Te entregamos la publicación de las historias ganadoras del concurso de cuentos de los alumnos del segundo semestre de Comunicación Social, de la sección D, en la materia de Redacción y Estilo. Los muertos no son compañía obtuvo el segundo lugar.
Vanessa Lentini.-
Se ha vuelto costumbre que personas me pisoteen a diario. ¿Por qué lo harán? ¿Acaso no saben que acá abajo vive alguien? Antes me sentía en soledad, ahora la compañía me atormenta. Nadie puede oírme, ni siquiera los que viven dentro de mí, la verdad no sé si es bueno o no. Llegan, se ríen y cuando el cielo borra sus dibujos, se van. Todos quieren una foto conmigo, me dibujan, me sueñan, me escogen como su lugar para el descanso eterno, de qué sirve, los muertos no son compañía.
Me rodean hipócritas que fingen quererme y al final me hieren con sus propias manos. ¿Qué puedo hacer? No tengo escapatoria, soy grande como para levantarme e irme y débil como para permanecer de pie, me caería sobre todos ellos y los eliminaría, la verdad no me gusta la idea, no soy vengativa.
Soy grande y hay quienes no me han visto jamás; creo que soy hermosa ya que sus caras al verme por primera vez reflejan los colores del cielo y el cielo es hermoso, en fin, son simples suposiciones. Nunca olvidaré a aquella niña de ojos azules, como yo, su vestido floreado y una sonrisa que brillaba como estrellas en la oscuridad. La pequeña estaba igual de sola que yo; por unos minutos me miró fijamente, ya había comenzado a pensar que estaba muerta, cuando de repente una, otra y otra lágrima acariciaban su mejilla y caían a mis pies.
Todo transcurría bien, es bueno desahogarse, hasta que con su vocecita y mucho aire en sus pulmones gritó: “¿Dónde estás?”. “Abuelita, me dejaste sola”. “Dijiste que estarías aquí”. “Me mentiste”.
Escucho muchas confesiones, unas más honestas que otras; pero, ver a esa pequeña me conmovió y terminó por darme ira, pues, por más que empujara mis olas hacia ella no lograría consolarla. El mundo necesita más empatía, esa niña estaba sola y las otras personas no hacían más que verla, algunos se reían, hacían mala cara, el resto solo la ignoraba, como si ella no fuese nadie. Pude pensar que era producto de mi imaginación, pero, todos la miraban.
Finalmente se fue, luego de gastar su aliento, cabizbaja y sola poco a poco se alejó, hasta que no logré verla. No puedo hablar al igual que ellos, solo puedo hacer uno que otro movimiento y pensar. Es difícil dejar de pensar, esta voz no se calla nunca.
¿Por qué no soy como las tortugas? Las observo siempre, lucen pacíficas, quizás ellas también piensan; no leo mentes así que no lo sé, por lo menos tienen compañía, hay muchas dentro de mí, no están solas como yo.
¿Por qué no soy como los pájaros? Simplemente abrir las alas y que el viento señale mi camino. Los pájaros no tienen problemas, lo ven todo, supongo que desde arriba se puede apreciar el mundo entero; aunque no, ellos sí piensan, creo, siempre regresan a casa y recuerdan el árbol en el que dejaron su nido.
Quiero que esta voz se vaya, quiero quedar en la nada; viviría mejor si solo me hubiese tocado ver y no pensar. ¿Qué pasa si es la mente y no el hombre lo malo? ¿Si no pensáramos? ¿Seguiríamos siendo malos? por qué digo tonterías, nadie me escucha.
¿Qué será de aquella niña? Nunca más se acercó a mí. El cielo está despejado hoy, solo azul es lo que puedo ver. ¡Caramba! vienen dos personas, ya me estaba gustando este pequeño momento en soledad.
– ¡Llegamos, llegamos, llegamos! – exclamó un pequeño niño.
– Sí, hijo. – contestó la mujer – Ven, siéntate aquí. – señalando sus piernas – es aquí a donde te quería traer.
– ¿Por qué al mar? – preguntó el niño.
– Antes de que me fuera del país, visitaba esta playa con mi abuelita en vacaciones. Tenía 28 años sin venir. Después de su muerte no quise volver. – dijo con voz melancólica.
– Si eso te pone triste ¿por qué estamos aquí?
¡Es la niña! ¿Por qué vendría justamente hoy? El día que la pensé ¿acaso estamos conectados?, ¿destino? Si no puedo hablar cómo le hago saber que aún la recuerdo.
– Con los años entiendes que es agradable volver a estos lugares donde los recuerdos cobran vida. Es lo que siento al estar aquí, contigo, con esta vista.
– ¡Mami, un cangrejo! ¿Puedo jugar con él? – exclamó el niño.
– Con cuidado.
– ¡Sí! – contestó.
Ya que no me oirá, para qué me emocionarme; no tengo escapatoria, ni vivos, ni muertos, ni los míos sabrán que el mar vive. – ¿Por qué no puedo ser como el mar? – pensó la mujer – los vivos no me traen paz y… los muertos no son compañía.
*Vanessa Lentini es estudiante de la Universidad Monteávila
Este cuento de mi alumna Vanessa es una maravilla. Muy bien construido y con un final sorprendente y redondo.
¡Te felicito!
Sigue escribiendo, tienes madera.
Prof. Susana Spada
Hermoso! Felicitaciones a Vanessa! Que siga escribiendo y creciendo en su maravillosa universidad.
Escritura Creativa la espera en el VII semestre!