Poner en común

Felipe González Roa.-

Communicare. Del latí­n, entendido como “compartir”, “poner en común”. Esta es tal vez una de las primeras ideas que aprenden los nóveles alumnos de Comunicación Social. No es una noción cualquiera, por supuesto, porque permite encaminar el estudio de esta importante área, ayuda a comprender por qué la comunicación no es “solo hablar” y por qué ha surgido como un área de la ciencia social que debe ser analizada y abordada con suma precisión, sobre todo en nuestros dí­as.

“¿Para qué vas a una universidad para aprender a comunicarte?” Probablemente una de las muletillas más escuchadas por todo estudiante de Comunicación Social. Es una de las afirmaciones más equivocadas que cualquiera puede mencionar. Evidentemente esta desprolijidad puede entenderse (no aceptarse) en aquellos que desconocen realmente lo que significa la comunicación, pero persistir en ese error de interpretación es inexcusable para todo el que abrace la comunicación como profesión.

¿Qué ponemos en común? El mundo. Es eso lo que nos diferencia de los otros animales, que no se comunican. La comunicación es un fenómeno exclusivamente humano (segunda idea de relevancia que adquieren los estudiantes). Los otros animales expresan sensaciones, dan rienda suelta a sus instintos. Los humanos también lo hacen, pero además se comunican, y allí­ comparten el mundo, el cual es constantemente “construido y reconstruido” con el otro, por el otro, para el otro. Y para nosotros.

¿Qué ponemos en común? Esa es la pregunta clave que todo estudiante de Comunicación Social, y todo profesional de la comunicación, debe constantemente plantearse y jamás olvidar. En la respuesta está la razón fundamental: los contenidos que se elaboran, que permiten la “construcción y reconstrucción” del mundo, inciden, de forma irresistible, en la comprensión que de ese mundo tiene el resto de la comunidad.

Es eso lo que nos diferencia de los otros animales, que no se comunican. La comunicación es un fenómeno exclusivamente humano. Los otros animales expresan sensaciones, dan rienda suelta a sus instintos.

Al final siempre se trata del contenido. Los “qué” y los “por qué” deben ser siempre más importante que los “cómo”. No se trata, claro está, de negar la relevancia de las formas, pero tal vez conviene tener presente que los fondos siempre deben prevalecer. Es un error (en el cual incurren muchos profesionales de la comunicación, incluyendo docentes) insistir exclusiva y excesivamente en las técnicas, en colores y figuras que llegan a opacar el sentido esencial de todo mensaje.

La prevalencia casi excluyente de las formas instrumentaliza la comunicación, la cual, vista desde esa perspectiva, puede dar espacio para casi todo, incluyendo la manipulación. La comunicación, en cambio, debe ser entendida como una herramienta a través de la cual se puedan construir puentes que promuevan un enriquecimiento en el pensamiento. Es la comunicación uno de los elementos que nos hace humanos y debe favorecer el crecimiento de todos los individuos dentro de una comunidad.

Los estudiantes y los jóvenes comunicadores, especialmente, deben tener muy en cuenta cuál es su rol dentro de la comunicación, especialmente en un mundo entregado a las redes sociales, abierto a los efí­meros likes, furibundo coleccionista de views. Un mundo en el que muchas veces el excesivo ruido provocado por las poses no deja ver la profundidad del mensaje o, peor aún, en el que ni siquiera hay mensaje: lo único importante es crear impacto, ser notorio, famoso. La comunicación reducida a un instrumento de la vanidad.

Siempre ha sido así­, pero hoy es más que necesario: hay que poner en común la capacidad de pensar y de hacer pensar a los otros, desarrollar la habilidad para reflexionar, aquella que debe estar presente sobre todo cuando las luces y los colores se apagan. Todo lo que se pone en común es el mundo en el que, para bien o para mal, seguiremos viviendo.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila

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