Joyeux Noí«l

Felipe González Roa.-

Siempre es buen momento para ver una pelí­cula, sobre todo, por su puesto, si se trata de una buena pelí­cula. Naturalmente acá se puede entrar dentro del terreno de lo subjetivo, de los gustos, de los colores. Hay para todos, claro está, pero, en definitiva, todo aquello que es bueno, que es realmente bueno, es lo que nos hace pensar. Toda pelí­cula que nos haga pensar, entonces, puede ser calificada como una pelí­cula buena (realmente buena).

Siempre es un buen momento para ver una pelí­cula buena, sobre todo si es un perí­odo de receso como el navideño, momento en el que, más allá de descansar, es prudente reflexionar, hacer una revisión de todos los pasos dados durante el año, dibujar un balance de cada acción, de cada logro y de cada omisión.

Quien suscribe esta nota no es un experto en cine. En la Universidad Monteávila afortunadamente hay muchos conocedores del séptimo arte, brillantes especialistas, crí­ticos y creadores audiovisuales, que podrán ofrecer una opinión más precisa y válida. Este escribidor, empero, se toma el atrevimiento de, para estos dí­as navideños, recomendar al amable lector ver Joyeux Ní¶el (en castellano Feliz Navidad o Noche de Paz), pelí­cula francesa del año 2005, dirigida por Christian Carion.

Esta cinta, ambientada durante la Primera Guerra Mundial, recrea lo que la historia conoció como “la tregua de Navidad”, momento en el que los soldados se atrevieron a salir de sus infestadas trincheras para compartir algunos momentos con sus hasta entonces anónimos enemigos. Entre villancicos cantados por unos y por otros, e improvisados juegos de fútbol, estos hombres llegaron a olvidar por qué peleaban y recordaron que todos eran seres humanos.

Es imposible ver esta pelí­cula y no recordar otros filmes sobre la gran guerra, que lamentablemente son muy pocos. Uno que sobresale es All Quiet on the Western Front (Sin novedad en el frente occidental, en castellano), la cual, basada sobre la novela del escritor alemán Erich Marí­a Remarque, ha contado ya con dos versiones: una de 1930 (estadounidense, dirigida por Lewis Milestone) y otra de 1979 (producción británica-estadounidense, dirigida por Delbert Mann).

All Quiet on the Western Front narra la historia de jóvenes alemanes que, con gran alegrí­a y expectativa, se alistaron para pelear en la Primera Guerra Mundial, y muestra cómo de la euforia pronto pasaron a la desesperación y a la tristeza al enfrentarse a las miserias de la guerra.

Joyeux Ní¶el y All Quiet on the Western Front dejan en el espectador la misma inquietud, que sin duda debe siempre llevar a la reflexión: todas las guerras son inútiles. Ya lo dijo una vez el Duque de Wellington, victorioso ganador de la Batalla de Waterloo, aquella que marcó el final de Napoleón: “Salvo una batalla perdida, no hay nada más triste que una batalla ganada”.

La guerra, en definitiva, es horrible. Y es necesario ir más allá: la violencia es espantosa. Desconocer al otro, aplastarlo, aniquilarlo… Desdibujarlo solo por tener otro origen, otro color de piel, otra forma de pensar, otra manera de comportarse. Toda forma de violencia es aborrecible.

Y al escribir estas lí­neas cómo no recordar otra pelí­cula sobre la guerra, aunque esta trate de otra guerra, de la Segunda Guerra Mundial, y escuchar la proclama del Vagabundo que dio paso al Barbero Judí­o, quien se atrevió a hablar solo para gritar la verdad:

No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capí­tulo 17 de San Lucas se lee: ‘El Reino de Dios no está en un hombre, ni en un grupo de hombres, sino en todos los hombres…’ Vosotros los hombres tenéis el poder. El poder de crear máquinas, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura”.

The Great Dictator, de Charles Chaplin… Otra pelí­cula que vale la pena ver en Navidad.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila

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