Historia y libertad | ¿La enseñanza de la historia genera ciudadaní­a? (y IV)

Carlos Balladares Castillo.- 

El chavismo usó a marginados e «invisibilizados» para captar grupos. Foto: Notilogí­a

A continuación concluimos una serie de artí­culos que hemos dedicado a la potencialidad de la historia en la labor de formación ciudadana. Los mismos asumieron el examen de las relaciones entre los tres discursos que conforman el relato histórico: la historia contada desde el poder (historia oficial), los historiadores (la historiografí­a) y la sociedad en general (la memoria colectiva). En esta última entrega resaltaremos el papel de la memoria o mejor decir “las memorias”.

La memoria colectiva (Maurice Halbwachs, 1950) son las representaciones, los relatos, los recuerdos que oralmente y de generación en generación se van construyendo por el “diálogo” o intercambio entre las memorias individuales. Esas “historias” tienden a generar mitos reforzados por los ví­nculos familiares y grupales, junto a las palabras, emociones y lugares.

Siempre me ha sorprendido el apego por la democracia liberal que tienen la mayorí­a de mis estudiantes que crecieron en un ambiente de antipolí­tico y/o autoritario. Me pregunto ¿de dónde les viene? La respuesta observada y ofrecida por ellos es que sus familias se lo enseñaron lo cual se reforzó con un mundo globalizado a través del internet.

La mayor parte de lo que admiran respira libertad. Algunos me hablan de sus abuelos y antepasados que militaron en partidos polí­ticos democráticos, pero también en el modelo de sociedad occidental que reconocen como una buena forma de vida. Pero esta no es la única memoria, también aparece una que muestra la admiración por ciertos dictadores (Marcos Pérez Jiménez es el más citado) y en la cual es evidente el peso de las tesis positivistas y marxistas.

Una polí­tica pública que busque la formación ciudadana debe afincarse en estas memorias, porque las mismas son un potencial para fortalecer ciertas conductas e ideas, e incluso facilitan el examen crí­tico de nuestra tradición personalista.

Ahora en estos últimos 20 años se han creado nuevas memorias, algunas de ellas han retomado viejos discursos. La historiografí­a y la pedagogí­a no puede dejar de examinarlas. Debemos conocer el cúmulo de antivalores y mitos que rechazan el apego a la ciudadaní­a.

El rentismo en su más grave crisis ha tenido un gran éxito en promover nuevas formas de clientelismo y dependencia estatal. Pero al mismo tiempo en estas dos décadas hay una serie de hechos históricos que tienen en cada persona, familia y grupo un relato de épica civilista. Existe en ello un material para lograr la meta que nos hemos propuesto. La educación debe recurrir a estos ejemplos, debe llevar la historia familiar y de los pequeños grupos al aula, para que la misma haga de la gran historia (oficial e historiográfica) algo con el cual nos identifiquemos plenamente.

El chavismo ha resaltado el tema de la memoria de los marginados e “invisibilizados” al pretender que se reconozca por todos. Aplaudimos la intención, pero ¿realmente lo ha hecho o simplemente es un pretexto para que su propaganda coopte ciertos grupos? Lo que hemos visto es más lo segundo. La historia oficial en estos 20 años lo ha dominado todo, opacando y denigrando a la historiografí­a e incluso la tan defendida memoria colectiva.

La formación ciudadana debe ser parte de la polí­tica pública educativa de un gran proyecto de paí­s democrático y moderno. Los demócratas no podemos volver a cometer el error de dejar la educación en manos de los que odian la libertad, tal como ocurrió en buena parte de los 40 años de la democracia puntofijista (1958-98).

Y tal polí­tica debe saber equilibrar los tres discursos históricos: oficial, historiográfico y memorias colectivas. Esa ha sido la idea que hemos defendido en estas cuatro entregas y que solo es un preámbulo de un estudio más ambicioso, el cual anhela contribuir con el renacer de la democracia en Venezuela.

*Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteávila

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