El hombre con más suerte del mundo

Francisco Blanco.-

Este es un hecho de la vida real

Alejandro Cervantes era un tipo con suerte. Nació a las faldas de un volcán que siempre ha visto en actividad en Turrialba (Costa Rica), pueblo del que nunca se ha ido y que, según sus palabras, lo verá morir.

Alejandro, o Ale, como le dicen en el pueblo, nació en una hogar peculiar, o capaz lastimosamente tí­pico. Fue el menor de dos hermanos, su madre apenas letrada se vio a sí­ misma sola con dos muchachitos apenas nació el segundo, eso la obligó a trabajar de cualquier cosa para procurarles las tres comidas a sus hijos. Paradójicamente el papá de Ale le pagó un colegio privado a él y a sus hermanos, incluso ofrecerle pagar la carrera universitaria que quisieran. Ale se negó.

Ale encontró demasiado temprano el gusto por el dinero. No quiso estudiar nada y se puso a trabajar, así­ como habí­a visto a su madre hacer desde que tiene conciencia que el dí­a es dí­a y la noche es noche.

Como era joven y no sabí­a nada, Ale encontró trabajo en un almacén, siendo asistente de tornero, ahí­ ayudaba con el montaje de las piezas, quitando la escoria y limpiando el lugar. El dueño de la fábrica se dio cuenta que Ale era el único que no habí­a tenido problemas con sus compañeros, que siempre estaba con buena cara y no caí­a en confrontaciones con nadie, por eso le enseñó a manejar el camión viejo del almacén y pasó a ser ahora el chofer/mecánico de la fábrica.

Un dí­a con el camión viejo, Ale va por la calle donde está su casa y ve pasando a Lisbeth, la hija de la vecina de dos casas más abajo, la vio más linda que siempre y la invitó a una merienda esa tarde, para la noche ya eran novios y para el año de eso ya eran padres de Carolina. Lisbeth era amiga de Ale de la infancia, fueron al mismo colegio pero ella cursó dos años por debajo de Ale. Hoy, 16 años después, siguen juntos. Mi verdadera mitad” puso Ale en su Facebook un domingo cualquiera bajo una foto de su esposa. Dime tú, invisible lector… ¿Quién consigue al amor de su vida dos casas más abajo en su misma cuadra?

Ale se cansó de manejar el camión viejo, se lo dijo al patrón y él lo puso a trabajar entonces de ayudante montando ventanas de vidrio, otro negocio que tení­a aparte de la fábrica, la casualidad se juntó con la suerte de Ale y resultó que vendrí­a siendo ayudante de su propio tí­o Marcos que tení­a ya 12 años montando ventanas de vidrio.

Ambos trabajaron unos buenos 7 años para aquel señor, hasta que un dí­a Ale, que para ese entonces era recién papá, le propuso a su tí­o independizarse y montar un negocio aparte, este con mucho miedo dijo que sí­, Ale le dijo “Tranquilo tí­o, yo nací­ para triunfar”, luego habló con su madre, ella hipotecó la casa y le dio el dinero para comprar las herramientas. Cuando Ale renunció el jefe le dijo que no le iba a dar ninguna liquidación o prestaciones (era diciembre del 2002) en cambio le iba a regalar el camión viejo que se negó a seguir manejando años atrás.

Ale y Marcos encontraron los primeros dos clientes, uno querí­a un ventanal panorámico en un segundo piso, otro querí­a unas puertas de vidrio para la ducha del cuarto principal, hicieron el trabajo, Ale uso el dinero para pintar el camión, le acomodó el motor y lo vendió absolutamente revalorizado, esto le dio dinero suficiente para tener una base bancaria respetable y pedir un crédito para sacar de agencia un camión Ford 350 del año para poder trabajar.

Un dí­a Ale, Marcos y “Quillo”. como le dicen de cariño a Daniel, el nuevo empleado de Ale, entraron a la casa de un cliente que querí­a poner en todas las ventanas de su casa un sistema corredizo, querí­a arrendar esa propiedad y por eso estaba dándole unos toques de lujo para subir el precio del alquiler. En medio de la faena Ale vio que en jardí­n habí­a un perro jugando solo con una cadena que tení­a al cuello, era un bulldog inglés regordete y pesado, le hace el comentario al dueño y él le dice que no sabe qué hacer con ella, porque como va a alquilar la casa  no puede meter al perro en el contrato y no tiene donde llevarla, se llama bonita. Esa noche, Ale llegó a la casa con bonita.

Bonita tuvo por 2 años crí­as de 8 cachorros, lo que es inusual para un bulldog inglés que tiene siempre 5 o 6, cada perro lo vendió en 1.500$ y con ese dinero pintó la casa, amplió los cuartos, terminó de pagar el camión, compró otro (usado) y le terminó de pagar la hipoteca a su mamá.

Ale se hizo nombre en el pueblo, ya tení­a un almacén donde fabricaba los marcos de las ventanas, contrato a obreros para ello y a su hermano como vendedor, patrocinaba la academia de fútbol del pueblo, no hací­a cola en los bancos cuando iba porque entraba directo a la oficina del gerente, el carnicero le ofreció un dí­a comprar juntos tres cabezas de ganado, Ale dijo que sí­ pero él querí­a quedarse con una, la engordó con pasto que sacaba de la parcela de un cliente que tení­a en ese momento, pasto que no pagó; por el contrario, el cliente le agradeció porque más bien le limpió la parcela, cuando llegó el momento de beneficiar a la res, Ale sacó tanto dinero que pudo llevar a su familia a Disney para celebrar los 15 años de Carito. La res se llamaba Mickey… idea de Ale.

Un dí­a, el compadre de Marcos, Don ílvaro, le pidió a Ale ayuda. Él era un viejo que toda la vida habí­a trabajado en una constructora pero querí­a independizarse, “así­ como mi compadre y usted”, dijo “pero el banco no me da crédito para comprar nada, ni herramientas ni nada… ¿me podrá ayudar con algo?” Ale le regaló a Don ílvaro sus viejas herramientas y le prestó el dinero suficiente para que comprara tres sacos de cemento, suficiente para empezar a levantar una pared para su primer cliente.

Don ílvaro compró el cemento donde lo encontró más barato, una tienda de la capital, y cuando fue a pagar, la cajera le dice que con el número de la factura está concursando en una rifa, Don ílvaro es un viejo y no entiende ya nada. Pasan los dí­as y la tienda llama a Don ílvaro, le dicen que se ganó 2 pasajes todo incluido al mundial de fútbol de Brasil para ver los tres juegos de Costa Rica en las eliminatorias, en agradecimiento Don ílvaro llevó a Ale. Ale fue al mundial.

Ale le dijo a su esposa que querí­a ver cómo era eso de trabajar en otro paí­s, al final de cuenta, todo el mundo dice que en Estados Unidos se hace plata y él querí­a ver qué tan cierto era eso. Hizo una maleta y se fue, llegó a Orlando, un amigo de otro amigo de una persona que Ale conoce que es de Costa Rica le consiguió un trabajo en un hotel, pintando los cuartos que estaban vací­os por la temporada, comenzó un jueves y regresando a la casa en donde se estaba quedando vio que estaban vendiendo una camioneta Toyota, estilo mini van, la compró y la acomodó, la mentalidad de comerciante de Ale no descansa y seguro venderí­a esa camioneta al terminar su viaje y recuperarí­a la inversión.

En la casa donde se estaba quedando Ale viví­an varias personas, todas hispanas, en lo mismo que él, en búsqueda de la quimera de oro… una de ellas le pide la cola hasta su trabajo y Ale como es Ale le da la cola, llegan al lugar a 10 minutos de la casa y ve que es una lavanderí­a industrial, igual a una donde su madre trabajó una vez, Ale ve toda la maquinaria con esos ojos de alguien que sabe lo que está viendo, cruza tres palabras con el jefe del lugar y a los 10 minutos Ale tení­a trabajo en la lavanderí­a.

Ale trabajaba en el hotel y en la lavanderí­a. Entraba a un cuarto del hotel a pintar y se encontraba dinero en el piso, cajas de helado en las neveras, cupones de rebajas de tiendas por departamento y un llavero del Capitán América, una vez pidió una hamburguesa sencilla en el comedor de empleados y por accidente se la dieron doble y con tocineta. Ale Llegaba a la lavanderí­a y el jefe le daba pizza por su buen desempeño, le regaló un iPhone X porque se lo habí­a ganado en una promoción dos por uno y no sabí­a a quién dárselo.

Ese es Ale.

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Esto puede parecer verdaderamente increí­ble, pero me lo contó Ale cuando pintábamos un cuarto de ese hotel en Orlando, yo ahí­ tuve la opción de no creerle nada, porque en verdad, un tipo con dinero y todo lo que dice tener, qué necesidad tiene de andar pintando cuartos aquí­â€¦ supongo que Ale pensó lo mismo de mí­, cuando le dije que yo era profesor universitario y sin embargo estaba ahí­ pintando cuartos con él.

Ale me salvó la vida, pero esa es otra historia.

*Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila

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