En tono menor | Educar para envejecer

Envejecer

Alicia ílamo Bartolomé.-

Envejecer
“Hay que aprender a envejecer”. Foto: Mary Ann González

No sé si hay ancianos que lean este “En tono menor”. Tampoco sé si habrá muchos jóvenes que lo aborden, ni si lo hacen los que transitan entre estos extremos de edades. Sin embargo, para todos va el mensaje que carga con la experiencia de mi vida nonagenaria. Lo digo tajante: hay que aprender a envejecer.

No crean que hay una edad para empezar o dejar este aprendizaje, es necesario siempre mantenerlo. Les cuento: mi madre murió de 98 años, en ese momento yo tení­a 65, luego, hací­a tiempo que era vieja. Un dí­a, conversábamos y le dije: Mamá, tú me sigues educando. “¿Cómo?”, me preguntó extrañada. Pues dándome cuenta de todo lo que no debo hacer si llego a tu edad. Y es cierto, tremendo aprendizaje para los jóvenes -quieran o no, llegarán a viejos más pronto de lo que creen- que vivir con ancianos y estar a cargo de ellos. Y paso a los puntos principales de esta, sobre todo, auto-educación.

Primero: no alargues la juventud más de la cuenta. Puedes mantenerte en forma practicando deportes o ejercicios fí­sicos, alimentación balanceada y, llegado el caso, con algún retoque estético, sin exagerar. La abundancia de operaciones deforma el rostro y terminas en una caricatura de la juventud. Sobre todo que irremediablemente se asoma a tus ojos lo que has vivido, no hay cirujano plástico que elimine esto. Otra cosa: la sabia naturaleza  da un marco gris o blanco a tu cara que amortigua los surcos de la edad, en cambio el marco oscuro del tinte del cabello lo que hace es resaltarlos.

Segundo: no basta estar en buena forma fí­sica. Tú eres cuerpo y alma, profundiza y practica tu fe. No hay mejor aceite para conservar la lozaní­a que la paz espiritual, irradia. Así­, crece en vida interior. Y no sólo desde un punto de vista religioso, sino también cultural. Busca y aficiónate a las manifestaciones del arte: la plástica, la literatura, la música y la belleza cambiante de la creación. Cuando ya no puedas trepar la montaña, solázate con un buen libro, en la contemplación de la naturaleza en su variedad cromática, de formas y sonidos, te inundarás de sosiego. Y aún te queda un recurso más: la magia de la música.

Tercero: no trates de no molestar rechazando ayudas. Si quieren dártela, es porque evidentemente la necesitas. Acéptala, sólo explica la forma, porque la gente te tiende las manos para pararte de una silla, mala forma, es mejor la solidez de los brazos de un mueble que los de Rafa Nadal que vibrarán con tu peso. Además, tus músculos responden mejor a la presión que a la tensión. En caso indispensable, la mejor manera de levantarte es engarzándote por las axilas.

Tampoco trates de no molestar haciendo cosas por ti mismo porque antes las hací­as, pero estamos en ahora y ya no puedes cambiar un bombillo, ni levantarte en la noche solo para no despertar al acompañante. Terminarás molestando más por una caí­da, rotura de fémur, hospital, operación y un gran gasto innecesario, todo lo cual hubieras podido evitar con menos orgullo y más sentido común, aceptando el auxilio que tení­as a mano.

Eso de tener pena de molestar, para terminar molestando más, es pura soberbia longeva. Sé humilde, acepta tus limitaciones fí­sicas  y, en cambio, goza de las muchas ventajas de la vejez: la gente es amable y quiere ayudarte a pasar una calle, te ceden los asientos, te abren camino, te adelantan en las colas, te toman del brazo para subir escalones, te sonrí­en amables y hasta celebran tus chistes. Haces gracia como los niños. Se acabaron los cumplimientos sociales, así­, si no quieres, no vas a celebraciones de fiestas ni entierros. Y no necesitas excusas inventadas o no, felizmente puedes decir siempre la verdad, como debe ser: estoy muy viejo y me siento cansado. Porque la vejez es cansancio y no me importa. ¡Tantas necedades que nos importaban antes! ¡Ah, las necedades de la juventud!

Ahora sólo tenemos por delante, más claro y ní­tido, más atractivo de promesas, el camino hacia la eternidad. No le tengas miedo, ensáyate sonriendo a lo que venga y como venga. Embriágate de esperanza.

*Alicia ílamo es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación en Información de la Universidad Monteávila

 

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