La fiera Eiffel

Alicia ílamo Bartolomé.-

A capota puesta empezó el partido. Como amenazaba lluvia, la gran cancha Philippe Chatrier desplegó su techo y no pudimos ver el cielo de Parí­s. Pero abajo, sobre el polvo de ladrillo, vimos el Olimpo. Esperábamos un duelo de titanes, estar ante la TV no menos de 4 horas. Yo temí­a desairar a mis pocos invitados al almuerzo dominical, no me iba a incorporar a éste hasta que el match no llegara a su punto final. No fue así­, el águila serbia llegó con un ala rota y el cuervo mallorquí­n se la comió.

Desde el inicio capté a un Nadal distinto. Él nunca es tan agresivo al comenzar, no hace correr al contrincante, no cambia la dirección  de los tiros en las boleas, no improvisa una jugada audaz, más bien hace gala de una monotoní­a irritante que termina por marear al otro. Es una táctica muy suya, pero no la del domingo 11 de octubre. Quizás este fue el primer desconcierto de Djokovic, lo conoce demasiado, esperaba recibir primero al cordero, pero esta vez la fiera se le adelantó: entró desde el principio.

Se lo vi en los ojos, se le ponen como dos puntos negros de brillo penetrante, ¡upa, me dije, la fiera ya está aquí­! En cambio Novak tení­a la mirada errante, se le apreciaba la claridad del iris, cuando, si se concentra con furor, como suele hacerlo, sus ojos son abismos con negritud sólo de pupilas. Ese primer set decidió el partido. Ver caer al orgulloso y prepotente serbio 6-0 -¡y sin romper una raqueta!-, en el comienzo de una final de Grand Slam, es inaudito.

Sí­, es verdad, Novak Djokovic tuvo un par de dí­as antes el agotador partido de semifinal, cuando necesitó 5 apretados sets para vencer a Tsitsipas, el griego le presentó un gran juego, fue un hueso duro de roer. En cambio Nadal estaba muy descansado, en sólo 3 sets rindió al fogoso pibe argentino Diego Schwartzman para pasar a la la final. Además, según decí­an los locutores del partido, Nole tení­a un indefinido malestar fí­sico, no estaba cien por ciento en condiciones.

Sin embargo, considerando muy cierto todo lo anterior, el tenista no es de los que que se entrega fácilmente, después de un mal momento se rehace y lucha hasta el final. No fue eso la causa de su derrota aplastante: ¡el primero del mundo pierde en el mí­nimo de sets ante el segundo! Imprevisible, no la caí­da, Rafa lideraba los pronóstico de triunfo en un 69%, pero sí­ la forma, nadie esperaba un Djokovic derrumbado antes de tiempo, sino al guerrero de siempre, sin dejarse vencer, si acaso, hasta el 5º set. Y ese no fue el Novak Djokovic que vimos. Llegó vencido, ¿por qué?

Porque hay un componente definitivo en toda competición: el psí­quico. Nole ha desarrollado un tremendo complejo de inferioridad ante Rafa. Es el número uno del mundo, ha ganado todos los Grand Slam y, más de una vez, venciendo al español, pero no ha podido con el Roland Garros: Nadal está allí­ como la muralla china. 13 veces se ha llevado el trofeo. Nadie tiene tal récord en torneo alguno. Ni un set perdió en este campeonato de 2020. El 13, para unos de mala suerte, no le fue adverso. Adversidad fue ganar sólo ante 1.000 personas, distribuidas como mosquitos, en una cancha que puede albergar 15.000 y hubiera estado repleta sin las restricciones por el Covid-19. Un galardón sin alboroto callejero.

¿Por qué sólo buscar las causas del derrotado? Vamos al triunfador. Rafa Nadal, en rima con su apellido, estuvo monumental, sensacional, colosal, inmortal. El jugador más consciente de sí­ mismo en la palestra. Entrenador incansable, sabe sus limitaciones humanas, se siente siempre aprendiz, humilde, obediente ante las indicaciones de su equipo técnico. Esto se lo enseñó a fondo el primer entrenador, quien lo llevó a la cumbre: su tí­o Tony Nadal. Le inculcó la certeza de que los errores o fallas son suyos, no del otro tenista, ni del juez, ni de la cancha, la temperatura o el viento. Él es siempre el responsable de su actuación.

El hombre plantado sobre la tierra batida es pura técnica, arte y decisión de ganar. Caracterí­sticos sus gestos rituales, cual disimulado santiguarse, pero ha dejado de templarse el pantaloncito, ¡bien! Nunca un desplante: rotura de raqueta, tiro furioso fuera de juego, como el que hizo Novak en el US Open, casi asfixia a  la pobre juez de lí­nea que lo recibió en la garganta. Lo descalificaron. Sólo muecas espontáneas de disgusto o satisfacción. Alguien escribió a los locutores del juego: ¡No le den la copa de Los Tres Mosqueteros, denle la Torre Eiffel!

Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila

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