostenibles de activos. Esto asoma la idea de que a Trump le parece que las tasas de interés ya deberían elevarse, y que como ahora le corresponde postular dos nuevos miembros para ocupar las dos sillas vacantes de la Junta de Gobernadores de la Fed, podría anticiparse que estos serían partidarios de subir las tasas. Por cierto, la Regla de Taylor ya indicaría que hay que elevar las tasas.
De materializarse el alza de las tasas de interés, se mantendría a raya la inflación, y podría esperarse que se ralenticen sectores de la economía estadounidense y hasta estallar algunas burbujas, lo que generaría desempleo focalizado, pero que de contagiar a otros sectores podría pasar de crisis a una depresión, y por lo importante de la economía estadounidense para el planeta, en un mundo tan interconectado, afectar a otros países, entre esos los productores de materias primas como Venezuela.
Bueno amigos, hasta aquí nuestro análisis de lo que podría esperarse en materia económica del nuevo gobierno estadounidense, a partir de su toma de posesión en enero próximo.
* Rafael ívila D. es decano de la Facultad de Ciencias Administrativas y Económicas y director del Centro de Estudios para la Innovación y el Emprendimiento de la UMA.