Francisco Blanco-

Esto es un hecho de la vida real.
Cuatro años atrás durante el verano, estaba contando todo el inventario de comida para mascotas de aquel gigante almacén. Una mañana mi jefe me transfiere circunstancialmente de departamento y de inventarios pasé a producción. Ahí entendí muchas cosas, porque me transporté a esa película de Chaplin donde se mete en un sistemas de engranaje, comprendí eso que tanto había hablado en mis clases sobre la revolución industrial.
El trabajo era fácil. El trabajo era repetitivo. El trabajo era mecánico. El trabajo era horrible.
Había que: abrir las cajas con gift card de Amazon y ponerlas en los cuatro mesones donde estaban los ensambladores, junto con las cajas con las latas troqueladas con la forma de San Nicolás, las que, con un exacto había que cortar alrededor del perímetro a dos dedos de altura del borde, sacar el papel de ceda que separaba las latas entre sí para que no se rayaran, sacudir la caja para que las latas se aflojaran y los ensambladores las pudiesen agarrar sin rayarlas (órdenes del jefe).
Los ensambladores tenían que: tomar las dos partes de la lata, poner una gift card, cerrar la lata, ponerle un envoltorio plástico (cuya caja había que abrir previamente y poner en su mesa de trabajo) y poner todo en una correa giratoria que los llevaba a un horno de vapor donde sellaba el plástico al vacío y quedaba tal cual como cuando vez algo empacado al vacío en una tienda.
Luego había que poner 36 latas empacadas al vacío en un caja, sellar la caja, apilar la caja en una torre de 12, compactar cada torre con papel plástico industrial y llamar al operador del montacargas a que llevara la torre al puerto de carga.
Mi trabajo era abrir las cajas, sacar el papel de ceda y ponerlas en las mesas, así como, cada tanto, botar la basura (generalmente cartón) en el compactador. Al principio contaba cuantas cajas podía abrir en media hora, luego competía con Juan, el otro que estaba haciendo el mismo trabajo que yo, luego cantaba en mi cabeza, luego silbaba cualquier cosa, luego fui al baño, luego recordaba todos los capítulos de FRIENDS que podía, luego sonó el silbato de media mañana y me di cuenta que ese iba a ser el día más largo de mi vida.
Algo curioso pasó cerca de la media tarde. Un sujeto identificado como empleado de Amazon, llegó al lugar y habló con el supervisor, hablaron un rato, revisaron unos papeles, vieron las cajas alrededor de todo el lugar, luego me llamaron para que ubicara unas cajas con un código específico (eran las cajas con las gift card que justo estábamos abriendo Juan y yo) de inmediato nos mandaron a parar la operación.
Resulta que esas gift card eran de mil dólares cada una y por error de la empresa, ya estaban activadas lo que las ponía en riesgo. Ahí, hice conciencia que era cerca de quinientas gift card por caja, cualquiera podría agarrar una para sí y nadie, nadie, nadie se daría cuenta, o tal vez sí, nunca lo sabré.
El supervisor me mandó a recoger y barrer todo el lugar mientras Juan y los demás pasaron a otra línea de producción mientras terminaba la jornada laboral. Sonó el silbato de salida, todos al instante dejaron lo que estaban haciendo y se fueron, yo al cerrar una bolsa de basura me vi una lata troquelada con la cabeza de San Nicolás, la agarré y le pregunté al supervisor si me la podía quedar. Él, absolutamente extrañado por eso me dijo que sí, la tomé y me fui, de camino a la salida escucho que me llama y me pregunta: “Francisco para qué quieres llevarte eso” a lo que respondí: “Lo quiero para mi arbolito de navidad”
Francisco J. Blanco es director de la Escuela de Educación de la Universidad Monteávila