Alicia ílamo.-
Hoy es Miércoles Santo, muchos han entrado en el tradicional descanso de la Semana Santa, Pluma no. Eso lo aplaudo. No es que esté en contra del reposo bien merecido para el trabajador, lo que cuestiono es la equivocada forma de tomarlo.
Empecemos por aclarar que la Semana Santa no es fiesta de la Iglesia que obligue al asueto y asistir a los oficios eclesiástico. La única fiesta, la más grande de la liturgia, es el Domingo de Resurrección o de Pascua y sí hay obligación de no trabajar y oír misa.
De lunes a sábado de la Semana Santa, si es por la Iglesia, todos los días son laborables, lo de las vacaciones es una decisión del gobierno civil. Con el trabajo se acompaña más y mejor a Jesús en su pasión y muerte. Su resurrección es el gran regocijo universal, entonces sí, echemos la casa por la ventana, lo cual no significa bochinche sino sana alegría.
El Miércoles Santo es la víspera del Triduo Pascual. Recuerdo que en San José de Costa Rica había clases escolares hasta la mañana de este día y en la tarde comenzaban las procesiones. Tenían una particularidad: algunas imágenes -no de Jesús ni de la Virgen- eran vivas, escogían para éstas niñas pre-adolescentes.
Y aquí viene una anécdota. Me eligieron para representar a la Magdalena, ¡qué ocurrencia! Con todas mis galas me montaron en unas andas, me ataron a un palo a mi espalda, por debajo del traje y me izaron. El resto del equilibrio había que hacerlo con los pies de la imagen viva, que era yo. Nervios no me faltaron, era una insólita experiencia ser llevada en andas sobre los hombros de cuatro hombres fornidos y al vaivén de sus pasos. Fui la única que necesitó posta: cuatro musculosos relevos, ¡era una jovencita demasiado pesada!
Entre nosotros, sobre todo para los caraqueños, es el día del Nazareno. De vieja data es esta popular devoción por el Nazareno de San Pablo, que hoy está en Santa Teresa. Su antigua capilla fue demolida por Guzmán Blanco para construir el Teatro Municipal. En una noche de gala, estando en su palco el Ilustre Americano, se la apareció el venerado Nazareno y le reclamó el despojo.
Leyenda, tal vez, pero lo cierto es que hizo construir para éste la basílica de Santa Teresa que tiene dos nombres y dos fachadas: la del Oeste lleva el nombre de la santa de ívila y la del Este el de Santa Ana, en realidad son dos iglesias unidas por el altar del centro. Su arquitecto fue Juan Hurtado Manrique. Dicen que Guzmán la hizo para complacer a su esposa, Ana Teresa, que no quedó muy contenta con la destrucción de la capilla de San Pablo… pero quizás también por el reclamo de la aparición.
Y viene hoy justa esta cita de un pequeño trozo del conocido poema de Andrés Eloy Blanco, El limonero del Señor:
…Por la esquina de Miracielos
en sus Miércoles de dolor,
el Nazareno de San Pablo
pasaba siempre en procesión.
Y llegó el año de la peste;
moría el pueblo bajo el sol…
Se enredó la cruz de la imagen -sigue contando el poeta- en un limonero que rebasaba una tapia, cayeron los limones, el pueblo gritó ¡milagro! Intuyó allí la curación que les indicaba Dios.
Este Miércoles Santo otra vez anuncia la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Es el momento de orar todos, absolutamente todos, como aquel pueblo desesperado que rezaba porque pasara la peste. Para ésta que nos acosa y diezma desde hace 20 años, es urgente encontrar una medicina liberadora, tal como los frutos dorados del limonero del Señor.
*Alicia ílamo Bartolomé es miembro fundadora de la Universidad Monteávila