En la segunda crónica del E-Book Cuestión de dignidad, se aborda la crisis educativa que vive el país. Solo en el 2022 la deserción escolar -según Encovi- alcanzó la cifra de 190 mil alumnos. Conoce la historia de Cristofer, joven de 17 años, que ya lleva dos años sin asistir al liceo.
Luis Miguel Hernández.-
La policía logró acorralar a Cristofer. Un joven de 17 años, de tez oscura, cabello negro y encrespado, lucía una franela gris, shorts azules y zapatos deportivos ya desgastados.
Los agentes pusieron sus pesadas manos sobre él para que no escapara, hasta que finalmente decidió ceder. El joven entregó su haragán y el dinero hecho durante el día.
“Si los volvemos a ver, los vamos a llevar y les daremos una pela”. Así amenaza la policía a quienes limpian los parabrisas en la estación de servicio Victoria. Los oficiales se molestan cuando no reciben vacuna, que puede variar entre cinco y diez dólares.
Cristofer siempre carga manchas de suciedad en su cuerpo, la mugre le salía de las uñas, incluso su rosario estaba malogrado y mugriento.
Cuando limpiaba el parabrisas de un carro con un nuevo haragán y con la agilidad de un esgrimista, el conductor, un señor de aproximadamente 60 años, le hacía señas indicando que no tenía nada para remunerar el servicio.
Dejé el colegio a los 15 para ponerme a trabajar, prefiero esto antes que estar robando o pidiendo
Cristofer
-Dios proveerá – dijo alejándose del carro.
El pedazo de pan que sostenía con la axila se le cayó al piso, la recogió con la mano y de un bocado se lo terminó.
A las 11 de la mañana, Cristofer caminaba por una subida empinada tratando de hacer algo de dinero, desde hace 2 años no asiste a clases, se quedó en tercer año.
El contexto económico, social y político del país lo obligó a elegir entre comer o cumplir sus sueños, y es que en Venezuela en el 2022 la deserción escolar -según Encovi- alcanzó la cifra de 190 mil alumnos.
– Dejé el colegio a los 15 para ponerme a trabajar, prefiero esto antes que estar robando o pidiendo.
Los dedos del joven no habían sido lavados en todo el día, pero igualmente se los llevó a la boca para retirar los excesos de comida en sus dientes, y al pasar la lengua por los labios en señal de hambre, una mujer le entregó un trozo de torta; Cristofer la recibió muy agradecido y con ambas manos.
El joven masticaba el pastel con la boca abierta mientras hablaba de su abuela, una señora de 65 años con una infección en los pulmones. Cristofer se ocupa de ella, la atiende y le compra sus medicinas para la tensión y su afección pulmonar, pues no tiene papá y su mamá los abandonó hace 3 meses.
Mientras más palabras pronunciaba, los ojos se le humedecían por la conmoción, pero de un momento a otro, cambió el ceño y se limpió las lágrimas.
A Cristofer le molestan las injusticias. Lo vive a cada rato, la policía le quita lo poco que produce, no cuenta con el tiempo para estudiar porque necesita trabajar, de por sí el dinero no le alcanza. Sin embargo, es una persona llena de sueños y ambiciones.
Quiere ser abogado para luchar contra los atropellos, le encantan los deportes, en especial el fútbol y el béisbol.
Al hablar de los deportes, el joven dejó su haragán y su botella de agua con jabón en el suelo, se cuadró como un beisbolista, fijó la mirada a la altura del pitcheo y realizó un swing de zurda con las intenciones de sacar la pelota del campo.
-También bateo con la derecha- dijo mientras cambiaba de posición, nuevamente se concentró en la bola y abanicó con la diestra un home run digno de un grandes ligas.
En ese instante, soltó el bate imaginario para recoger el haragán y la botella, lo único real para él.
A la hora de erguirse se apreciaba en sus ojos una mirada de desaliento y desesperanza: ni abogado ni deportista, los sueños de Cristofer fueron aplastados por una revolución tricolor.
Mientras el joven continúa amarrado a su haragán y al agua sucia, en la Gran Colombia, el corazón amarillo, azul y rojo se ve por doquier, incluso en la puerta de la oficina de la directora.
Cada rincón de este colegio centenario es aprovechado para la propaganda política, a Nicolás Maduro se le puede encontrar en una pancarta recibiendo a los estudiantes cada mañana.
Esta casa de estudio es patrimonio nacional e internacional, y vio graduarse a cientos de miles de alumnos. El colegio que una vez brilló por la inmensidad de su arquitectura, ampliada en 1939 por el arquitecto Carlos Raúl Villanueva, hoy no es ni la sombra de lo que fue.
Las mesas de la Gran Colombia están destruidas, nadie se ocupa de ellas. Los jardines comunes para los alumnos carecen de cuidado, y para donde se mire hay un Simón Bolívar que se impone en el paisaje, un personaje explotado por la revolución bolivariana desde hace más de 20 años.
-El estado y la sociedad tienen que reconocer y darle el valor al docente– dice Moraima Padilla, ex directora de la Gran Colombia, quien se mantienen al frente de la institución por el amor y la pasión que siente por la educación, aunque se encuentra jubilada.
Los bajos salarios del país obligan a los profesores a buscar otras vías de ingresos, abandonando así la enseñanza escolar. El 50% de los educadores de escuelas públicas renunciaron durante el año 2022 -según Fundaredes- y la realidad indica que no mejorará: desde enero de 2023 se mantienen con acciones de protesta en las calles.
¿Tú te imaginas una sociedad sin docentes? ¿Cómo sería eso? No puedes ser científico, astronauta, filósofo, ingeniero, político, nada…
Moraima Padilla
-Nos gustaría tener más docentes.
En períodos anteriores, la Gran Colombia contaba con un gran abanico de educadores, ni siquiera tenían que andar buscando profesores, ahora han de rogarles para que no se vayan.
La unidad educativa contaba con seis psicólogos, pero desde hace siete años no tienen ni a uno, y mucho menos disponen de orientadores.
–¿Tú te imaginas una sociedad sin docentes? ¿Cómo sería eso? No puedes ser científico, astronauta, filósofo, ingeniero, político, nada… Tiene que haber una reivindicación tanto social como monetaria.
Con los pocos profesores que tienen, tratan de distribuir las horas académicas.
-Eso no debe ser, hay mucho desgaste.
Moraima señala que su diabetes tipo 2 es gracias a toda la carga laboral que llevó durante 40 años, pues, como docente, buscaba tener más trabajo para cubrir sus necesidades.
-Una llegaba cansada a la casa y se comía cualquier cosa, no tenía energía para preparar algo saludable.
Dada la baja remuneración y, por consiguiente, los pocos recursos de los profesores, se les es difícil cumplir con el temario del curso: “El 46% de los docentes manifestó haber ejecutado la mitad o menos de sus objetivos planificados durante el año escolar”.
-Todos los que trabajamos aquí lo hacemos por amor- decía Moraima mientras el ruido de una pulidora callaba sus palabras.
Mientras Moraima camina por los pasillos del colegio anhelando un mejor futuro, Cristofer pasa de parabrisas en parabrisas por algo de dinero, deseando -aunque sea, “terminar el bachillerato”.
Mañana lee: Vivir en el paraíso, de Diego García
*Luis Miguel Hernández es estudiante de la Universidad Monteávila