Marianella Cremi La Riva.-
Es bastante difícil resumir lo que ha sido para mí este primer año en la universidad. En mi caso, comenzar la universidad significó mudarme de ciudad. Poner mi cuarto en algunas –varias– maletas y emprender un viaje a través de las carreteras venezolanas para llegar al destino que desde hace años me esperaba para convertirse en una especie de nuevo hogar: Caracas.
Irme de Acarigua, la ciudad donde viví toda mi –aún corta– vida, parecía insólito. Dejar mi casa, mi cuarto, mi familia e incluso las calles que transitaba a diario en el carro; fue un proceso agridulce. Por más que me gusta mi nueva ciudad, a la que le he tenido gran cariño desde pequeña, nada se compara al calor de mi hogar ni a los atardeceres llaneros. Aun cuando el ívila sea un increíble accesorio para mis días caraqueños.
Llamar a mi mamá más de una vez al día para pedirle trucos de cocina y planificar como llegar a mi estado en fechas especiales se convirtió en algo cotidiano. Casi tanto como explicar con mapas y referencias rebuscadas a todas las personas que conocía, cosas como: dónde es que queda mi casa, qué es un girasador y por qué todos allá somos primos.
Varias cosas que pueden parecer someras o sencilla se convirtieron en temas a los que debí prestar más atención. Recordar poner a descongelar el almuerzo del día la noche anterior e incluso aprender a llevar una agenda (que creé a manera de “lista de quehaceres” en el bloc de notas de mi celular).
Afortunadamente, desde el día en que presenté mi prueba de admisión, quedé absolutamente enamorada de la Universidad Monteávila. Por esa razón decidí convertirla en mi casa de estudios y luego de un año estudiando ahí, confirmo que fue una decisión acertada.
Sus valores, su filosofía y su gente me atraparon al instante. Todo esto, que la universidad plantea como fundamental, es muy parecido a lo que aprendí en casa. Mi parte favorita, sin duda alguna, es la importancia que se da a la persona humana. En la Monteávila, eres mucho más que un número de matrícula o una línea en la nómina: eres alguien con nombre y apellido. Y se te trata como tal.
Luego de esta extraordinaria impresión inicial, me he ido topando con otros aspectos igual de destacables de la universidad como la preparación y profesionalismo de todo su personal, la atención personalizada a cada uno de los inconvenientes que puedan tener los alumnos por parte de las instancias correspondientes, el trato ameno y agradable de los profesores e incluso la alegría contagiosa y el espíritu de quienes manejan las fuentes de soda.
Por otro lado, me tocó hacer amigos de nuevo, nunca fui una experta en el área, pero con algunos tropezones ha terminado yéndome bien. La universidad me ha brindado la oportunidad de conocer muchísimas personas, todas muy distintas entre sí, y todas con algo interesante de lo cual me he propuesto aprender un poco. Siempre me he considerado una apasionada por la gente, en general, y sus individualidades. ¿Qué mejor momento que este para ahondar aún más en esa pasión?
También me volví a enfrentar al reto de poner mi mayor esfuerzo en el estudio de cada cátedra académica y ver eso reflejado en mis notas. Pero –muchísimo más importante– me propuse aprender al máximo de cada una de ellas y aplicar el aprendizaje en mi vida. Siento que logré mis objetivos en ambos ámbitos y eso me hace sentir muy bien.
Además, cada día descubro algo nuevo sobre la carrera que escogí, que me hace amarla aún más. He logrado identificar algunas habilidades y gustos que no sabía que tenía, como la de tomar fotos correctamente o el encanto que me produce leer, hablar, estudiar y hasta discutir sobre temas filosóficos y antropológicos.
Definitivamente este ha sido tiempo de reencontrarme con la persona que soy y descubrir varias cosas. Una etapa donde he tenido que aprender a potenciar mis talentos y a desarrollar algunas otras cosas que no se me daban tan bien para poder resolver satisfactoriamente cada dificultad con la que me he topado en el camino.
La constante en estos meses ha sido el cambio. Y como resistirme a él no ha sido una opción, me le he enfrentado con todas las herramientas que tengo a la mano: mis principios, mis valores y mi espíritu.
Todo ese ímpetu se resume en una frase de Ellie Wiesel –escritor estadounidense– que desde hace mucho tiempo he adoptado como máxima para mi proceder: “Para lo que sea que hagas en la vida: Piensa más alto. Siente más profundo”.
Este primer año en la universidad ha sido para mí como una montaña rusa. Lleno de cambios, vueltas y emociones; cada uno de los cuales me he permitido sentir a profundidad y pensar con la altitud que merecen. Para así convertirlos en escalones propicios para construir la escalera hacia el futuro que sueño.
Ese futuro, que no es solo profesional, es la razón fundamental de cada una de las cosas que aquí relato. Mi profesora de antropología, dijo una vez una frase que siempre recuerdo y expresa lo que quiero decir perfectamente: “Si no es un fin lo que los justifica, ¿para qué los medios?”
Sueño con convertirme –evidentemente– en una exitosa comunicadora social. Pero también sueño con ser cada día mejor persona, con seguir cultivando conocimientos, con seguir haciendo amistades que valgan la pena, con seguir aprendiendo cada día de la gente que me rodea y con seguir amando intensamente la vida.
Y sin lugar a dudas, este año me ha llevado más cerca de cumplir esos objetivos que muchos otros.
*Marianella Cremi La Riva es estudiante de la Universidad Monteávila