Alicia ílamo Batolomé.-
¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia? (Ap. 6, 9-10).
A todos lo venezolanos nos sale del alma esta exclamación apocalítica, es una increpación a Dios. ¿Hasta cuándo esta situación de injusticia total que vive el país? Esto lo escribió el apóstol san Juan en el primer siglo de esta era y en el XXI sigue vigente, parece entonces que vamos a exclamar igualmente hasta el fin del mundo. A lo mejor éste está más cerca que la tal hacedura de justicia. Uno se desalienta, pero cuidado, el desaliento es el arma más poderosa y eficaz del demonio. No te dejes vencer, hay que sacar aliento a como dé lugar, esperar contra toda esperanza, creer contra toda incredulidad, luchar contra cualquier rendición.
¿Por qué increpas a Dios? ¿Acaso has vivido según sus leyes siempre? A menudo reclamas del prójimo y de Dios lo que has sido incapaz de darles. Eres exigentes con el otro y demasiado tolerante contigo.  Quieres que te cedan el paso, pero rara vez lo cedes tú. Te quejas de encontrar sucios los espacios públicos –plazas, parques, playas, sanitarios…-, pero no ayudas a conservarlos recogiendo y lanzando en su sitio la basura que vas dejando.
Te estacionas pensando en salir cómodamente, pero no piensas en que esa holgura para tus maniobras deja a otro sin lugar de estacionamiento. Dejas comida en el plato y botas la que sobra, sin acordarte de quienes están registrando la basura para comer. Eso no sólo es una grosería, un irrespeto al hambriento, sino un pecado grave, por omisión, contra la caridad. Siempre piensas en ti, jamás en él, te importa poco la otredad y en cambio compones siempre un sinfonía en mi mayor. Careces de conciencia.
Si eso es con tus hermanos, los hombres, que ves y con quienes convives, ¿qué será con Dios a quien no ves ni sientes?
¿Cumples con los preceptos mínimos de tu religión –Ley de Dios- y de tu Iglesia? ¿Oyes misa entera todos los domingos y días de fiestas de guardar? ¿Te confiesas y comulgas al menos una vez al año, por Cuaresma y Pascua? ¿Das limosna a los pobres y a la Iglesia para su mantenimiento? ¿Pagas los salarios justos y en el tiempo debido a quienes trabajan para ti? ¿Vistes al desnudo, das posada al peregrino, visitas a los enfermos y solitarios, consuelas al afligido? ¿Estudias lo que debes? ¿Trabajas durante el tiempo correspondiente y buscando la perfección de tu trabajo? ¿Eres puntual y cumples tus compromisos? ¿Criticas en público mordazmente al prójimo, respetas su intimidad o lo difamas? ¿Acostumbras a mentir para salvarte de responsabilidades y compromisos? ¿Defiendes siempre la verdad…? Y faltarían más preguntas.
Si el balance de tus respuestas al párrafo anterior es negativo, ¿qué puedes tú reclamarle a Dios cuando jamás le has dado nada? Te mereces el gobierno que tienes, el país en bancarrota con todas sus carencias. Cumple primero con Dios, con el prójimo y estarás apto para reconstruir la sociedad, la nación. Dirás: entonces, ¡habría que ser santo! Pues sí, ¿lo dudas? Oye al papa Francisco:
Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra. ¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales. (Exhortación apostólica Guadete et exsultate, 14)
*Alicia ílamo es profesora fundadora de la Universidad Monteávila