Jamal Khashoggi, escándalos sin consecuencias

Principe Arabia

Isabella Blanco.-

Fotografí­a: Cortesí­a.-

 Principe Arabia

El año pasado la figura de Mohamed bin Salmán, prí­ncipe heredero de Arabia Saudita, estuvo en el ojo del huracán, tras el dantesco homicidio del periodista disidente Jamal Khashoggi. A pesar del escándalo mundial, las consecuencias parecieran no marcar una diferencia en el proceder del reinado. Los derechos humanos dan pie a este resumen informativo del 2018.

Arabia Saudita es una monarquí­a absoluta regida bajo el Corán y el Sunna, es parte de la Organización de las Naciones Unidas y convive con los lineamientos que esta dicta. Al finalizar el 2018 se encontraba ubicada en el puesto 169, de 180, en la lista de la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa, ofrecida por Reporteros sin Fronteras.

La libertad de expresión es un privilegio que medianamente los saudí­es pueden gozar fuera de su paí­s. A pesar de la persecución, tanto dentro del paí­s como a disidentes en el exterior, durante los regí­menes anteriores a Salmán bin Abdulaziz, no habí­a dado lugar a la participación de la comunidad internacional ante la violación de los derechos humanos, pero con Mohamed bin Salman, se ha vuelto posible.

Designado ministro de Defensa en el 2015,  llevó a Arabia Saudita a la guerra en Yemen además de empezar un bloqueo económico contra Qatar y ser nombrado prí­ncipe heredero en 2017, Bin Salman formalizó el proyecto “Saudi Vision 2030”, el cual, económicamente, busca vender activos públicos, reinvertir los fondos y recaudar ingresos a través de canales contrarios al petróleo. El inicio del plan es ser la parte flotante de Saudi Aramco, la compañí­a petrolera nacional.

A pesar de cautivar a parte de la  población, surgieron crí­ticas. Essam Al Zamil, economista, se mostró en desacuerdo. Alegó, a través de sus redes sociales, que el Aramco vendido a $2 billones demandarí­a la unión de las reservas de petróleo en las ventas. Seguidamente, conjunto con otras personalidades crí­ticas a  Salmán, fue encarcelado en el mes de septiembre del año pasado sin poseer ningún cargo judicial hasta un año después que fue acusado de terrorismo, según reseñó en su momento la agencia Reuters.

El padre Salman Al- Awda, el poeta Ziyad bin Nacheet y el escritor académico Abdullah al-Maliki,  además de activistas en materia de derechos humanos, como Louljain Al-Hathloul, Waleed Abu al-Khair, y Mohammed al-Qahtani, son algunos de los retenidos en esta ola de arrestos que “apunta a los últimos vestigios de la libertad de expresión”, según denunció Amnistí­a Internacional el año pasado.

Para finales del 2017 el gobierno saudí­ razonaba su proceder, cuestionado por instancias internacionales, como la creación de un movimiento para monitorear “las actividades de un grupo de personas en beneficio de las partes extranjeras contra la seguridad del reino y sus intereses, metodologí­a, capacidades y paz social para estimular la sedición y perjudicar la unidad nacional”, conforme a la institución llamada “Seguridad del Estado”, encargada del control antiterrorista y de la inteligencia nacional.

En noviembre del año pasado el prí­ncipe heredero dio inicio a la cuestionada “campaña anticorrupción”, donde se privó de libertad a centenares de empresarios, prí­ncipes, funcionarios y exfuncionarios del gobierno dentro del lujoso hotel Ritz Carlton, ubicado en la capital Riyadh, bajo la excusa de haber robado del Estado grandes sumas monetarias. La mayorí­a eran personajes principales del reinado de Abdalá bin Abdulaziz.

Los acusados fueron forzados a pagar una cantidad acordada con el gobierno la cual se cifró en más de 106 mil millones de dólares en efectivo, además de los bienes materiales de los procesados, según Reuters.

Mientras Mohamed bin Salmán, a inicios de año, realizaba campañas internacionales obteniendo una imagen positiva de su gestión y control sobre el paí­s gracias al alejado alzheimer de su padre, Jamal Khashoggi, quien se consideraba leal a la corona, en su columna para The Washington Post,  además de apoyar a los levantamientos sirios iniciados en el 2011, se dedicaba a refutar las polí­ticas represivas, el manejo de la polí­tica exterior y el uso de términos del prí­ncipe saudí­ al referirse a los crí­ticos de sus gestión como “extremistas”.

Omar Abdulaziz, activista polí­tico residenciado en Canadá, en una entrevista para The Washington Post, admitió trabajar en un proyecto con Khashoggi que consistí­a en desafiar a simpatizantes del gobierno saudí­, ví­a internet, además de gestionar la producción de un cortometraje. “Un sitio web de seguimiento de los derechos humanos y un proyecto a favor de la democracia”, afirmó.

A pesar de temer su arresto por parte del gobierno tras haber huido en 2017, Khashoggi se dirigió al consulado saudí­ en Turquí­a para obtener la certificación de divorcio de su primer matrimonio para casarse nuevamente con su prometida Hatice Cengiz. El dos de octubre, alrededor de la una y media de la tarde,  ingresó a las instalaciones para no volver a ser visto.

Desde ese momento todos los ojos del mundo se centraron en Arabia Saudita y propios y extraños se horrorizaron ante el crimen que ocuparí­a primeras páginas y llamadas telefónicas del altí­simo nivel.

Fuentes cercanas a Khashoggi dijeron que oficiales de la corona lo habí­an contactado meses previos a su desaparición para ofrecerle un trabajo de alto prestigio dentro del gobierno si retornaba. Sin embargo, dadas a las circunstancias en las que suelen desaparecer a enemigos del estado, este decidió no confiar en las intenciones de los oficiales.

Tras semanas de posiciones ambiguas, gracias a la presión internacional, oficiales saudí­es admitieron la muerte del periodista y acusaron a grupos clandestinos cuyo objetivo era llevarlo a Arabia Saudita nuevamente.

A pesar del gran escándalo que se creó tras la muerte de Khashoggi, las intereses polí­ticos y económicos de Mohammed bin Salman parecieran no haber sido afectados. El aumento de las persecuciones y las restricciones impuestas a sus crí­ticos no está cerca de parar como las polí­ticas aplicadas hacia paí­ses en la región, pues para el prí­ncipe, futura figura de Arabia Saudita para las próximas décadas, el control dentro de sus fronteras y de la región es esencial para sus proyectos en desarrollo.

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