La estrella de David

Alicia ílamo de Bartolomé.-

Para nosotros, los cristianos, nada simboliza tanto a nuestros hermanos mayores, los judí­os, como esta estrella atribuida al rey cantor de salmos, sobre todo, aunque también se relaciona con su hijo Salomón. Quizás hay otros sí­mbolos más importante para los israelí­s, pero éste, trágicamente aupado por la persecución nazi que obligaba a los hebreos a llevarla en el brazo como identificación, se nos ha quedado más presente.

El pueblo judí­o, que lo constituye no tanto un lugar geográfico, aunque hoy existe el Estado de Israel, sino más bien una comunidad polí­tico-religiosa, presente como grupo en diferentes naciones, tiene una historia muy singular. Era un pequeño pueblo, casi insignificante, en medio de otros más importante en el cercano Oriente, si embargo, y tal vez por su casi único monoteí­smo, Dios lo escoge para hacerlo su pueblo. Elige al fiel y honesto Abraham para dirigirlo, lo hace salir de Caldea y lo enrumba a nuevas tierras.

Así­ empieza la tantas veces contradictoria historia del pueblo judí­o, entre nomadismo y asentamientos, éxodos y conquistas de tierra, cautiverio y libertad, fidelidad al Dios único y desví­o hacia dioses paganos, reyes santos y pecadores a la vez. Una historia de miseria y grandeza que es una réplica de la historia del alma de cada hombre. Todos tenemos un Israel por dentro.

Cuando aparece el muy judí­o, por los cuatro costados, Jesús de Nazaret, la historia para los hebreos como para el mundo, va a dar un gran salto. El pueblo se divide, unos lo siguen y otros, sobre todos la élite religiosa y autoritaria, no. Aunque Jesús dijo claramente que no vení­a a abolir la ley ni los profetas, que no se dejarí­a de cumplir ni una tilde de la misma, pues sólo buscaba que se respetara y se cumpliera en su primitiva pureza, maltratada por la hipocresí­a de escribas y fariseos corruptos, esta clase sacerdotal ávida de conservar sus privilegios, lo acusó de propiciar  una entrega total al imperio invasor de los romanos.

Nombres hebreos inundan los Premios Nobel en todos los campos. Cuántos son de cientí­ficos, escritores, músicos… Sí­, a esta tribu el mundo le debe su gran avance cultural y tecnológico.

Según ellos, debí­a morir, pero como no les era lí­cito hacerlo, lo entregaron a los mismos romanos para que lo crucificaran, porque iba contra el César al declarase rey, así­ no fuera de este mundo. Cuando Pilato trató de salvarlo, gritaron, ¡crucifí­calo!, ¡crucifí­calo! y agregaron otro grito más terrible: ¡Caiga su sangre sobre nuestra sangre!

Es de esta infeliz exclamación que los cristianos nos hemos aferrado para justificar la persecución del pueblo judí­o, como lógico castigo que ellos mismos se buscaron. Poco nos hemos detenido a pensar en dos cosas: la primera que, en ese momento, la humanidad entera estaba representada en ese miserable Sanedrí­n; segunda, si acaso fuera un castigo, ¿en qué momento nos dijo Dios que lo ejecutáramos nosotros? Dios no castiga, Dios ama, repito como eterna cantilena.

Los cristianos estamos, en el pasado como en el presente, no para convertir la cruz en espada en contra de nuestros hermanos mayores, sino para tenderla como ancla de ayuda y salvación.

Es inconcebible que en pleno siglo XXI recrudezca la persecución del pueblo judí­o, que si tení­a que pagar algo ya lo pagó de sobra con el horror del  Holocausto, tan presente aún en nuestra memoria. ¡Basta! Dios escribe derecho con renglones torcidos y tengo la apreciación de que de ese espanto del siglo XX, el judaí­smo renació unido y fuerte. Se constituyó el Estado de Israel y los judí­os de hoy han colmado los espacios de la ciencia del arte y la cultura. Nombres hebreos inundan los Premios Nobel en todos los campos. Cuántos son de cientí­ficos, escritores, músicos… Sí­, a esta tribu el mundo le debe su gran avance cultural y tecnológico.

Todo ser humano que se sienta ciudadano del mundo debe luchar porque cese esa injusta y extemporánea discriminación, más los iberoamericanos y especí­ficamente los venezolanos, donde los judí­os nunca han sido un pueblo aparte y mucho han aportado a nuestro desarrollo.

Que la Estrella de David siempre brille esplendorosa en nuestro cielo.

*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila

2 comentarios en “La estrella de David

  1. Hola,
    ¿Cómo se le puede escribir a la maestra Alicia Álamo Bartolomé? Soy médico venezolano, quien leyó las muy buenas meditaciones sobre una mente jóven y me gustaría agradecerle personalmente. Aldo. Boston, USA

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