Historia y libertad | ¡Todos debemos pronunciarnos ante estas “elecciones”!

Carlos Balladares Castillo.-

Las protestas fueron silenciadas con asesinatos y detenciones arbitrarias. Foto: LaPatilla.com

Los venezolanos hemos sido silenciados por la represión de la protesta que ha dejado más de 200 asesinados (mayoritariamente jóvenes) y más de 5000 ciudadanos (solo desde el 2017, según el Foro Penal) que han pasado por las cárceles por motivos polí­ticos (hoy siguen más de 200 sin libertad); la creciente inseguridad permitida y estimulada desde el poder con 300 mil homicidios aproximadamente (cifras desde 1999, según el Observatorio Venezolano de la Violencia) por no hablar de las violaciones, heridos, secuestrados y pérdidas materiales; por la censura de los medios de comunicación, el enjuiciamiento y encarcelación o “exilio” de muchos que han criticado esta situación; por la compra de la obediencia al controlar los medios para alimentarse en un ambiente de hambre (hiperinflación y escasez); y lo peor de todo: por la siembra del escepticismo y la frustración.

Muchos no creen en nada ni nadie, siendo este el último paso para convertirnos en dóciles corruptos. Desde esta trágica perspectiva sé muy bien que es osado pedir que alcemos la voz ante el inconstitucional adelanto de las elecciones presidenciales (22 de abril) y la inexistencia de las condiciones para que estas sean libres, limpias, justas y democráticas. Pero es que si no lo hacemos el mal se perpetuará en nuestra nación y en nuestras conciencias.

Todo aquello por lo que nos quejamos diariamente –aunque en voz baja– se fortalecerá, porque no seamos ingenuos: la dictadura no caerá por su propio peso y; el apoyo de la comunidad internacional no se dará si no demostramos nuestra indignación. Es un deber el pronunciarnos, aunque sea de las formas más humildes pero hacerlo y en unidad.

Hace unos dí­as fui al médico – ¡oh milagro! ¡oh qué miedo! – y éste me dijo que en Venezuela ya no podí­amos hacer nada: “ni hablar, ni votar, ni quejarnos, ¡nada!” Yo le reclamé: ¡¿cómo qué no?! Siempre nos queda la palabra; e incluso cuando la perdemos tenemos la actitud que nuestra formada consciencia nos inspira. El silencio entendido como pasividad es la peor opción ante la autocracia con pretensiones totalitarias.

El mundo nos está mirando e incluso los apoyos van creciendo dí­a a dí­a ¿vamos a desaprovechar esta oportunidad? No propongo acciones absurdas o suicidas, sino el apoyo de todas las iniciativas que tengan como meta la unidad de los demócratas. ¡Basta ya de hacerle oposición a la oposición! ¡De la crí­tica destructiva y sin sentido! Porque muchos dicen que no pueden hablar pero no paran de criticar a los lí­deres de la Mesa de la Unidad Democrática.

Una cosa es la discusión de propuestas y la crí­tica de los errores, pero otra el permanente descrédito. Por solo dar un ejemplo: hace unos dí­as tres jóvenes me dijeron que Julio Borges “es un vendido”. Yo les pregunté: ¿cómo se explica que no firmara ayer el acuerdo con el gobierno en República Dominicana si él “es un vendido”? La respuesta fue: “Para mantener las apariencias”.

Esta forma de pensar supera toda racionalidad, es expresión del escepticismo al cual hací­amos referencia anteriormente. No podemos caer en ello. Pronunciarse ante la dictadura es no aceptar que ella puede envilecernos.

Algunos me dicen que “no son nada para que su protesta sirva de algo”, pero siempre se puede aportar. Podemos ser esa bola de nieve que genere la avalancha, el grano de arena, la semilla, la gota… ¡Aunque sea háganlo por su consciencia! ¡Por el deber moral de decir no! ¡Por demostrar que somos seres humanos con dignidad!

Hay que hablar con nuestros familiares, amigos, conocidos, y el que tengamos al lado y presionar a toda institución o grupo al que pertenezcamos para que hagan una declaración pública. Ya la Iglesia Católica por medio de la Conferencia Episcopal Venezolana se pronunció el 29 de enero pasado, declarando que es una convocatoria “impuesta” (distractora del hambre que sufrimos) y llamó a la oposición a lograr la unidad que exija las condiciones electorales mí­nimas que pasan por una reestructuración del organismo electoral.

El 6 de febrero fue la Asociación Venezolana de Rectores Universitarios (Averu), que en sus considerando advierte: “no existe garantí­a de imparcialidad, transparencia, igualdad y equidad en el desarrollo de una elección” y acuerda rechazar la convocatoria para el primer cuatrimestre debido a que dicho tiempo viola la Constitución, y le pide a la oposición que logre con la sociedad civil “una estrategia común para el restablecimiento del Estado de Derecho venezolano”. Son dos ejemplos que claramente muestran lo que todas las instituciones del paí­s deben hacer de inmediato para que la presión tenga efectos reales.

Las elecciones en una dictadura siempre generan el dilema ¿votar o no votar? Creo que la mejor estrategia en este momento no es centrarnos en dicho dilema sino buscar la unidad, al mismo tiempo que exigimos las condiciones para que nuestro voto sea tomado realmente en cuenta. Para ello serí­a ideal elegir a un lí­der (candidato presidencial) que aproveche la campaña para movilizar a la población en pro del cambio.

La lucha por elecciones libres permitirá unir a los que han dejado de votar como los que creen en este mecanismo así­ se lo roben, pero debemos ir más allá y crear un proyecto de paí­s que nos llene de esperanzas y supere el clima de frustración. Ese lí­der junto a todos nosotros los demócratas, decidiremos al final (no al principio) sí­ participar o no, y eso dependerá del logro de las condiciones y las recomendaciones que al respecto nos ofrezca la comunidad internacional.

El voto no es el fin sino un medio para lograr la transición a nuestro sueño que es la democracia. Y esto dependerá que tú y yo nos pronunciemos en palabras y hechos.

Finalizo recordando que esta semana se celebró el miércoles de ceniza: un buen momento para renovar nuestra espiritualidad y llenarnos de fuerza y ánimos. Nuestro querido San Juan Pablo II que nos dijo: “¡No tengas miedo! ¡Despierta y reacciona!”

*Carlos Balladares es profesor de la Universidad Monteávila

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