Periodismo e información en los años del vací­o

Felipe González Roa.-

Correo del Pueblo era una sección muy popular que diariamente publicaba El Universal. En este espacio aparecí­an misivas remitidas por distintos ciudadanos, sin distingo de ubicación geográfica, género, religión, condición social o nivel académico.

En estas cartas, enviadas a la redacción, las personas usualmente denunciaban hechos irregulares que viví­an en sus comunidades, fallas con servicios públicos como agua, teléfono o aseo urbano, problemas con la vialidad, situaciones de inseguridad ciudadana, o cualquier otro tipo de inconveniente.

De vez en cuando se coleaban lí­neas para felicitar a algún funcionario público o para expresar satisfacción por la resolución de un problema. Sin embargo, la gran mayorí­a del Correo del Pueblo se llenaba con quejas.

Esta sección no constituí­a únicamente un desahogo. En aquellos años las autoridades de gobierno, más que nada vinculadas con las administraciones regionales o locales, prestaban atención a estas misivas y hasta procuraban generar soluciones. Incluso algunos llegaban a escribirle a El Universal para explicar las gestiones que se aplicaban para dar respuesta a las demandas de los ciudadanos.

No eran pocos los periodistas, especialmente aquellos que cubrí­an la fuente de comunidad, los que revisaban Correo del Pueblo para hallar temas de interés para profundizar y desarrollar en distintos reportajes que posteriormente eran publicados en otras páginas del periódico.

Eran otros años. Épocas más analógicas, de grabador de casete, libreta y lápiz, tiempos de télex y de fax, cuando la tecnologí­a digital no se divisaba o, después, apenas asomaba. En ese momento a nadie se le ocurrió definir a eso como “periodismo ciudadano” ni hablar de “infociudadanos”. Simplemente se trataba de personas que utilizaban un espacio en los medios de comunicación para manifestar sus pesares.

El Universal no era el único en disponer de  secciones para canalizar la expresión popular. Otros medios, especialmente radios, como Rumbos o YVKE Mundial, o canales de televisión, como en algún momento hizo RCTV, abrí­an sus micrófonos para escuchar al pueblo.

En ese momento a nadie tampoco se le ocurrió llamar a eso “periodismo ciudadano” o “infociudadanos”.

Una de las bondades de los avances tecnológicos, especialmente de las innovaciones digitales, ha sido brindar a las personas de la posibilidad de acceder con mayor facilidad a la información, la cual es necesaria para que haya control ciudadano sobre las acciones del gobierno, el control sobre el poder.

Estos adelantos han permitido que cada quien incluso tenga la posibilidad de generar sus propios contenidos y acceder a plataformas para difundirlos. Serí­a absurdo negar las positivas ventajas que han traí­do, por ejemplo, las redes sociales.

Todos tienen el derecho a expresarse libremente. Es una garantí­a fundamental en las sociedades libres y democráticas. El ser humano tiene la capacidad de comunicarse. Es una habilidad natural para la cual no hace falta estudios especiales. Sin embargo, no todos tienen la posibilidad de manejar profesionalmente la información. Ese rol corresponde a los periodistas.

El periodista es el experto en la obtención y verificación de datos de interés para la comunidad. Es aquel que cuenta con el conocimiento y las herramientas necesarias para contrastar información, confirmar con fuentes confiables, identificar los valores de la noticia y, además, presentarla de forma atractiva y comprensible a los ciudadanos, bien sea escrita o audiovisual.

El periodista comprende el impacto que la difusión de información genera en la sociedad, de allí­ que siempre entiende la importancia de un comportamiento responsable. También reconoce la relevancia de su labor en la formación de conciencia cí­vica, por lo que asume un compromiso ético de por vida, uno que incluso va más allá de su propio ser y se concentra en el servicio al otro, al ciudadano.

Tener un teléfono celular “inteligente” o poder acceder a plataformas digitales no hace a alguien periodista. Tomar una foto en la calle y apresurarse a compartirla, replicar cuanto mensaje o cadena llegue por Whatsapp, o presumir de “conocer al que conoce al que conoce al que conoce…” no significa estar capacitado para difundir información.

Estos dí­as de coronavirus y cuarentenas han puesto en relieve, una vez más, la trascendental misión que tiene el periodista profesional. Los vací­os informativos o, peor aún, la ausencia de información confiable sumerge a toda sociedad en desesperación y ansiedad, la lleva a confrontar situaciones desagradables para las cuales no tiene respuesta.

Solo aquel que está especí­ficamente formado para manejar información puede reducir la incertidumbre. Ese es el rol del periodista, quien hoy, más allá de bits y bytes, se  hace cada vez más determinante.

Siempre es bueno que todos tengan conocimientos de primeros auxilios pero, cuando alguien está enfermo, tiene siempre claro que debe acudir a un médico. Por eso, cuando hay necesidad informativa, antes que nada se debe confiar en los periodistas.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávilajk

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