La Trepadora, la novela galleguiana de la esperanza venezolana

Carlos Balladares Castillo.-

Reinaldo Solar (1920), la primera novela de Rómulo Gallegos (1884-1969) y a la cual le dedicamos nuestro artí­culo anterior, pertenece a la tradición pesimista de nuestra literatura. Pero en su segunda novela Gallegos quiso hacer algo distinto sin perder su pertenencia al Realismo literario. Si antes habló de nuestro mayor defecto: la inconstancia que genera creer en las utopí­as, en La Trepadora (1925) se dedica a los que muchos siempre han condenado: el ascenso social por medio del ví­nculo sexual, el matrimonio y el “vivismo criollo”. Es el mestizaje como medio para resolver nuestra conflictividad socio-racial, y todo en un relato que sirve de metáfora sobre nuestra historia que se abre hacia la esperanza del progreso civilizatorio.

Venezuela es comprendida por Gallegos a través de los personajes que construye. Pero el paí­s no se reduce a uno solo, sino que estos pueden ser etapas de su historia y/o la nación se explica a través de las relaciones entre ellos. En la siguiente descripción de uno de los personajes centrales de La Trepadora se puede ver la Venezuela indómita y bárbara.

  • ¡Este Hilario! ¡Cuánto me preocupa el muchacho! De su natural impetuoso y de su corazón vehemente puede esperarse, a la vez, todo lo bueno y todo lo malo. Valiente, audaz, dotado de una naturaleza generosa, sin miedo ni a la vida ni a la muerte, solo le falta una mano sabia que le vaya desbastando el alma… Me preocupa su suerte. Me aflige pensar que esa fuerza que alienta en él se desví­e y lo conduzca a un destino deplorable. Temo por él, como por el fuego, que atendido calienta y alumbra, pero descuidado, incendia y devora. Si Dios quisiera… ¡Si Dios quisiera salvármelo! Una mano sabia, suave y fuerte a la vez, un corazón generoso, capaz de pequeños, pero continuados sacrificios, para un verdadero triunfo final…; una mujer que lo entienda y que lo salve de sí­ mismo, porque su mayor enemigo es su propio corazón. (Parte I, capí­tulo IX).

El padre de Hilario: Don Jaime del Casal, le habla a la enamorada de su hijo: Adelaida. Sin querer y queriendo le encomienda la misión de ser “la mano sabia, suave y fuerte a la vez” que logre controlar, guiar y transformar-canalizar para el bien la naturaleza impetuosa de nuestra “raza”. En la visión positivista de Gallegos somos una raza mestiza, que por sus tradiciones violentas y la lucha por sobrevivir en el trópico, ha sido bárbara. Se necesitaba la paciencia y el trabajo silencioso (“evolutivo” y “pedagógico”), como el amor de una mujer con un hombre machista e inculto, para llevar a cabo el proceso civilizatorio. Venezuela es una mujer que está controlando permanentemente la naturaleza casi “indómita”. La barbarie a su vez tiene en el caudillo-caudillismo su expresión polí­tica, realidad que describe el autor en el siguiente diálogo.

  • Muy inquietos los ánimos. Todo el mundo se está preparando. Se dice que por el Oriente se está encendiendo una guerra que va a ser muy seria. Ya todo ese llano está infestado de partidas revolucionarias. Aprovechándome de eso es como he podido ganar unos reales; el ganado no vale nada; por lo que uno ofrezca se lo dan.
  • ¿Hasta cuándo durará la guachafita en este paí­s? El hombre de trabajo se desalienta.

Y en otra parte mucho más adelante señala:

  • Y las autoridades, ¿qué hacen a todas éstas?
  • Tenerles miedo y dejarlos cometer fechorí­as. La historia de siempre. (Parte I, capí­tulo VII).

En Hilario Guanipa hay un ejemplo cambiando lo cambiable del caudillo, pero el caudillo que “se revolví­a contra los suyos y al mismo tiempo se jactaba de ser cómo eran los suyos”, al referirse a un momento en que Hilario controla violentamente un ataque al pueblo que realizan sus tí­os bandoleros. Es inevitable entonces pensar en Cipriano Castro (1854-1924, y gobernante de 1899 a 1908) y Juan Vicente Gómez (1857-1935, y gobernante de 1908 a 1935) cuyo poder nació de la guerra caudillista pero que terminarán destruyendo a su estirpe y a las condiciones que le dieron origen.

Esta explicación ficcional de la desaparición del caudillismo en Venezuela, nos hace pensar que Gallegos establece en su novela tres etapas de nuestra historia: pasado, presente y futuro. En el pasado fue: “El hombre de presa”: Hilario Guanipa, el cual representa el perí­odo de la Colonia y el siglo XIX e incluso el perí­odo precolombino al referirse a los indí­genas con el apellido Guanipa y la madre de Hilario: Modesta Guanipa. Aunque Gallegos señala que es mulata, pero es con ella que se inicia el proceso “trepador” en lo social por medio de una conveniente preñez y la violencia de sus tí­os bandoleros y guerrilleros (según fuera el momento histórico: paz o guerra). La banda de nombre “Los barbudos” presiona al señorito (blanco “mantuano” heredero de la gran hacienda: Catarrana: Jaime del Casal) a aceptar el hijo ilegí­timo. Aunque éste igual pensaba hacerlo pero la presión de sus tradiciones aristocrática (mantuanas) se lo impiden, y termina sin darle el apellido pero dejándole una pequeña parte de la hacienda para que se sostenga económicamente. A pesar de ello Hilario siempre adorará a su padre pero no acepta el apellido, y desea ganarse Catarrana por sí­ mismo, lo cual hace con trabajo pero también con algunas vivezas una vez que muere el padre. Es una especie de Juan Vicente Gómez conquistando Venezuela.

La segunda parte es el presente gomecista (1908-1935) que padece Gallegos. Es la época de saber soportar con paciencia la violencia del hombre de presa que se ha hecho dueño de la hacienda: Venezuela. El protagonismo lo tiene la esposa blanca: Adelaida, que con amor va medio domando a Hilario-Gómez. Ella se habí­a enamorado de su condición bárbara, pero después sufrirá las consecuencias: “violencia” y adulterio; para intentar luego con el lento proceso pedagógico de la paciencia y el padecer en silencia, ganarse al marido para cambiarlo. Acá la propuesta que ya Gallegos nos habí­a insinuado en Reinaldo Solar. La tercera parte es el presente-futuro de Venezuela, el cual para Gallegos terminará en Victoria, de allí­ el nombre de la hija de Hilario que “emigra” a la gran ciudad: Caracas, para “trepar” en ella pero ahora, no por medios violentos o la seducción sexual solo basada en la pasión interesada, sino en el amor, belleza, simpatí­a e inteligencia de la nueva generación mestiza. De alguna forma es la esperanza que veí­a Gallegos en sus discí­pulos, los cuales construirí­an la democracia-modernidad.

La tesis central de la novela, además del ascenso social por medio del mestizaje; es que a través del amor paciente, el trabajo (“la vida del llano que tiempla al más flojo”) y el ahorro (“no despilfarres en  francachelas el fruto de tu trabajo”); la naturaleza violenta del venezolano puede ser civilizada. La metáfora es la de las mujeres trepadoras que ascienden a través del árbol central (conquistador español y blancos criollos), y se hacen fuertes y uno solo con él. Al principio fue Modesta Guanipa, después su hijo Hilario fruto del mestizaje del mantuano con la mujer aunque mulata de ancestral origen indí­gena, e Hilario después “tomará” la hacienda y una mantuana venida a menos: Adelaida, y finalmente la hija de ambos: Victoria, se enraizará con un primo de la rama mantuana formada en Alemania.

La trepadora es una sí­ntesis esperanzadora para una sociedad -y con ella su literatura-, que vive en un momento de profundo pesimismo. ¿Acaso por ello no resulta de una relativa actualidad para los venezolanos de principios del siglo XXI? El mestizaje, el amor, la paciencia y todas las virtudes que posee la mujer venezolana; son una lección y un ejemplo a seguir para poder domar nuestros vicios y costumbres más nefastos, que irremediablemente han renacido con fuerzas en el presente. No todo está perdido. El ejemplo y las letras de Gallegos y tantos venezolanos de bien no los están recordando. No es un imposible tener un paí­s normal.

*Carlos Balladares es profesor de la Universidad Monteávila

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