Historias del futuro | Yugurta encadenado

Emilio Spósito Contreras.-

Moneda númida con la imagen de Yugurta.

En La guerra de Yugurta, Cayo Crispo Salustio –quien fue procónsul en Africa Nova– nos cuenta que Yugurta fue enviado por su viejo tí­o Micipsa, rey de Numidia, a participar bajo las órdenes de Escipión Emiliano, en la terrible campaña contra la ciudad celtí­bera de Numancia.

Sobreviviente, “romanizado” y ahora héroe en su patria, Yugurta fue destinado a suceder a Micipsa junto a sus primos Hiempsal y Aderbal. No obstante, a la muerte del rey, Yugurta no tardó en eliminar al primero y en perseguir al segundo.

El acorralado colega pidió ayuda a Roma, aliada de Numidia y árbitro del norte de ífrica desde las sucesivas Guerras Púnicas. Roma intervino a favor de Aderbal y tomó medidas contra Yugurta quien, sin embargo, terminó matando en Cirta a su rival.

Más aún, estando en Roma, bajo las propias narices de sus anfitriones, Yugurta encomendó a su secuaz Bomí­lcar asesinar a su pariente Masiva, quien hací­a diligencias en la ciudad para que le designaran rey de Numidia.

Además de traidor y homicida, Yugurta destacó por su afán corruptor. Salustio menciona entre los sobornados del númida a importantes personajes como Marco Emilio Escauro, Lucio Opimio y los tribunos de la plebe Cayo Bebio y Lucio Calpurnio Bestia.

Obviamente, en este último caso, fueron tan culpables el uno como los otros. De hecho, con este caso y La conjuración de Catilina, Salustio nos presenta la crisis de la república romana como el producto del deterioro moral de sus ciudadanos y la escasez de hombres probos que les contrarrestaran.

En este sentido, el feroz Yugurta sirve para enmarcar la decadencia de la república y resaltar la necesidad de valores acendrados para sostenerla en el tiempo. La res publica, la cosa de todos, amerita de virtudes que permitan anteponer el bien común al interés egoí­sta de los partidos o los individuos.

La guerra en Numidia costó años e innumerables peligros y sacrificios a los romanos, que sin duda se habrí­an evitado si los polí­ticos de entonces se hubieran resistido al poder corrosivo del dinero. La corrupción es una especie de cáncer que si no se extirpa de raí­z se extiende y enferma a todo el cuerpo social.

Agotado su pueblo, Yugurta buscó ayuda en su vecino y suegro Boco, rey de Mauritania, quien con el tiempo le entregó a Lucio Cornelio Sila, cuestor del cónsul Cayo Mario, a cambio de obtener una parte de Numidia.

Resulta curioso que en la Guerra de Yugurta, al final los protagonistas sean precisamente Mario y Sila, quienes en el futuro inmediato se enfrentarí­an encarnizadamente a la cabeza de los partidos popular y noble, respectivamente. Según relata Plutarco de Halicarnaso, tanto en las vidas de Mario como de Sila, la captura de Yugurta fue el origen de sus desencuentros.

De regreso a Roma, Mario celebró el triunfo sobre los númidas llevando a Yugurta encadenado frente a su carro. El espectáculo, según  reseña Plutarco, en Vidas paralelas (Mario XII), fue especialmente impactante, pues “nadie esperaba que vivo él pudiera su ejército ser vencido”.

El ahora ex rey fue a dar a la cárcel Mamertina, especí­ficamente al Tuliano –cámara subterránea cubierta por una bóveda con un agujero por donde descolgaban a los condenados y que hoy corresponde al lugar de la iglesia de San Pietro in carcere, en Roma–, donde a la semana Yugurta, a pesar de haber sido tan opulento, murió de sed y hambre.

Suele ocurrir que los malvados, por más que sepan “doblarse a todas la mudanzas de fortuna” y sean diestros en “mezclar la astucia con la fortaleza” (ibidem), al final no escapan del justo castigo de sus crí­menes.

Según el mismo Plutarco, en el triunfo se llevaron como botí­n “tres mil siete libras de oro, de plata no acuñada cinco mil setecientos setenta y cinco, y en dinero diecisiete mil y veintiocho dracmas” (ibidem), como si la exhibición de tal fortuna expiara el daño causado por la corrupción de los romanos.

La precisa contabilidad del botí­n nos sugiere un mágico cerco a bienes inermes que, no obstante, son capaces de contagiar un mal tan dañino como la corrupción de la república. Una evocación que –lamentablemente sin éxito– debió contener en el tiempo la maldición del númida Yugurta.

Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila.

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