El Proteccionismo y sus mitos (IV)

economia para la gente

Rafael J. Avila D.-

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En el artí­culo anterior continuamos esta disertación sobre el Proteccionismo, básicamente argumentando a favor del libre intercambio, revisando sus loables consecuencias, y en contra de la autarquí­a y sus terribles resultados. También continuamos listando y analizando brevemente una serie de mitos que existen en torno al Proteccionismo, y justifican y fomentan su práctica:

Mito #1: Las importaciones (y los déficits comerciales) son malos; las exportaciones (y los superávits comerciales) son buenos.

Mito #2: Ser una «nación deudora» es económicamente perjudicial.

Mito #3: Las importaciones están destruyendo empleos nacionales.

Mito #4: Debido a la competencia internacional, el sector manufacturero del paí­s está disminuyendo.

Mito #5: Debido a la competencia internacional, muchos puestos de trabajo recién creados son de baja remuneración.

Mito #6: La mano de obra extranjera barata es una ventaja injusta.

Ahora continuaremos nuestras reflexiones en torno a este importante tema.

Mito #7: La protección es necesaria para contrarrestar el «dumping».

El supuesto dumping ocurre cuando los fabricantes extranjeros a un determinado paí­s venden productos en él, que supuestamente tienen un precio por debajo del precio al que se venden en el mercado doméstico. Por ejemplo, cuando empresas estadounidenses importan productos para vender en Venezuela, a un precio inferior al precio del mercado doméstico, se dice que hay dumping. Hay numerosas leyes que prohí­ben el dumping basándose en que se trata de una competencia desleal (leyes anti-dumping).

Pero también existen razones económicas sólidas para tales prácticas comerciales. Cargar temporalmente precios que están por debajo del costo es una práctica empresarial competitiva común, sobre todo cuando se quiere entrar en un mercado. Por ejemplo, los establecimientos de comida recién establecidos ofrecen tí­picamente ofertas «dos por el precio de uno» como estrategia para inducir a los consumidores a probar su producto. Las pérdidas incurridas durante las ventas se consideran una inversión que producirá ventas futuras generando una clientela. Los precios más bajos siempre benefician a los consumidores, pero rara vez se critica al restaurante local por «dumping». Tal vez esto es porque los consumidores pueden ver claramente los beneficios de esta competencia en un comercio que es local o doméstico.

Y si imaginamos que ahora trazamos una lí­nea imaginaria alrededor de este restaurante, llamémosla “lí­nea fronteriza”, y suponemos que queda en otro paí­s foráneo, y ahora su venta de comida son sus exportaciones a un paí­s vecino, y para éste son importaciones de comida, producto de un “comercio internacional”, ¿sí­ llamarí­amos a esta práctica “dumping”? ¿Ahora sí­ es criticable? ¿Es diferente a la situación anterior tan sólo por trazar una lí­nea imaginaria que solemos llamar “frontera”? Considero que no es ni dumping, ni criticable, ni diferente a la situación anteriormente planteada.

Otra situación: cuando una moneda extranjera se aprecia o revalúa, es decir, aumenta el valor de ella en la cotización relativa a las demás monedas (o a sus pares), los bienes producidos por empresas del paí­s al que pertenece determinada moneda se hacen más caros en términos de otra moneda. Por ejemplo, imaginemos que un determinado bien tiene un precio doméstico de Bs. 1.000, y que para ese momento el tipo de cambio USD-VEB (dólar estadounidense vs. bolí­var) cotiza en Bs. 1.000 por USD, lo que significa que el determinado bien tiene en dólares un precio de USD 1.

Si ahora el bolí­var se apreciara (o se devaluara el dólar), es decir pasara a valer más en términos relativos al dólar hasta alcanzar un tipo de cambio de Bs. 500 por USD, esto implicarí­a que ese mismo bien de Bs. 1.000 tendrí­a ahora un precio expresado en dólares de USD 2. Es decir, el bien se ha encarecido en términos de dólares estadounidenses. Ceteris paribus (dejando todas las demás variables fijas) el encarecimiento de ese bien en términos de dólar lo hará menos competitivo en los EE.UU impactando negativamente sus ventas.

Es decir, la apreciación de la moneda doméstica frente a una extranjera, hace que los bienes producidos domésticamente se encarezcan en términos de la otra moneda, haciendo estos productos menos competitivos y demandados (por caros) en el mercado internacional. Por ello, si estas empresas productoras de estos determinados bienes quisieran seguir compitiendo deberí­an hacerse más eficientes en costos y márgenes de beneficio, para poder reducir sus precios y así­ seguir luchando por la preferencia del consumidor. Esto beneficia al consumidor, tanto local como foráneo.

Generalmente, la visión proteccionista critica de “dumping” la reacción de estas empresas (de hacerse más eficientes) para poder seguir compitiendo en precios, aunque beneficie al consumidor.

Se suele decir que el dumping se produce porque los gobiernos extranjeros subvencionan a algunos de sus fabricantes, lo que permite a esas empresas competirle en precios a las firmas domésticas. Estas polí­ticas (las del gobierno foráneo) pueden ser equivocadas, pero no hay ninguna razón por la que los consumidores domésticos deban ser castigados por las polí­ticas miopes de los gobiernos extranjeros. Tales subsidios constituyen un “regalo” de los contribuyentes extranjeros a los consumidores domésticos, y pueden ser considerados como ayuda externa en reversa.

En tal caso, son los contribuyentes de aquel paí­s extranjero los que deberí­an quejarse, reclamar y exigir a sus gobiernos que eliminen tales subsidios; no tiene sentido que se quejen los consumidores domésticos (que reciben ese beneficio), y menos que el gobierno local con prácticas proteccionistas de la industria doméstica, “defienda” de la competencia a las empresas nacionales, castigando al ciudadano de a pie.  Además, se ha exagerado mucho la verdadera medida en que se produce esta subvención.

El dumping también es objetado con el argumento de que es un medio de monopolizar las industrias domésticas, por parte de las empresas extranjeras, al expulsar con sus precios bajos a la competencia nacional. Sin embargo, no ha habido ejemplos documentados de tal monopolización, y por buenas razones. Cualquier fabricante que cobrara precios monopolí­sticos se enfrentarí­a a una feroz competencia internacional (y doméstica) que rápidamente disiparí­a cualquier poder monopólico. Las empresas que critican o culpan a sus competidores internacionales de dumping, simplemente no tienen la voluntad, o no pueden, cobrar precios tan bajos como los de sus rivales.

Mito #8: La protección temporal es necesaria para «comprar tiempo» y adaptarse a la competencia.

“Protégeme por un tiempo mientras hago músculo para competir”, serí­a la petición de una empresa doméstica, que ilustra este mito. Pero generalmente este “tiempo”, que en principio serí­a corto, se va prolongando porque siempre habrá una excusa para argumentar que aún no se está preparado para competir con las empresas foráneas. Y en esta prolongación de tal “tiempo”, se beneficia a la empresa doméstica a expensas del consumidor doméstico.

Esa ayuda comercial temporal es como estar “un poco embarazada”. Hay industrias que recibieron un apoyo comercial “temporal” hace 25 años y aún siguen siendo “apoyadas”. Esta racionalidad admite que el proteccionismo es una mala idea, dado que es etiquetado como sólo “temporal”. Algo que sea bueno no deberí­a ser “temporal”; deberí­a ser permanente. Que sea en un principio “temporal” ya dice que no es bueno que se quede permanentemente, y que deberí­a cesar en poco tiempo; sin embargo, se va quedando haciéndose “permanente”. La razón por la que se va prolongando puede hallarse en la economí­a polí­tica del asunto: identificando ganadores y perdedores. Aunque se prolongue en el tiempo, esta “protección” está obligada a empeorar las cosas para la industria, no a mejorarlas.

Al reducir las presiones competitivas, el proteccionismo tiende a sofocar la innovación. Las empresas son menos propensas a invertir en ingenierí­a y tecnologí­a, cuando los beneficios se pueden obtener con mayor facilidad mediante el cabildeo (lobbying) por protección.

Hay mucha evidencia, además, de que la protección «temporal» no revitaliza las industrias, y probablemente incluso es contraproducente. En el paper Midiendo los costos de la protección en Venezuela, los autores estudian el proteccionismo en las industrias textil, del acero, agrí­cola y del automóvil, y concluyen que en ninguno de los casos estudiados la protección revitalizaba la industria “beneficiada”.

La protección no ha mejorado sustancialmente la capacidad de las empresas nacionales de competir con los productores extranjeros. El estudio mostró que las inversiones a menudo disminuyen durante los perí­odos de protección, lo que hace que las industrias protegidas queden aún más alejadas de la competencia.

Tal evidencia explica por qué un argumento proteccionista estrechamente relacionado, también es ficción. Especí­ficamente, si una industria es importante para la defensa nacional, supuestamente deberí­a estar protegida de la competencia internacional. Pero dado que la protección hace decaer los incentivos para la innovación, lo que resulta en bienes de menor calidad y de mayor precio, se debilitará la defensa nacional debilitando las industrias en las que se apoya la fuerza armada.

Bueno amigos, dejémoslo en este punto por los momentos. Seguiremos disertando sobre el proteccionismo en el próximo artí­culo. Entender de economí­a polí­tica, identificar ganadores y perdedores, nos permite entender por qué no cambia y por qué es difí­cil cambiar el statu quo.

*Rafael J. Avila D. es Decano de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas, Universidad Monteávila

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