Tras una cuarentena de 15 meses y un panorama desértico en las instalaciones del Colegio San Ignacio de Caracas, la vida estudiantil y extracurricular se retomó y el ambiente tuvo de nuevo el aire fresco de la juventud.
*Beatriz Arias.-
Luego de una semana llena de muchas conversaciones de pasillo, de muchos rumores y charlas entre adultos, que en la mañana se reunían a tomar café en la cantina del Colegio San Ignacio de Loyola, de repente todo se paralizó. Se alteró la percepción del tiempo y pasaron muchos meses que, para algunos, parecieran ser un fin de semana.
Para los ignacianos, las primeras semanas de junio de 2021, fueron de reencontrarse con la que es su segunda casa, después de que, a partir de aquel 13 de marzo de 2020, tuviesen que recoger sus materiales e irse a sus casas a estudiar a distancia.
Un antiguo alumno de la institución, Jesús ílvarez, tenía pocos meses haciéndole suplencias al profesor de matemáticas de cuarto año y había empezado a vivir una nueva etapa, viendo desde la perspectiva docente los salones en los cuales estudió.
Durante esa semana, la del 13 de marzo -semana previa a los exámenes mensuales-, comentaban en el salón de profesores que eventualmente tendrían que dar clases y evaluar en modalidad virtual, porque así se veía en otros países, pero en sus mentes corría el pensamiento de que el segundo lapso sí tendría un cierre presencial.
A las 2:15 de la tarde de ese viernes, hora usual de salida del grueso del colegio, no había ni un alma en los pasillos y quien escribe sintió un vacío inmenso, un sentimiento de que todo estaba a punto de cambiar.
Algunos estudiantes se dieron cuenta de que uno de sus compañeros no había ido a clases ese día y con las declaraciones del ejecutivo nacional en una cadena de radio y TV, se confirmaron los rumores de pasillo: un representante del colegio, padre de ese compañero y estudiante de Jesús, había dado positivo en la prueba de coronavirus.
El colegio, que normalmente estaba lleno de vida, con estudiantes “pasilleando” -como dirían los profesores- desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche con las prácticas de fútbol, gaitas, gimnasia y demás deportes o actividades extraescolares, perdió color durante el resto del año escolar 2020-2021.
El regreso a casa
Cuando llegó el momento de por fin reencontrarse con el colegio, los alumnos de Jesús ílvarez, ya estaban en el último trimestre de quinto año y el colegio tenía nuevo Padre Rector. Las medidas de bioseguridad eran las protagonistas, a través de dispensadores de gel, calcomanias para marcar el distanciamiento.
Durante esos primeros días de junio de este año, la primera actividad que se le puso a cuarto año fue hacer un acto patriótico: izar las banderas y cantar los himnos, que lo que realmente dio fue tristeza; de casualidad tres muchachos cantaban.
Sin embargo, el profesor Luis Guevara, coordinador de cuarto año, organizó un rally por la sede de Chacao, con ayuda de los docentes adscritos a su nivel, para que sus estudiantes no solo pisaran el colegio nuevamente, sino que disfrutaran, se entretuvieran y aprendieran mientras lo hacían. “No podíamos dejar que su primer día de regreso pasara por debajo de la mesa”, dijo Guevara.
Desde medir las canchas con las trenzas de los zapatos, hasta escribir canciones con palabras en inglés y retar a su mente con actividades que apelan a su ética y moral, para decidir a quién salvarían durante una crisis, era lo que hacían los grandes del colegio, mientras los pequeños de kínder, caminaban por primera vez en su salón de clases.
Los profesores aprovecharon de hacer llamados de atención.
– ¿Cuándo me vas a prender la cámara en clase? -dijo íngel Marrero, uno de los profesores de deportes más emblemáticos del colegio a un estudiante-, ya van como 3 clases que te pido que la prendas y no haces caso.
– No vale AnÂÂgelito, yo siempre la prendo -respondió inmediatamente el estudiante, al darse cuenta que el profesor Guevara escuchaba la conversación- me estás confundiendo con otra persona.
La esperanza de retomar el ritmo
Después de catorce meses en los que la institución educativa dejó de ser transitada por quienes le dan vida, después de momentos en los que se aflojaba un poco la restricción y parecía que el colegio volvería a ser un punto de encuentro, y de otros en los que las cuerdas se tensaban y las restricciones aumentaban, las actividades presenciales poco a poco se fueron reactivando.
Las canchas de voleibol, basquetbol, fútbol y beisbol volvieron a ser usadas como lugar de entrenamiento, en vez de capilla o salón de actos alternativos. El agua de la piscina volvió a tener movimiento con las brazadas de los nadadores. El trampolín del gimnasio volvió a rebotar. El estacionamiento del colegio volvió a ser punto de salida para las excusiones. Y en todo su espacio, se escucharon de nuevo las liras de la banda de guerra y el repique de las tamboras de los gaiteros.
El Centro de Estudiantes no se quedó atrás y logró coordinar una semana colegial que se transmitiría de manera virtual y de esa manera retomar tradiciones, como el clásico partido de fútbol cuarto contra quinto, femenino y masculino.
“Gracias al respeto de todas las directrices en cuanto a bioseguridad y circulación a la hora de entrada y salida, así como la puntualidad en el horario establecido, se logró manejar con total éxito cada jornada, dándoles a nuestros alumnos la oportunidad de reencontrarse de nuevo y compartir presencialmente”, expresó la Dirección del San Ignacio de Loyola, mediante un comunicado enviado vía Whatsapp.
Aunque el panorama aún no permitía vivir esas experiencias al máximo, sino que las medidas de bioseguridad restringían la cantidad de personas que lo vivirían físicamente, así como las modalidades de algunas de estas actividades, el colegio volvió a airearse, el ambiente rejuveneció y el Araguaney floreció otra vez en esta institución que va rumbo a los cien años. Se probó nuevamente que las instituciones educativas, que educan más allá de lo académico, las hacen sus personas.
*Beatriz Arias es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.